“Masada es, ante todo, un símbolo de la resistencia, que nos recuerda a la Numancia ibérica o a Sagunto, pues sobre aquella escarpada colina, un grupo de rebeldes rechazó hasta la extenuación el asedio romano”.
Con el automóvil de Pierre, nuestro amigo en Israel, fuimos descendiendo progresivamente desde Tel-Aviv hasta el Mar Muerto a unos cuatrocientos metros bajo el nivel del mar, mientras a la vera de la carretera se iba anunciando, con marcas indicativas, el paulatino descenso. Nos desplazábamos por comarcas cargadas de historia, tanto antigua como reciente, pues Oriente próximo es un hervidero de pueblos que confluyen entre los armisticios y la guerra y parece un sino del que no pueden desprenderse. En este contexto, mientras atravesábamos a través de los conflictivos “territorios” la conversación se centraba en nuestro objetivo: Masada. Masada, su nombre proviene de la romanización del término hebreo Metzada que significa fortaleza. Es un conjunto de palacios y fortificaciones, que se parapetan en la cumbre de una montaña amesetada, en la región oriental del desierto de Judea, desde la que se divisa la costa suboccidental del Mar Muerto, a unos kilómetros del cercano oasis de Ein Gedi, de Sodoma y no lejos del Qum-Ram donde se encontraron los importantes manuscritos de la comunidad esenia y de las montañas de Moab. La meseta se encuentra a unos cuatrocientos cincuenta metros sobre el nivel del Mar Muerto, lo que equivale a unos cincuenta metros sobre el nivel del Mar Mediterráneo y nos presenta una estructura, con forma romboidal, de unos seiscientos metros de longitud por unos trescientos metros de ancho en una superficie de unas casi diez hectáreas. De sus orígenes a nuestros días. Según las crónicas, la construcción del primer emplazamiento fortificado en la cumbre amesetada de Masada se debe a Jonatan, el Supremo Sacerdote, a quien se le identifica como Hamosdeo Alexander Janeo (entre el 103 y el 76 antes de nuestra Era), en base a monedas encontradas en el sitio por los arqueólogos. Sin embargo, el momento clave de Masada hay que atribuirlo a Herodes el Grande, que reina entre los años 37 a 4 antes de nuestra Era y que elige a Masada como lugar de retiro y sitio estratégico para protegerse, tanto de los enemigos externos como de los internos, en un complejo reinado en el que tiene que enfrentarse a los Partos a quienes vence gracias a esta magnífica fortaleza. Herodes envía a Masada a su madre, a su prometida y a su hermana con el fin de protegerlas de la invasión parta y su hermano José es quien se encarga de liderar la resistencia contra las fuerzas partas. Cuando están a punto de sucumbir por la escasez de agua, son salvados por una lluvia providencial que llena las cisternas y les permite continuar y no perecer de sed. Gracias a esta resistencia, Herodes es nombrado, en Roma, Rey de Judea y decide hacer de Masada su reducto mejor fortificado, para lo cual dota a la construcción de una gran muralla y edifica un palacio en el escalón superior norte y, en el de más abajo, otro, para recibir y albergar a sus invitados con unas vistas impresionantes sobre el Mar Muerto y el desierto de Judea. Herodes el Grande muere en el año 4 antes de nuestra Era y posteriormente se produce la anexión de Judea al imperio romano y se establece en el lugar una pequeña guarnición. Mucho tiempo después, en el año 66, se origina el levantamiento antirromano y la toma de Masada por los sicarios que se asientan en la fortaleza y la convierten en un reducto de resistencia. Años más tarde, después de la famosa resistencia contra Flavius Silva, cuando Masada vuelve a caer en manos romanas, su preponderancia languidece, hasta que éstos la abandonan definitivamente, quedando durante cientos de años a merced del sol y los vientos, hasta que, en el periodo bizantino en el siglo V de nuestra Era, un grupo de monjes ermitaños levanta en Masada un pequeño monasterio, aprovechando el ambiente de recogimiento y silencio que brinda la meseta. Se cree que fue durante el siglo VII cuando la comunidad abandonó el lugar ante el avance del Islam. Los árabes la bautizaron como “A-Saba”( es-Sebbeh en árabe). Hasta el siglo XIX, la meseta y los restos de las fortificaciones y los palacios permanecen olvidados y habrá que esperar a que los viajeros y aventureros románticos vuelvan a descubrirla, como los americanos Robinson y Smith en 1838, o Condor, que en 1875 levanta un mapa de la zona y sus alrededores y más tarde, en 1932 será Shulten quien estudie los campamentos romanos que sirvieron para el sitio de Masada. Masada va entrando en el imaginario colectivo