El jade y el agua. Suaves los dos, hermosos, de un puro color verde la piedra y verde el agua cuando los árboles de la espesura se reflejan en ella. Pero una es dura y otra es blanda. Como el corazón del guerrero cuando lucha y ama. Por eso, en mi lengua maya, jade y agua se escriben con un jeroglífico muy similar. Por eso me hicieron de jade, a mí, al dios Hacha, para que talara árboles con mi dureza, pero los bendijese al mismo tiempo, en los campos, con la asociación del agua a mi trabajo.
Mi tierra de Costa Rica, donde ayudé a los hombres, era una zona llamada Guanacaste-Nicoya. Los que allí vivieron hacían hermosas vasijas de cerámica color tierra, con dibujos rojos y colgantes de oro en forma de aves, mazas ceremoniales y figuras brillantes de tierra cocida. Hicieron magníficos metales para moler el maíz que los dioses protegían en su crecimiento. También muchas figuritas de jade.
El jade place a los dioses porque es brillante y suave. Se desliza en la mano como el agua y es igual de fresco y calmante en su tacto. Yo soy de jade y de agua. Así se muestra en los símbolos de Tlaloc, dios de la lluvia, también tallados en jade.
A mi me hicieron hacha.
En manos de los hombres corté con mi filo los árboles que estorbaban, para plantar el maíz y el resto de los alimentos necesarios. Corté los duros tallos de las plantas de los campos, y ayudé a abrir en el suelo los agujeros-matriz de semillas fecundas. Fui duro y tenaz.
Corté sin piedad porque soy hacha.
Me escurrí suave en las manos de los hombres que trabajabann por la subsistencia de sus familias. Me amoldé amable al hueco de sus manos, fui fresco y casi balsámico para sus callosidades de campesinos.
Porque también soy agua.
Mira mi rostro. No es violento, no amenaza. Tiene una mirada inteligente y suave, y los brazos caídos a lo largo del cuerpo indican que no te impongo nada, que te dejo hacer.
Porque eres tú, hombre, quien tiene que saber manejar el jade y el agua, lo duro y lo suave, lo que corta y lo que da vida, lo que se destruye y construye, lo que hace el mal, y lo que hace brotar el bien. Tú tienes que saberlo, y lo sabes. Por eso me hiciste de esta hermosa piedra verde. Los dioses lo grabaron en tu mente al mismo tiempo que grabaron en el cielo el camino de las estrellas.
Tú sabes manejar el hacha. Piedra y agua.