La palabra “sincronicidad”, cuyo principio lanzara el psiquiatra suizo Jung en el año 1951, se ha convertido ya en parte de nuestro vocabulario, la utilizamos en cuanto nos sobreviene una casualidad poco usual, como por ejemplo, recibir una llamada de alguien a quien, justamente, íbamos a llamar; o pensar en alguien que hace mucho no vemos y con quien nos cruzamos al día siguiente en la calle.
También cuando leemos un libro y, de pronto, empezamos a ver cosas relacionas con el contenido de la lectura.
Todos hemos sentido alguna vez esa extraña sensación de que algo nos une a los acontecimientos que nos rodean, sin explicación lógica. Pero cabe preguntarse si no será simple casualidad, sólo un juego de azar que nos hace sus víctimas. Hay estudios matemáticos al respecto que así lo afirman. Dicen estos cálculos que las probabilidades de que en los próximos veinte años nos suceda una coincidencia extraordinaria es del 52%. O dicho de otra manera: las probabilidades de que uno, de entre veinte de nuestros amigos, tenga una maravillosa experiencia que contar a lo largo de un año, es superior al 50%.
Sin embargo, si centramos el estudio en la persona que vive una de estas sincronicidades dejando de lado las estadísticas, la otra posibilidad es quedar asombrados por lo “extraño” de los acontecimientos. Para ilustrar lo dicho recomendamos el libro Why do Buses Come in Threes, escrito por dos matemáticos británicos y que es difícil pasar por alto, con numerosos ejemplos al respecto.
Otro caso es el de Newton y Leibniz, que desarrollaron paralelamente el cálculo infinitesimal. Y no es éste el único caso en que científicos descubren y plasman algo simultáneamente en diversos puntos del planeta.
¿CASUALIDAD O CAUSALIDAD?
Jung decía que, ante esto, se pueden hacer tres cosas: tomarlas como una casualidad fortuita, cerrando la mente a la evidencia; llamarlas magia o telepatía sin más; o entender que pueden ser un punto de partida para investigar lo que parece ser un principio vinculador “acausal” y ver hasta dónde nos lleva.
En estas investigaciones, Jung estuvo acompañado de Kammerer, que aportó su “Ley de Serialidad” anterior a la de sincronicidad; de J.B. Rhine y sus experimentos estadísticos con naipes; y también le ayudó Wolfgang Pauli, Nobel de Física en 1945, que aportó su “Principio de Exclusión”, y que además escribió sobre los fundamentos de la física cuántica. Las investigaciones de todos ellos, aunque son abordadas desde puntos diferentes de vista, insinúan la existencia de una “extraña fuerza” empeñada en ordenar y vincular ciertos acontecimientos, como si hubiera una ley que pone “orden” en los sucesos caóticos de la vida de forma continuada.
En ese sentido la sincronicidad no sería un suceso acausal, sino que, por el contrario, tendría una causa, aunque desconocida para nosotros, que escapa a los parámetros del espacio y el tiempo, pues vincula presente, pasado y futuro, además de no importar las distancias en su manifestación.
UN CAMBIO DE PERCEPCIÓN
Al parecer, algunas de estas experiencias se dan cuando una persona cambia su forma de percibir la realidad, cuando su creencia de cómo son las cosas se amplía a nuevas ideas o está a punto de hacerlo. Entonces, es “fácil” que sobrevenga una secuencia de coincidencias externas que “reafirman” el nuevo punto de vista interno, insinuando la existencia de un“elemento unificador” entre el hombre y el mundo que nos rodea.
Ramón Marqués, en su libro Descubrimientos estelares de la física cuántica, explica que es lógico que nos resistamos a admitir otras leyes que no sean las de causa-efecto, donde una parte local recibe la acción de otra parte contigua, pero, en lo que él llama “campo puro” (esa extraña fuerza de la que hablábamos y que tiende a ordenar y vincular), rigen leyes no-locales y, por lo tanto, influencias que no se pueden explicar con nuestra lógica de causa-efecto. Las partes influyen sobre las partes y éstas son influenciadas, a su vez, por ese principio de Unidad.
De todas formas, Jung dejó su estudio abierto y, más que demostraciones, introdujo hipótesis como puntos de partida para la investigación de un campo casi inexplorado por la ciencia, y que, inevitablemente, se funde con la filosofía.