como un símbolo de rebelión y libertad, cuando se traduce al hebreo por Simjoni “La guerra de los judíos” de Flavio Josefo y Lamdan en 1927 escribe el célebre poema “Masada”. Durante la década de los años cincuenta se realizan varias y minuciosas excavaciones arqueológicas y durante la década de los años sesenta el arqueólogo Igael Yadin lleva a cabo las excavaciones necesarias con el fin de sacar a la luz las estructuras arquitectónicas de Masada que se encuentran en muy buen estado de conservación. Estas investigaciones fueron continuadas por otros arqueólogos de la Universidad Hebrea de Jerusalén. En el año 2001, se incluye a Masada en la lista de la UNESCO de los sitios del Legado cultural de la humanidad. Un recorrido inolvidable. Para subir cogimos la entrada del Este, donde por medio de un teleférico superamos el llamado Sendero de la Serpiente, que muchos hacen a pie, y que conduce hasta la puerta del mismo nombre donde aún se pueden ver los bancos en los que descansaban los guardias y que servían, también, para que las visitas esperaran hasta recibir la autorización de entrada. La restauración que han realizado los arqueólogos es impecable y se ha hecho con esmerado cuidado y en las paredes reconstruidas se marca con una línea negra la diferencia entre el material original y el agregado, lo que permite al visitante hacerse una mejor idea de cómo era la Masada original. Se piensa que la mayor parte de la fortaleza fue destruida como consecuencia de una serie de terremotos, de los cuales se guardan referencias, ocurridos en el siglo VI. Cercana a esta entrada se encuentra la Residencia del Comandante de la fortaleza, en muy buen estado de conservación, cuyas habitaciones están decoradas por coloridos murales. Para llegar al Despacho del Comandante se pasa por dos columnas y se entra en las habitaciones con artísticas decoraciones, llevadas a cabo por la técnica del “fresco” (se preparaba el fondo de la pared y cuando el revoque aún estaba húmedo se pintaba con colores fuertes que se absorbían en la masa mientras se secaban). Al lado se encuentran los almacenes que se distribuyen como habitaciones alargadas comunicadas por pasillos y donde se llegaron a guardar numerosas provisiones, de cuya calidad y exquisitez se maravilla Flavio Josefo en su relato. Lo que nos refleja el refinamiento de Herodes que se hacía traer las provisiones de los sitios más recónditos (vino del sur de Italia o salsa de pescado (garum) del Sur de España). Nuestro grupo recorrió los restos arqueológicos con un silencio reverencial, mientras en cada esquina o en sus paredes estucadas pasábamos las palmas de nuestras manos con el fin de retener la energía que se guarda en aquellos recintos y tratar de rememorar rostros o escenas del pasado… Una de las construcciones más emblemáticas de Masada es el Palacio Norte, que se levanta sobre tres terrazas de roca natural con una diferencia de altura de unos treinta metros y una vista espectacular sobre el Mar Muerto. Llama la atención la solidez de los muros de contención de tan compleja estructura arquitectónica que vuelve a señalar el espíritu refinado del rey Herodes. Se piensa que el rey y su familia residían en la plataforma superior, que, por otra parte, se encuentra vecina a las termas y que las dos plataformas inferiores servirían para agasajar a los invitados o para realizar fiestas o ceremonias, dado que resulta más recoleta y más protegida de los vientos y del sol. El estilo recuerda al modelo arquitectónico clásico romano y helenístico y sobre el muro exterior aún se conservan columnas adosadas con capiteles corintios. Sobre unos de estos capiteles se posó uno de los pájaros característicos del lugar y mientras fotografiábamos su bella imagen comenzamos a “dialogar” con él imitando sus trinos, mientras se prestaba a nuestro juego respondiendo a cada intento de nuestro gorjeo. La plataforma superior presenta una balconada semicircular, impresionante sobre el precipicio, que en su origen estaba rodeada de una columnata. La zona residencial se encuentra flanqueada por dos columnas aún en pie y se compone de cuatro habitaciones y una sala intermedia, pavimentada con pisos de mosaico con motivos geométricos y las paredes decoradas con murales al “fresco” con imágenes vegetales o geométricas o dibujos imitando el mármol, mientras que las paredes exteriores se recubren con estuco. En el refinado estilo de vida de Herodes no podían faltar las termas. Se encuentran cercanas al Palacio norte y están estructuradas al modo romano. Un atrio, para practicar gimnasia, el apoditrium, que servía de vestuario, el