En una sociedad en la que los sofistas son en cierto modo la conciencia, la aparición de Sócrates aparece de un modo súbito y desconcertante. No tiene un auténtico precedente histórico, y sin embargo su obra no es comprensible sino en función de esa sociedad en que vive y de la crisis que la agita, en el extraordinario siglo V a.C. Frente al desencanto vital de los sofistas presenta una reconstrucción mental unificadora. Su diálogo con sus conciudadanos es una auténtica comunicación humana. Es un centro de atracción e irradiación espiritual. Su pensamiento es un acto de vida social, un llamamiento a los que le rodean. Sócrates es el auténtico maestro, que se justifica en la doctrina unida a la práctica, en el ejercicio mismo del acto educativo
Para Sócrates es amor es una fuerza que nace de la comprensión y va a la conciencia universal de la humanidad. La palabra es vehículo de pura ética, de responsabilidad moral, anunciadora de un logos profundo para el individuo.
Sócrates se esfuerza por elevarse hacia la luz y la racionalidad, liberando las mentes de ideas preconcebidas y dogmáticas, de excesivos entusiasmos y de sentimentalismos desatados. Para él, el principio de la filosofía está no sólo en los problemas que despierta, sino en la superación de toda turbulencia mental. Lo primero es tomar conciencia del problema, que abrirá el camino hacia la verdad, y que al mismo tiempo es el primer acto de libertad del espíritu desvinculándose de impurezas reconocibles por él. El acto cognoscitivo es eminentemente ético. El proceso de la razón es infinito, lo mismo que el trabajo del hombre, mientras que la superación de la irracionalidad nunca es definitiva, nunca nos rescatará por completo y para siempre de la conciencia problemática humana.
Contra los sofistas, Sócrates afirma la seriedad de la investigación y la necesidad del trabajo incesante. La verdad se busca en la intimidad de cada alma. El pensamiento como diálogo interno remueve el fondo de las almas y se encamina hacia el descubrimiento. No crea la verdad, sino que la desbroza de opiniones y la descubre. Es una verdad que es nuestra y no lo es, es un logos universal e impersonal que debemos hacer particular y personal. Es el Nosce te ipsum, logrado mediante la pregunta, más allá de las opiniones, hasta llegar a la verdad que habita en nosotros.
Es la mayéutica, una nueva inducción lógica, algo nuevo en el pensamiento griego, como reconoce Aristóteles. Sócrates parte de lo particular y concreto, de la opinión personal, la doxa, capaz de un desarrollo lógico, entre seres que tienen no sólo sensaciones, sino opiniones completables unas con otras. La Verdad es interior y a ella se llega sólo a través de un proceso de interiorización.
Sócrates reconduce el cosmos hacia el pensamiento. El hombre piensa por medio de conceptos, por lo que es el centro lógico del mundo y la medida de las cosas, pero sólo en cuanto reconoce en sí mismo la presencia de un logos universal, cuyo descubrimiento es su suprema misión.
Para Sócrates la razón no es una teoría abstracta, sino una actividad que afecta a todos y que implica voluntad. Pero no separa al racionalista del educador moral, es un potenciamiento de la inteligencia y la voluntad, un comprender, un ver con claridad. Hay un impulso profundo de orientación hacia el bien: nadie obra el mal voluntariamente, dice, porque el que conoce el bien universal no va contra su propia naturaleza. El que obra el mal es un ignorante que busca en su ignorancia una excusa para sus debilidades.
Por eso la virtud es ciencia y la ciencia virtud. Así hay una sola virtud: la ciencia. Y un solo vicio: la ignorancia.
El bien es una obra de justicia adaptada a las leyes de la conciencia.
Con Sócrates el alma asume el significado de personalidad ética. Su muerte , la muerte de Sócrates, es el testimonio de un empeño moral absoluto y triunfante.
Bibliografía:
Giuseppe Faggin, El pensamiento griego.
Cornelio Fabro, Historia de la Filosofía.
Platón, Teeteto.