Libros — 28 de febrero de 2015 at 23:00

«Diez veces siete», de Maruja Torres

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Maruja Torres se despacha a gusto con su adorado Cebrián. Después de treinta años en El País es «invitada» por el consejero delegado de PRISA a abandonar la sección de opinión. Antes que enfurecida, la curtida reportera ya llevaba muchos años decepcionada –como nos pasa a muchos– con la línea y desvarío de este periódico.

Además de zampadora de libros, soy periodista, tan solo una más –un simple grano de arena del desierto– dentro de esta profesión que da tantos disgustos y retortijones de hastío como satisfacciones. Por eso, este libro me toca profundamente, aunque sea de refilón, porque obviamente, el nivel de Torres está en esas galaxias del periodismo que muchos no tocaremos nunca.

Los que somos del batallón (la canalla, como nos llaman e incluso nos autodefinimos) miramos a Maruja Torres desde abajo, suspirando por la mitad de las experiencias que ha vivido gracias a su trabajo. Desde luego, se lo ha currado a lo largo de tantos años de batallas vividas en directo. Desde luego. Pero sin duda tiene que ser un gustazo poder vomitar lo que quieres en un libro. Por eso, la felicito y también –lo reconozco– la envidio.

Adoro la lengua afilada –por distintos motivos he disfrutado, apretado los dientes y reído con sus agudas columnas a lo largo de los años– de esta reportera que, a sus setenta primaveras, nos cuenta que se ha reinventado cada siete años. La primera vez, lo hizo «a la fuerza». Su padre se marchó de casa y la dejó con una madre que solo le ha valido para acumular traumas. Pero la madera de Maruja Torres le hizo flotar y huir hacia esas historias que estaba deseando encontrar y contar y, de paso, llenarlas de opiniones con argumentos, tras sentirlas, gozarlas y sufrirlas.

El libro es una historia completamente personal, cañera, como ella, como ese lenguaje directo con el que nos ha conquistado, primero en formato periodístico, después intercalándolo en sus diferentes novelas. En esta, dispara a cañonazos contra humanos e inhumanos que va encontrando desde la infancia hasta la actualidad. Eso sí, lo mismo que muestra la basura a toneladas en forma de personas, se derrite con las que no han sido tóxicas en su vida. Todo lo contrario: son un bálsamo que reconforta y que trata de equilibrar la balanza de calidad humana con la que todos –periodistas o no– nos encontramos a lo largo de nuestros días.

El trabajo ha sido su motor vital. Lo dice y lo describe con magia –me encanta la pseudopoesía que desprende en algunos tramos de su prosa–, a veces hasta la saciedad. Con él ha intentado paliar las miserias de la infancia, aunque a veces no le haya salido bien. Es un mal común de todo bicho viviente: los traumas nunca logran enterrarse del todo porque escarban siempre hacia la superficie.

Aun así y reconociendo y admirando su valía por cantar las verdades como puños, y desde mi perspectiva de pequeña y diminuta periodista, le digo a Maruja Torres que se regodee en la felicidad de la que ha sido capaz de disfrutar con tantos mundos vividos.

Es un libro de periodismo, de sentimientos a flor de piel, tanto de ira como de amor (en muchos sentidos) autobiografiados para deleite de los que, como creo que ella diría –permítame la licencia, doña Maruja Torres–, «somos capaces de sentir orgasmos al escribir».

Cortesía de «El club de lectura El Libro Durmiente» www.ellibrodurmiente.org

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