Las irritaciones de garganta son una de las razones principales por las que los niños dejan de ir al colegio en invierno, y también una molestia que muchos de los adultos, en un momento u otro del año, sufrimos, y aunque generalmente no nos impide realizar nuestras actividades cotidianas, la sentimos como un lastre, por el cansancio que supone el hecho de que nuestro cuerpo esté ocupado “enfrentando el problema”.
Se llama garganta a la zona anterior del cuello, y comprende anatómicamente el espacio interno que va desde el velo del paladar hasta la entrada del esófago y la laringe. Coincide fundamentalmente con la faringe, un espacio de intersección entre la boca y el esófago, que permite la toma y salida tanto de aire como de alimentos. Tiene varias aberturas por las que comunica con las fosas nasales, con la trompa de Eustaquio (o conducto auditivo), con la laringe y con el esófago.
Cuando nos duele la garganta podemos estar ante una amigdalitis (también llamada rinofaringitis). Es decir, la inflamación puede afectar propiamente a la faringe o a los tejidos linfoides colindantes, que son las amígdalas y los adenoides, localizados en la parte posterior de la boca, junto a la campanilla, y en la parte alta del paladar, junto a las fosas nasales respectivamente, y que actúan como primera barrera contra los microbios que entran a través de la nariz y la boca.
En general, al dolor de garganta difuso se le suele llamar faringitis o, coloquialmente, anginas. Puede estar causado por una infección (bacterias o virus) o por situaciones ambientales adversas. Es un síntoma que a menudo acompaña a otras enfermedades, como los resfriados, la gripe, el sarampión, las paperas, la escarlatina o la difteria.
La palabra angina viene del latín angere “sofocar, ahogar, impedir la respiración”, y específicamente designa la irritación de garganta que cursa con inflamación de las amígdalas, la cual suele provocar angustia. Por extensión se ha generalizado el nombre de angina a toda enfermedad causante de trastornos en la respiración toda causante de trastornos de respiración o deglución, cuyo sitio radique por encima de los pulmones y el estómago. Así, a la isquemia de miocardio se le llama angina de pecho, porque su síntoma principal es una sensación de ahogo que acompaña a un violento dolor que se extiende desde el esternón hasta el hombro y brazo izquierdos.
Los síntomas de una faringitis son sequedad en la garganta, dolor al tragar y una constante carraspera tratando de eliminar la mucosidad acumulada en la zona faríngea. El dolor suele ser peor por las mañanas e ir remitiendo conforme pasa el día. Con frecuencia se ve la garganta enrojecida y los ganglios del cuello agrandados. En los casos infecciosos las amígdalas pueden tener placas blanquecinas y suele haber fiebre, náuseas y pérdida de apetito. Si la inflamación afecta además a la laringe surge la ronquera.
La mayoría de las faringitis agudas están causadas por virus y no se curan con antibióticos, aunque en niños de entre cuatro y doce años, un quince por ciento de las mismas pueden estar ocasionada por bacterias, en especial por el estreptococo beta hemolítico. Sólo en estos casos será necesario tratar con antibióticos, para evitar que la infección se extienda y pueda dar lugar a flemones, fiebre reumática o glomerulonefritis, lo cual, por otro lado, es altamente improbable hoy en día.
Cuando las faringitis se repiten con cierta frecuencia se habla de faringitis crónica. Si bien no existe una causa única, parece que en estos casos existe una debilidad constitucional de la mucosa faríngea, a la que le afectan más agentes externos como el calor y el frío excesivos, la sequedad ambiental, el polvo o el humo del tabaco. Estas faringitis presentan una sintomatología menos acusada. Se dan en personas que fuman o beben demasiado, en personas alérgicas, en personas que ya padecen otra enfermedad (sinusitis crónica, hipertrofía de las amígdalas, infecciones bucales, caries dental) o en las que abusan de la voz, como maestros, conferenciantes o cantantes.
Habitualmente la mayoría de la faringitis remite espontáneamente sin requerir tratamiento médico, pero en los casos en los que la enfermedad progresa puede provocar rinitis, otitis media o lo que es más común, bronquitis.
El tratamiento consiste en el alivio sintomático de las molestias: tomar analgésicos y antitérmicos (paracetamol, ibuprofeno), ingerir bebidas calientes (sienta muy bien la leche con miel y limón), hacer gárgaras con agua o vinagre, realizar enjuagues orales con antisépticos, y chupar caramelos duros o pastillas que suavicen la garganta, como los de regaliz. En el caso de las faringitis crónicas o irritativas, hay que mantener una adecuada hidratación del ambiente, mediante vaporizadores o humidificadores, y evitar los lugares cargados por el humo de tabaco. Si la faringitis está provocada por una infección bacteriana, el médico prescribirá el tratamiento a seguir.