Aunque no ves mi flecha, hiende el aire. Heracles de Egina, Heracles de Hispania, qué más da. Soy el hijo de Zeus y Alcmena, y mi vida terrenal fue el trabajar, el romper los imposibles, el enfrentarme a los desafíos.
¿Y la tuya?
Viajé por Nemea, por Lerna, por Cerinea y Erimanto. Llegué a la Hispania del Sur, a la Tartessos de Gerión, hijo de Crisaor y Calirroe. Amé las tierras que pisé, porque cada una de ellas me brindó sus brisas y sus aguas, sus cielos y sus árboles. Porque en cada una de ellas, mi sudor fue riego de nuevos frutos.
¿Y el tuyo?
Me destinaron a no tener reposo, porque no lo tiene aquél a quien los Dioses han señalado con su dedo. Descansan los muertos, hasta nuevos trabajos. Nunca deben hacerlo los vivos.
¿Y tú?
Maté a Gerión con mi flecha. Lo siento. Era un gran hombre, fuerte y aterrorizador. Pero era mi deber. Si el Guerrero no cumple su deber, ¿quién lo cumplirá? Si el héroe no obedece a sus Dioses, ¿Quién los obedecerá? Caco me robó dos bueyes, y también lo maté. Si el hombre divino no hace justicia, ¿quién la hará? ¿Tú la haces?
Robé las manzanas de las ninfas Hespérides, hijas de la Noche. Conté siempre con la ayuda de Atenea y de Hermes, la sabiduría y la astucia.
Nada es posible sin ambos aliados, sin hacer compatible la mente y la habilidad, el conocimiento y el ardid. Porque ambas cosas participan del hombre y del Dios. Y yo soy ambas cosas.
¿Y tú?
Bajé al infierno y vencí a Cerbero. Cerré los ojos de sus tres cabezas y aquieté para siempre su cola de dragón. Fue mi último trabajo, signo zodiacal, camino de los astros, llámalo como quieras. Mi padre lo ordenó y yo lo hice. Del fin de la tierra al fin de la tierra, de Occidente a los Inferos, luché y fui vencedor. Cumplí mi destino y fui grande.
¿Lo eres tú?
Hispano, en tus tierras del sur están mis columnas. Con ellas separé y uní las dos tierras, la de Gerión y la de Atlas. Tierra de África y de Europa, siempre cerca y siempre tan lejos. Soy griego, sí, pero tanto estuve en tu Ophiussa que me quedé en buena parte para siempre entre vosotros. Desde mi faro recorro cada noche las sombras de la mar.
Incluso me habéis guardado en el escudo de Gadir.
Mis flechas, aunque no las veas, hienden el aire hasta clavarse en el corazón del Guerrero.
Se llaman fuerza, deber, obediencia, victoria…
¿Y las tuyas?