Ciencia — 31 de octubre de 2015 at 23:00

La fuerza del mito

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En nuestras sociedades mediáticas se habla mucho de los mitos, hasta el punto de que se ha llegado a trivializar el significado de la palabra, tan importante para comprender muchos fenómenos culturales y al ser humano que los construye. Proponemos recurrir a ciertas precisiones, pues utilizamos el término de manera equívoca: como palabra con un contenido que remite a una determinada realidad, aunque no sea la cotidiana, y como todo lo contrario, un mito es una mentira, algo que no significa nada, un engaño, una falsa creencia. Sin olvidar el antiguo enfrentamiento u oposición entre el mythos y el logos, lo cual apunta a una diferencia de matiz entre dos formas de conocimiento.

Homero utiliza la palabra mythos en relación con la persuasión, con la retórica, con la elocuencia, relacionándola con los dioses, como herencia de la concepción arcaica del mito como palabra sagrada (hieros logos).

Los filósofos presocráticos, al recurrir al mythos, como símbolo, no se proponen persuadir sino formular verdades. De ahí el apeiron de Anaximandro, o el «todo está lleno de dioses» de Tales.

Platón hace referencia al relato en sí al hablar de mitología. Introduce la palabra logos y la utiliza en diferentes ocasiones como si significase lo mismo que mythos, haciendo ver que hay dos modos de hablar de los seres divinos y de los dioses: el logos y el mythos, que pueden estar unidas en el mismo relato. Sócrates dice en el Fedón: «Después de haber hecho este poema al dios, caí en la cuenta de que el poeta, si es que se propone ser poeta, deberá tratar en sus poemas mitos y no razonamientos. Yo empero no era mitólogo»…

En el Renacimiento, Pico de la Mirándola plantea la necesidad de buscar una verdad primordial, una filosofía secreta, perdida a través de sus huellas, que serían los mitos antiguos.

Las acepciones modernas y latinizadas de la palabra se refieren, por ejemplo, a una «esencia que en su tiempo fue accesible y ahora ya no lo es», en palabras de Furio Jesi, si bien Creuzer, en el siglo XIX, admitía que los sacerdotes que elaboraron las primeras doctrinas religiosas de la humanidad vistieron los símbolos con ropajes mitológicos y afirmaba que «las ideas constitutivas de las doctrinas religiosas brotan de los símbolos como un rayo que llega de las profundidades del ser y del pensamiento».

K. G. Jung, revelando que la mente humana conserva muchos rastros del pasado de la especie, estableció un vínculo entre mitos primitivos o arcaicos y los símbolos producidos por el inconsciente, que encontramos en los sueños. Gracias a estas investigaciones y otras más, los mitos ya no son burdas fábulas elaboradas por mentes infantiles sino estructuras universales de lo real, términos del lenguaje de lo sagrado.

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