Arte — 3 de febrero de 2013 at 09:36

Música, educación y salud

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La música ha acompañado siempre al ser humano. En otras épocas se reconoció su influencia activa en la salud, y mereció, por consiguiente, un trato especial dentro de la educación.

El anterior artículo de octubre (¿Necesita la música actual una renovación profunda?) se cerró con grandes aspiraciones. Y es que vale la pena el intento de conseguir un reto hermoso, con fines útiles, placenteros y fecundos para el ser humano, aunque no lo alcancemos en el primer ensayo. Esa tentativa nos ha puesto “en marcha” y constituye en sí misma una pequeña victoria.

Queremos, e incluso necesitamos, ahondar en nuestros orígenes, para renovar un concepto de “arte” demasiado manoseado. Tras haber reflexionado sobre unas citas, con la intención de refrescar nuestra memoria (y nuestra conciencia) sobre algunos conceptos relacionados con la música y el arte en general, sigamos con este ejercicio retrospectivo en búsqueda de una ansiada renovación…

El poder que ejerce la música sobre el ánimo del ser humano es evidente, y sobre ello se llegó ya a crear un importante tema de discusión en la antigua Grecia. El razonamiento principal era sencillo: siendo la música armonía, y existiendo afinidad entre la naturaleza del alma y la de la música, esta puede ayudar a recobrar el equilibrio perdido en nuestro interior, como si se tratara de una terapia profunda y purificadora para el alma. Así, en el s. V a. C., la educación se centró en ejercicios de gimnasia y música para lograr valentía, sentido del deber y del honor. Además, es conocido que la práctica y la teoría de la música tuvieron una profunda influencia en todos los niveles de la sociedad: ritos, banquetes y las más cotidianas tareas del trabajo diario (como hornear el pan) se realizaban con el acompañamiento de melodías y cantos creados específicamente para cada ocasión.

Esparta, al parecer, fue la ciudad donde primero se instauró la enseñanza musical (Licurgo), y más tarde en Atenas (Solón), y duraba hasta los treinta años según la ley. En general, se puede hablar de tres grados: primero se enseñaba a cantar y tocar instrumentos, lectura y comprensión de poesías, y dos grados posteriores donde el adiestramiento se ampliaba en conjuntos de danzas y bailes. Algunos de los textos corales más antiguos conservados son los Pártenos de Alcmán (que nos introducen en una actividad de las jóvenes espartanas del siglo VII a. C.), en que canto, poesía y danza son elementos esenciales de una celebración religiosa. Manifestaciones culturales similares llegaron a las colonias mediterráneas, como por ejemplo, en Emporion (Gerona, España).

Es importante señalar el papel de Laso de Hermione (siglo V a. C.), quien organizó las armonías y los tonos relacionándolos con los géneros poéticos y las ocasiones en que eran más apropiados. Esto, desarrollado junto a un conjunto de doctrinas de la escuela pitagórica, dio a la música un papel de vital importancia para la educación de la juventud. La teoría del ethos fue la base fundamental para la estética musical griega. Luego, tras una etapa de complejidad y confusión, se quiso retornar a la sencillez, pero habiendo perdido la tradición y los conocimientos provenientes de los Misterios, ya nada fue igual. Pero, ya que hemos citado a los pitagóricos, detengámonos un poco en ellos.


Musica 1Música pitagórica: un eco del cosmos

Los pitagóricos fueron los primeros en transmitir para Occidente la idea del universo como algo ordenado y sometido a leyes comprensibles por el intelecto humano, y dieron la posibilidad de poder explorar y aprender dichas leyes. Pitágoras, nacido en Samos hacia el año 570 a. C., y tras una intensa etapa de búsqueda y aprendizaje, no queriendo o no pudiendo fundar escuela en su patria, se estableció en Crotona (sur de Italia). Allí fundó y organizó su sociedad filosófica, política, científica, religiosa… y artística.

Los principios de la teoría musical pitagórica forman parte, pues no se conciben de otra manera, de una disciplina destinada a la elevación moral, el conocimiento de uno mismo y del mundo que nos rodea –aun a riesgo de resultar cargante, no olvidemos que “musical”, dentro del contexto al que nos estamos refiriendo, abarca un espectro mucho más amplio que el entendido hoy por ese término–.

Para el pitagorismo, la música humana (micromúsica) debía ser como un eco de la música del cosmos (macromúsica o Teoría de las Esferas). Los números eran la base fundamental de los estudios para la comprensión del universo en sus diferentes niveles. Si existía un placer estético en el ser humano en su contacto con la música, se debía justamente a que los sonidos están regidos por los números. Los números simbolizan la proporción, el orden, la regla y la armonía total.

Los pitagóricos, en virtud de su concepción matemática de las armonías musicales, establecieron también un lazo indisoluble entre la salud y la música, puesto que la proporción y equilibrio de las notas produce armonía y orden, tanto en el cuerpo como en el alma. La música es un saber sublime y fundamental para la salud y la purificación ética del hombre.

¿Qué actitud tomar ante estas afirmaciones, elaboradas y vividas ya hace más de dos mil años? ¿Podemos pasar sobre ellas como algo caduco y sin valor en la actualidad? ¿O cabe la posibilidad de incorporarlas en nuestra vida, como semillas de la música y del arte del futuro? Es todavía pronto para responder, pues faltan algunos conceptos por revisar: ideas que pueden relacionar, y hasta unir, aspectos muy dispares aparentemente. Pero, esto es tema para otro artículo…

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