Ciencia — 1 de marzo de 2007 at 00:15

Ciencia y poesía

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arquimedes.jpg¿Nos ocurrirá igual con los sentimientos que con los datos, que cuántos más tenemos ya no sabemos que hacer con ellos? En estas reflexiones me entretenía el otro día mientras leía una interesante obra de Bill Bryson titulada “Una breve historia de casi todo”.

Entre los muchísimos datos que hay en su recopilación de la ciencia de hoy en día, escojo éste para recordar un poema de Jorge Luis Borges.

Bryson recoge uno de los hallazgos más desconcertantes para las actuales teorías antropológicas. En el interior de Australia se encontraron unos huesos humanos en el lecho de un lago llamado Mungo, que llevaba seco unos 12.000 años. Se suponía que los humanos no existieron en Australia hasta el 6.000 a.C. Las pruebas de carbono 14 dataron los huesos 60.000 años atrás, cuando el lago tenía 20 kilómetros de longitud y estaba lleno de agua y de peces.

Insólito, puesto que Australia es una isla desde antes de nuestra primera datación como homínidos en la Tierra. Cualquier ser humano que llegase a Australia debía hacerlo por alta mar, cruzando más de 100 kilómetros, sin saber si encontraría tierra o un continuo mar, infinito entonces para sus cortas existencias y víveres. Además, los que llegaron debían ser suficientes para poder perpetuar la especie.

A la vista de estos y otros muchos datos y descubrimientos, se hace necesaria una revisión de nuestras teorías antropológicas, pues la anécdota evidencia que hace más de 60.000 años, había gente capaz de realizar tareas cooperativas y técnicas (supuestamente sería necesario el lenguaje), construyendo embarcaciones aptas para navegar por el océano y colonizar continentes.

Borges escribió:

La luna ignora que es tranquila y clara
y ni siquiera sabe que es la luna;
la arena, que es la arena. No habrá una
cosa que sepa que su forma es rara.
Las piezas de marfil son tan ajenas
al abstracto ajedrez como la mano
que las rige. Quizá el destino humano
de breves dichas y de largas penas
es instrumento de Otro. Lo ignoramos;
darle nombre de Dios no nos ayuda.
Vanos también son el temor, la duda
y la trunca plegaria que iniciamos
¿Qué arco habrá arrojado esta saeta
que soy? ¿Qué cumbre puede ser la meta?

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