Hay una grandiosidad de Venecia de la que muy pocos hablan. Un secreto escondido en sus entrañas que otorga aún más valor, si cabe, a la monumentalidad de este enclave histórico.
Muchas veces hay algún rincón del planeta que nos llama la atención por su magnificencia, su colorido, la sensación de grandiosidad que nos transmite o por el arte que rezuma. Venecia es una de esas ciudades distinta a todas las demás. Casi todos los que la han visitado, en una u otra época del año, la describen como única.
Efectivamente, Venecia es única por su maestría y disposición. Sus palacios y sus templos, sus canales, puentes y fachadas son tan numerosos que el visitante se embriaga de cultura en un paseo por esta ciudad e, incluso, como los guías comentan con humor, el visitante puede llegar a intoxicarse de tanto arte.
Sin embargo, hay una grandiosidad de Venecia de la que muy pocos hablan. Un secreto escondido en sus entrañas que otorga aún más valor, si cabe, a la monumentalidad de este enclave histórico.
Para entenderlo tendremos que hacer una pequeña descripción geológica del lugar. Venecia ocupa el centro de una laguna. Una serie de cordones litorales le sirven de barrera natural con el mar, y a través de las aberturas en esta línea arenosa de costa, el agua salada del Adriático penetra en la laguna veneciana.
La profundidad de esta laguna nunca fue mucha. De hecho, la difícil derrota a seguir por los barcos que quieran aproximarse a Venecia ha sido la que ha mantenido la ciudad relativamente a salvo durante los siglos. Nadie que no fuera veneciano, capitán de nave y experto en la materia, podía acercar un barco al embarcadero de San Marcos, al corazón de la ciudad, y de esta manera quedaban descartadas las invasiones.
En el centro de esta laguna se agrupan 118 islas. Pequeñas elevaciones cenagosas que, más o menos cerca unas de otras, conforman el conjunto monumental y artístico de la ciudad. Minúsculos islotes, de apenas unas decenas de metros unos, un poco más grandes otros, todos agrupados, urbanizados y enlazados por 400 puentes y 177 canales donde no hay ni un centímetro de tierra desaprovechado.
Pero la naturaleza de estos islotes sigue siendo lo que eran hace miles de años, cuando la corriente de distintos ríos se tropezó con el mar y sedimentó en el fondo cenagoso los materiales de erosión. Las islas que componen Venecia son, en su mayor parte, puro barro.
El barro no es un buen cimiento para construir. Nada puede tener una adecuada sustentación si está erigido sobre barro. Además, en el caso de Venecia, no sirve la solución de excavar profundamente hasta encontrar un sustrato de roca sobre el que construir sólidamente. Venecia es una laguna, y su capa freática está prácticamente a nivel del suelo, tanto, que en las mareas altas del invierno todos sabemos que se inunda. Al excavar, lo único que se saca es fango y más fango. Venecia no tiene cimientos. En Venecia no se debería poder construir…
Pero todos sabemos que en Venecia se ha construido, mucho y bien. ¿Cómo solucionaron los venecianos este enorme y aparentemente insalvable problema? Con tenacidad. Si no se podían sacar pilares del subsuelo, los pilares fueron traídos desde otros sitio. Pilares en forma de gruesos troncos de árbol. Miles de troncos de árboles, millones de troncos. El subsuelo de Venecia alberga una infinitud de gruesos pilotes de madera. De buen roble principalmente, aunque también se sabe que utilizaron cipreses y otras coníferas.
Por poner un ejemplo, debajo de la iglesia de Santa María de la Salud se colocaron la friolera de 1.106.000 de estos pilotes. La iglesia de San Marcos tiene en sus basamentos algo menos, y todos y cada uno de los edificios venecianos con vocación de historia están levantados de este modo. En las entrañas de Venecia podemos encontrar, quizás, el bosque más tupido de Italia. Un bosque que permite que hoy admiremos, todavía, edificios con más de mil años a sus espaldas, tan bellos como el Palacio de los Dux, o tan esbeltos como el Campanil de San Marcos, uno de los más altos del país latino.
Claro que sobre barro no se puede edificar. Pero lo imposible siempre puede ser sobreseído con ingenio y tenacidad. Venecia viene demostrándolo desde hace siglos.