tepidarium, la sala tibia, el frigidarium, la sala fría con una piscina con gradas y el caldarium, la sala caliente cuyo piso doble se encontraba suspendido sobre columnas de cerámica y de piedra. Aún hoy puede verse a la perfección el sistema de funcionamiento, cómo el aire caliente pasaba por debajo del doble piso entre las columnas (hipocausto) y subía por caños de cerámica incrustados en las paredes que venían desde la caldera. Más allá del complejo residencial, hacia la zona occidental, se puede seguir el itinerario para visitar los edificios administrativos que seguramente sirvieron para los funcionarios de Herodes, la Sinagoga que fue construida durante su reinado y que, posteriormente, cuando Masada fue tomada por los Sicarios rebeldes se agregan algunos bancos y un habitación en la esquina de la sala. Luego, el Columbario que se compone de dos torres cuadradas para la cría de palomas y que denota el sistema de comunicación de la época. La meseta de Masada es muy amplia y hacia la parte sur nos encontramos con el Palacio occidental, el más grande de los edificios de la fortaleza construido, también, durante el reino de Herodes, probablemente para albergar a los nobles y a visitantes amigos, a lo que hay que unir, más al sur, otros dos pequeños palacios y que, tanto aquél como éstos, fueron reutilizados, siglos más tarde, como viviendas por los rebeldes. En esta zona nos asomamos para ver la rampa de asalto, construida con el fin de penetrar en la, hasta entonces, inexpugnable Masada y que aún se conserva, construida sobre el llamado Camino de la Roca Blanca, conformando una de las mayores estructuras de asedio de la época romana. Tras utilizar toneladas de piedras y tierra lograron una rampa de unos doscientos metros de base por cien metros de altura con una inclinación de un cuarenta y ocho por ciento y, en su parte superior, una plataforma cuadrada de unos veintidós metros de lado para poder colocar la torre con el ariete. Al observarla desde lo alto de la fortaleza pensamos, con cierta tristeza, lo duro que tuvo que ser para los rebeldes sicarios ver como sus días llegaban a su fin. En el centro de la explanada se encuentran las Barracas donde se albergaría la guarnición de Herodes y la Iglesia Bizantina que habían levantado, siglos más tarde, los ermitaños bizantinos y que se encuentra en muy buen estado de conservación. Especial referencia merece el sistema de abastecimiento del agua sobre todo en una zona tan desértica como la que emplaza a Masada. El rey Herodes realizó en su época una impresionante obra de ingeniería, ya que a través de diques construidos en los arroyos cercanos se desviaba el agua de las inundaciones por medio de unos canales artificiales que llenaban a rebosar doce cisternas excavadas en dos niveles diferentes de la ladera del monte, con una capacidad de unos cuarenta mil litros cúbicos de agua y de las cuales, por medio de burros, se transportaba el agua a las cisternas de la cima del monte por la llamada Puerta del agua. En la zona occidental, cercana a uno de los miradores, existe una maqueta de metal donde pudimos reproducir con asombrosa perfección, echando agua con un pequeño cubo, el sistema de abastecimiento de aguas por los canales exteriores que nos hicieron percatarnos de la magnífica obra de ingeniería que era Masada. También, desde allí, se puede apreciar la estructura de los campamentos romanos, (desde esa ladera se ven el quinto y el sexto, pero en total se pueden reconocer las estructuras de ocho campamentos situados alrededor del contorno de la fortaleza), la tumba de los zelotes y parte de la rampa de asalto. Tanto las termas como el sistema de abastecimiento de agua nos muestran la cultura del agua que se había desarrollado en Masada, sin olvidar la enorme piscina sur que servía para la natación y era utilizada por el rey y su familia con una capacidad de quinientos cincuenta metros cúbicos de agua, así como los diferentes Mikvá que se han encontrado con la función ritual de purificación por el agua. La resistencia. Se trata de todo un símbolo de la resistencia, que nos recuerda a la Numancia ibérica o a Sagunto, pues sobre aquella escarpada colina, un grupo de rebeldes rechazó hasta la extenuación el asedio romano. Aunque Plinio y Estrabón hablan de Masada, ha sido gracias a la obra del escritor judeoromano Flavio Josefo (Yosef ben Matatiahu), en su “Guerra de los judíos” como hemos llegado a conocer la heroica resistencia, dado que la fortaleza se convirtió alrededor del 73 o 74 de nuestra Era en el último bastión rebelde de Judea. La tensión entre los judíos y los romanos ya