Tintoretto
Escuela de San Rocco, Venecia
En estos meses el maestro renacentista ha venido a hacer una visita a Madrid, y se encuentra, en todo su esplendor, en el Museo del Prado. Por eso en marzo hemos querido rendir nuestro particular homenaje al genio comentando uno de sus lienzos.
La composición se enmarca en un rectángulo, un cuarto de círculo y una esfera. El círculo es un gran remolino de nubes del que surge el Creador, como trascendiendo el Universo, girado en un hermoso escorzo para contemplar el acto de Moisés, inspirado por él.
Dentro del semicírculo, como aislado del resto, Moisés golpea la roca con su cayado. El agua que brota semeja un río de luz, tan transparente como el aire del círculo divino. En el interior del arco, el patriarca parece encontrarse dentro de la sección de mandorla de alguna catedral gótica, absorto en su cometido.
En el rectángulo, el pueblo hebreo, errante por el desierto, se apresta a recibir el don. Pero sólo uno de ellos está lo suficientemente alerta como para tener dispuesto un cántaro y recoger el agua; los demás, o acercan platos inútiles o apenas han salido de su abandono, en una clara alusión a cómo hay que estar preparados para la llamada de Dios.
Al fondo, extraños guerreros parecen librar una batalla que desconocemos, en unos tonos claros por completo distintos al resto de la paleta, que es ocre y oscura, con muy pocas pinceladas luminosas.
Los ropajes, móviles y amplios, siguen la moda del momento, sin tener en cuenta la vestimenta real de los hebreos: la mujer escotada, con los brazos al aire y el cabello artísticamente peinado, casa mal con la realidad de los caminantes del desierto.