De vez en cuando me gusta dejarme llevar por el fortuito azar de los acontecimientos. Creo que es en esos momentos cuando uno se encuentra con cosas, personas, libros de los que jamás habría tenido noticia si siempre andamos preocupados en cumplir con un plan.
Me gusta Platón. Porque es un filósofo que siempre te tiene una sorpresa preparada. Cuando te sumerges en sus diálogos entras en una atmósfera diferente, más lúcida, más clara.
La fortuna me ha llevado en las últimas semanas a encontrar libros y referencias breves sobre este gran filósofo en temas aparentemente poco filosóficos como la ciencia. Esto me hace pensar que todo esto no es causal. Y no me refiero solamente que se detecta un nuevo interés por lo filosófico, no es sus esotéricas ramas académicas, sino la filosofía que se deriva del hacerse uno mismo las grandes preguntas: ¿quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Qué me depara el futuro? ¿Qué sentido tiene todo esto?
Y se han dado interesantes respuestas que de alguna manera se anticipan a este renovado interés por la filosofía en su acepción de búsqueda de respuestas, independientes de modas, corrientes o escuelas. Desde el conocido “Mundo de Sofía”, pasando por Lou Marinoff y su escuela de Asesoramiento Filosófico, hasta libros tan amenos como el de Fernando Savater titulado “Las Grandes Preguntas de la Vida”, destinado a un público especialmente sensibilizado para plantearlas, como los adolescentes.
Pero eso no es todo. Platón no se queda en una respuesta inmediata ante preguntas que si no se profundizan en una búsqueda comprometida, puede quedarse como una anécdota más de nuestra vida.
El caso es que iba leyendo libros para actualizarme en tema científicos, recordar nociones ya casi olvidadas. En uno de ellos, titulado “La ciencia en tus manos”, hay un ensayo dedicado a las matemáticas. Su autor, Miguel de Guzmán, cita un desconocido texto de una de los mayores matemáticos del siglo XX, Kurt Gödel, que dice así: “… (en matemáticas) la concepción platónica es la única sostenible. Con ello me refiero a la concepción de que la matemática describe una realidad no sensible, que existe independientemente tanto de los actos como de las disposiciones de la mente humana, y que sólo es percibida por ella, aunque probablemente de forma incompleta.” Gödel defendió siempre una concepción pitagórico-platónica de las matemáticas, frente a toda la corriente formalista que imperaba en su tiempo. La existencia de entes matemáticos que existen autónomamente resulta fascinante. Admitir un mundo donde la mente sea el equivalente a nuestros sentidos, resulta conmovedor y nos hace meditar sobre las implicaciones que esta afirmación puede traer. ¿Y porqué nos tendríamos que conformar con la existencia de un mundo mental? Cabrían otras alternativas posibles más allá de los estrechos límites de nuestros cinco sentidos.
Otro caso es el de Alfred North Whitehead, que es conocido como condiscípulo de Bertrand Russel. Ambos escribieron una de las más loables obras, “Principia Mathematica”, una de las más importantes obras de lógica matemática jamás escrita. Whitehead evolucionó posteriormente a posiciones más cercanas al platonismo. Él acuñó la frase de que “el pensamiento occidental no es sino notas a pie de página a la obra de Platón”. De Platón y no de Aristóteles. ¿Demasiado fuerte para admitirlo? Veamos.
Whitehead intentó conciliar la metafísica platónica con la intuición de que el mundo, la realidad, es cambiante, que evoluciona. Este autor influyó notablemente en Erwin Laszlo, filósofo de la ciencia, que buscando una explicación a los diversos enigmas planteados en las fronteras de las diversas disciplinas como la física, cosmología y psicología, admite la probable existencia de un campo unificador que sustenta y anima toda la realidad que percibimos, pero el cual resulta difícil de comprobar empíricamente pues estaría más allá de las últimas fronteras cuánticas (los límites del conocimiento empírico hoy por hoy) y, por tanto, inalcanzables a nuestra experiencia. Sería algo muy parecido a las novísimas especulaciones sobre el “vacío cuántico” (una vacío que en verdad no lo es), en cuyo seno se producirían fluctuaciones que harían aparecer la materia y la energía tal cual las conocemos en la actualidad.
Whitehead hablaba de “objetos reales” (las existentes en el espacio-tiempo) y “objetos eternos” (patrones ondulatorios generados por las entidades reales, pero cuya existencia es independiente de ellas). Ambos tipos de objetos, o niveles del universo, no estarían enfrentados ni serían excluyentes, sino que tendrían un nexo de unión, un punto de encuentro básico, que sería precisamente ese medio cósmico llamado “vacío cuántico”. Existiría una interacción constante entre ambos niveles, la evolución del universo se realizaría a través de dicha interacción. La influencia entre ambos dimensiones sería mutua. Y Laszlo dice que la realidad de los objetos eternos (ideas o arquetipos platónicos) habría que rastrearlos a niveles subcuánticos de esa energía virtual que esta presente por todo el universo, citando expresamente el nombre del filósofo griego. No se admite la idea del azar, sino que hay una idea ordenada, matemática, en el trasfondo de todo lo manifestado físicamente, como una compleja función de onda que coordinase el aparente caos que de forma inmediata parecemos percibir en la realidad sensorial.
Estas ideas son extremadamente complejas, qué duda cabe. Y yo no estoy precisamente muy capacitado para exponerlas. Sólo trato de resaltar aquello que me ha impresionado de las reflexiones filosóficas y científicas orientadas a las grandes preguntas pueden darnos convergencias curiosas.
La desgracia es que hoy impera el pensamiento débil. Una de sus consecuencias es la falta de fuelle a la hora de cuestionarse estas preguntas radicales que todos nos hacemos a solas, y orientar toda una vida en la búsqueda de sus respuestas… el científico en la ciencia y el filósofo en la metafísica, el artista en el arte… Hoy se opta por lo inmediato, lo cómodo, lo cercano, lo rentable… Y estamos llegando a la paradoja de que los descubrimientos científicos de vanguardia no tienen filósofos a la altura de tales retos. Muy pocos se plantean elaborar el nuevo paradigma que los acomode, para que todos y cada uno medite sobre sólidos razonamientos dónde nos encontramos. Tenemos una filosofía decimonónica, cargada de un materialismo y cientifismo pasados de moda, cuando no claramente reaccionarios.
Por eso la vuelta a Platón no es casual. Es un síntoma de que, como nadie se atreve a ser el Platón del siglo XXI, tenemos que acomodarnos a lo que el sabio griego nos legó, con sus limitaciones. Porque sus intuiciones tampoco parece que estuvieran mal encaminadas. El filósofo griego y el físico moderno miran la misma realidad… Parece lógico que lleguen a conclusiones cercanas, sólo que expresadas en lenguajes diferentes
No obstante, nadie me va a convencer de que 2500 años de distancia temporal sean un obstáculo, cuando con honestidad se plantean las grandes preguntas al universo, la vida y la conciencia que late en cada uno de nosotros.
Bibliografía:
– El mundo de Sofía.- Jostein Gaarder.- Siruela, 1999
– La ciencia en tus manos.- Pedro García Barreno (Director). Espasa-Calpe. 2001
– El Cosmos creativo.- Erwin Laszlo.- Kairós. 2006
– Las preguntas de la vida.- Fernando Savater.- Ariel. 2000