Historia — 1 de abril de 2008 at 10:18

El casco ciego

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En Grecia, hace miles de años, protegí la cabeza de un guerrero.

El sol destellaba en mi bronce creando un mar de luces agitadas en el campo de batalla; y tan cruel era su resplandor como el filo de las espadas.

Pero yo no lo veía. Yo soy ciego.

El valor del guerrero está dentro de mí, y yo le protejo. Él es quien combate, quien se lanza contra las cerradas huestes contrarias, viendo el campo de batalla a través de mis ojos vacíos.

Yo soy ciego. Yo soy como el destino, que va con vosotros a la batalla, que rodea con dureza impenetrable la fragilidad de vuestras vidas, pero no tiene ojos. Los ojos son vuestros. Miráis a través de mí, y con un movimiento me hacéis avanzar, retroceder, atacar. Vosotros vais a la guerra, a la batalla del Kurushetra, sabiéndoos vencedores bajo el casco; ojos que ven bajo el ciego Destino.

Estoy orgulloso de haber sido arma de guerra entre los héroes griegos. Testigos de una época en que las batallas estaban presididas por los dioses y las sibilas decían si el día de su comienzo era fausto. En que el honor del guerrero era más apreciado que el regreso con vida a los lares patrios. En que los capitanes invitaban a sus hombres a cenar en el Hades. En que Héctor y Aquiles y Patroclo escribieron la definición de amistad en el campo de la liza de Troya.

Y allí estaba yo, el casco ciego con ojos de guerrero. Los ojos, hace mucho que se cerraron. Mis cuencas vacías siguen viéndolo todo. Sigo siendo amparo del destino, protección contra lo que ha de venir.

Pero recuérdalo. Solo, nada puedo. En la paz sería objeto para vitrina, y en la guerra metal pesado para tu cabeza. Necesito tu fuerza, tu inteligencia, tu discernimiento para distinguir el camino que nos lleve a la victoria.

El Camino del Guerrero.

La Victoria del Héroe.

 

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