Historia — 5 de agosto de 2009 at 07:01

Fray Luis, el verbo del león

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Es inquieto, colérico, y así avanza hacia la serenidad y la fortaleza, como poeta y como filósofo. Como tal, los diálogos de Platón aplicados a la teología cristiana son la forma más significativa de su obra.

Fray Luis es el renacimiento religioso. Profundamente católico, pero con una libertad de iniciativa y una independencia de criterio que le enlazan con el erasmismo, nace, como fecha más probable, en junio de 1528, en la pequeña ciudad conquense de Belmonte de Tajo. Pero su vida se hace en la Salamanca universitaria, con su mezcla de grandeza clásica y miseria picaresca de los estudiantes del siglo XVI. Es inquieto, colérico, apasionado, y así avanza hacia la serenidad y la fortaleza, como poeta y como filósofo. Como tal, los diálogos de Platón aplicados a la teología cristiana son la forma más significativa de su obra.

Pronto empieza a darse a conocer: muy joven aún predica el sermón fúnebre de Fray Domingo de soto, en un perfecto latín. Uno de los grandes eruditos que se halla presente escribe a su padre: «Engendraste un león, cuya voz oirá la posteridad».

Pronto también comienza su fructífera carrera docente, sustituyendo a un maestro en la cátedra de Biblia. Y en noviembre de 1561 tiene su propia cátedra en Salamanca. Cosa muy difícil dados los conceptos pedagógicos de la época, supo hacerse agradable a sus alumnos: sus éxitos de cátedra se tenían por milagros.

AMIGOS Y ENEMIGOS

Fray Luis es monje agustino. Su Cátedra de Santo Tomás la tiene por votos frente a sus rivales eternos, los dominicos. Las luchas entre ambas órdenes alcanzan un nivel apasionado, acorde con el espíritu de fuego del león.

En 1565 obtiene la llamada Cátedra de Durando, que ocupaba al empezar su famoso proceso inquisitorial, y en ella señala las diferencias existentes entre ambas órdenes; la pasión que puso en las discusiones sobre la Vulgata contribuyeron a fijar los caracteres de su persecución, atizada por la saña envidiosa contra el catedrático inteligente. El dominico León de Castro es su más feroz enemigo, aunque hubo otros en la sombra. Castro es furibundo antisemita, dato que se transparenta en uno de sus muchos ataques al agustino: en cierta ocasión Fray Luis dice que haría que quemasen a Castro su Comentario a Isaías, y el dominico responde que primero arderá Fray Luis y su linaje; lo cual hace suponer que por lo menos se hablaba del origen judío del poeta.

Más peligroso por más sibilino es otro dominico, Fray Bartolomé de Medina, siempre a la expectativa de cuanto sospechoso oye en Fray Luis, intransigente catedrático aquél de Teología Moral. Tuvo también las denuncias de algunos cortos estudiantes, asustados de las novedades de sus enseñanzas. Y los de siempre, los envidiosos del claustro, eterno juego mortal de chismes de pasillo y cicaterías profesionales.

En el soberbio Siglo de Oro español hay un tema que se resiste a la serenidad: La Inquisición. Que sin embargo, y aunque nos empeñemos en lo contrario, no es española sino europea. Fray Luis está lejos de ser su enemigo: defiende a este Tribunal del tratado De Fide. Él mismo amenaza a Castro con llevarle ante el Santo Oficio. Lo ve necesario para mantener a raya cualquier derivación de la ortodoxia. Está dentro del modo de pensar de la época, como antes lo estuvieron las ordalías y el derecho alto medieval de vida y muerte. El siglo XXI, compacto de barbaridades, no debe juzgar a los anteriores. Debe estudiarlos. Debe verlos con los ojos del siglo XVI, del XV, del XIV… Con los ojos del XVI Fray Luis ve el Tribunal de la Inquisición necesario para la limpieza doctrinal y justo en su proceder.

DECÍAMOS AYER…

Lo que consumió lentamente al agustino fue, curiosamente, la burocracia. Las dilaciones tan españolas, el vuelva usted mañana del XIX, el falta una póliza del XX. Cinco años de cárcel por un proceso, acusado de menospreciar la autoridad de la Vulgata y de traducir clandestinamente el Cantar de los Cantares, y que va a acabar en absolución. Y que se pudo resolver en la quinta parte de tiempo. Tortura no hubo, atento a que el reo es delicado, dice el profesor. Pero cárcel, la cárcel de la época, cinco años…

Afortunadamente, se le dejaron, si no apenas alimento y comodidad ninguna, libros y recado de escribir. Así tenemos ahora de él  Los nombres de Cristo. La íntima amargura de sus tiempos de cárcel se refleja dramáticamente en el comentario del prendimiento de Jesús, en una inconfundible autobiografía:

«…sintió la pena de ser vendido por los mismos amigos…» «…el verse negado de quien tanto amaba…» «la falsedad y la calumnia…» «males que sólo quien los ha probado los          siente».

Y es también en prisión donde nace A Nuestra Señora:

«envidia emponzoñada, engaño agudo, lengua fementida, odio cruel, poder sin ley ninguna,  me hacen guerra a una».

Seguramente Fray Luis acierta cando dice que el proceso se dilata por querer acabarme la vida porque me hallan sin culpa.