llevaba algunos años pues los zelotes (kana’im, celosos de Dios) se habían sublevado con el fin de liberar a Judea de la dominación romana que junto con los sicarios (sicarii, así llamados por el puñal curvo, sica, que llevaban) representaban el frente opuesto al poder romano. En efecto, en aquel año de la rebelión, un grupo de sicarios encabezados por Menajem ben Yehuda, el Galileo, asaltó y aniquiló la guarnición romana ocupada por una cohorte de la Legio III Gallica asentada en Masada. Una vez tomada Masada por los sicarios, éstos se encontraron con numerosas reservas de hierro, bronce y plomo con el que se podían fabricar armas, con almacenes repletos de trigo, aceite, dátiles y vino en perfectas condiciones que curiosamente se habían mantenido en buen estado durante años gracias al clima seco del desierto. Flavio Josefo relata que las provisiones se encontraban en buen estado “a pesar de haber pasado más de cien años desde el día en que se colocaron allí”. A ello había que agregar enormes cisternas que se llenaban con agua de lluvia o a través de canales exteriores que representaban, como ya se ha señalado, una magnífica obra de ingeniería y que hacía del lugar un punto idóneo para resistir cualquier asedio. Una vez asentado este primer grupo, muy heterogéneo, en el que junto a los sicarios se agrupaban probablemente esenios y samaritanos, en el 70, como consecuencia de la caída de Jerusalén por el ataque destructivo de Tito, que no dejó “piedra sobre piedra”, un nutrido grupo de sicarios con sus familias se desplazó a Masada; y lo hicieron acompañados, según Flavio Josefo, por Eleazar ben Yair, un personaje determinante en nuestra historia, quien se hizo, a partir de entonces, cargo del mando de la fortaleza que se convertía, así, en el último baluarte de la sublevación judía. Con el fin de acabar con este reducto de resistencia, la décima legión romana con el gobernador Flavius Silva como comandante al mando de la Legio X Fretensis se desplazó de Jerusalén a Masada con la idea de poner sitio a la fortaleza, acompañado por una guarnición de unos ocho mil soldados que se asentaron en ocho campamentos alrededor del muro de circunvalación y cuyo trazado se puede ver aún hoy. Dado que la fortaleza resultaba inexpugnable, el sitio duró varios meses hasta que Flavius Silva decide realizar el asalto para lo cual comienza la construcción de una rampa de tierra, reforzada por vigas de madera sobre la ladera occidental y de la cual, como ya he señalado, aún quedan vestigios. Con el fin de evitar las flechas de los sicarios contra los romanos, éstos emplearon, para su construcción, a prisioneros judíos lo que moralmente impedía a los asediados defenderse. Entonces, los sicarios construyeron un segundo muro de madera y piedras. Terminada la rampa de desplazó hasta el muro una torre de asalto con ariete, con el que lograron derribar el muro exterior, pero se encontraron con ese segundo muro que tuvieron que quemar con el fin de superarlo. Eleazar ben Yair comprendió que el asedio llegaba a su fin y ante la posibilidad de caer prisioneros y esclavos de los romanos, cuenta Flavio Josefo, que arengó a sus huestes diciéndoles: “hace tiempo hemos llegado a un acuerdo de no someternos a los romanos, como tampoco a otras fuerzas que quieran dominarnos. Sólo ante Dios nos rendimos, sólo El gobierna al hombre con la justicia y la verdad” y a continuación les propuso realizar un sacrificio en el que, por sorteo, elegirían a diez de entre ellos que debían degollar a los demás; y, de entre los diez, uno de ellos terminaría con los nueve restantes y luego se inmolaría quemándolo todo con excepción de los graneros a fin de demostrar a los romanos que no se morían por falta de alimentos sino por resolución heroica. Se han encontrado algunas ostracas (inscripciones sobre trozos de cerámica) con nombres en hebreo, entre los que destaca el del jefe de la guarnición Benyair y que el arqueólogo Igael Yadin atribuye a las piezas con las que se realizaron los sorteos la noche en que debían elegirse los diez encargados de acabar con el resto. Finalmente, la historia se conoce, según nos relata Flavio Josefo, porque dos mujeres y cinco niños que se habían refugiado en las cisternas, logrando salvarse, narran lo sucedido en el interior de la fortaleza la noche anterior a su caída en manos romanas. Masada, hoy, se ha convertido en un símbolo de la resistencia y un testimonio permanente de la lucha contra la tiranía y en favor de la libertad, por eso aún en nuestros días los jóvenes de Israel dicen Masada “lo tipol shenit”, es decir, Masada no caerá una segunda vez…