Así es hallado, libre al fin en diciembre de 1576. Y vuelve a sus alumnos, a su cátedra: Diciebamus hesterna die…

Dos años después tiene otra cátedra, Filosofía Moral. Y al siguiente, la de Biblia. Sobre el temible tema de la predestinación y el libre albedrío le resulta una nueva pequeña cuestión con el Santo Oficio. Esta vez le atiende el propio Felipe II en sus pleitos con la Universidad. Recibió aún el honor de ser Provincial de Castilla. Es el postrero: un año después, en Madrigal de las Altas Torres, el nombre más bello de España, en 1591, Fray Luis marcha a enfrentarse al Tribunal Sin Apelación. Mal año para el pensamiento español: es el de la muerte de San Juan de la Cruz, de Alonso de Orozco, de Ribadeneyra, de Gil Polo, de Ambrosio de Morales, de Huarte de San Juan.

HUMANISMO ECLÉCTICO

Fray Luis es un humanista total, pleno. En la cárcel pide para leer a Sófocles y a Píndaro. Su lírica es plenamente horaciana, y su prosa sintetiza como ninguna de su época la técnica del diálogo platónico con el sentimiento teológico cristiano, y se sitúa en el final de una trayectoria erasmista. Es el auténtico ecléctico: cristiano, platónico, agustiniano en la técnica del diálogo, hebraísta por su conocimientos de Lengua y Literatura. Es la síntesis que sólo en la España del Renacimiento puede darse. Como de él Aubrey Bell, corre libando miel de todas las escuelas. ¿Cómo si no, puedo traducir a la vez a Virgilio y a Horacio, los Salmos y el Libro de Job? ¿Cómo si no, manejar como lo hizo las ideas pitagóricas sobre la armonía del Universo? ¿Cómo fundir a Platón con los evangelios? En el silencio de todo aquello que pone alboroto en la vida tiene Cristo su deleite.

Fray Luis escribe en prosa y en poesía. En castellano y en latín. De lo que apenas queda nada es de sus sermones, aunque sabemos que eran una parte muy importante de su modo de ser. Y sabemos también que a la poesía le da mucha menos importancia que a la prosa. Obrecillas las llamas.

En ellas hay una lógica evolución. Se considera entre las primeras A la vida religiosa, que parece ser un resumen de sus inquietudes, un dejar brotar el devenir de su vocación. Empieza imitando los modelos clásicos, los italianos, los hebreos. Naturalmente hay un periodo de formación, del que se conservan algunos ejemplos de delicadísima lírica erótica, nunca repetida. Aflora también el orgullo por los triunfos de las armas españolas. Dios, el Amor y la Guerra. Es el trípode en el que se asienta en mundo.

Utiliza sobre todo la lira como estrofa para verter su poesía. Y se ayuda con imágenes de dioses, como no puede por menos quien es perfecto conocedor de los clásicos. Deidades del Olimpo van a guardar para Fray Luis el sepulcro de Santiago.

Como traductor, se incluye a de León en el grupo del horaciano y virgiliano. Y de los dos, es a Virgilio a quin más se acerca en su musicalidad, que va a llevar a su propia producción.

Una primera época de su poesía leva la marca virgiliana, incluso en las versiones de los Salmos. Después, en un segundo período, es Horacio quien predomina: las formas métricas dejan la frescura y la inquietud para adquirir seguridad. Es personal, pero el modelo clásico impone su estructura. Son Qué descansada vida y La Profecía del Tajo.

Fray Luis es esencialmente platónico en la concepción de sus ideas y en su intelecto. Su creación de la vida parte de los arquetipos. Su conocimiento se orienta hacia el Primer Modelo. En la Oda a Salinas, Fray Luis une conceptos pitagóricos e ideas platónicas en una perfecta expresión de la armonía de las esferas.

El sentimiento religioso del agustino es muy fuerte. Al concepto platónico y al conocimiento intelectual de la naturaleza se le une un fervoroso sentimiento cristiano. A través de las traducciones de los Salmos busca a Dios por la poesía de la naturaleza. Esta idea emerge con toda su fuerza en dos poesías: en La Ascensión y Morada del Cielo. La poesía de Fray Luis es pasión de amor a Dios y a la belleza; un tratamiento clásico de la lengua castellana. El conocimiento que posee del latín, griego y hebreo llevan al autor a buscar los mismos efectos y nuevos enfoques sintácticos y gramaticales.

Y Fray Luis se incendia de amor. De amor a Dios, a la poesía, a la belleza. Ama el amor en sí. Se introduce en una bellísima erótica, estallante de sensibilidad, de mística incluso, por cuanto es su punto de partida en su primera obra en prosa, la traducción del Cantar de los Cantares:

bésame de besos de tu boca…

Comenta el amor y los enamorados, entra en los corazones que sueñan besos en los que el alma se escapa. Inunda cuanto le rodea de poesía, de amor de fuego. Juegos de galanura que aflorarán en esa joya que es La Perfecta Casada y que nos deja un delicioso cuadro del mundo femenino del siglo XVI.

Fray Luis, poeta, prosista, clásico, políglota, erudito. Síntesis perfecta del Renacimiento español.

Quién hubiera podido estar en su aula. Ver su rostro inteligente. Sentarse en los estrechos bancos de madera, abrir el libro por la página que indicase, y oír su voz, serena, profunda, modulada: Dicebamus hesterna die…

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