Hace ya algunos decenios, se decidió por parte de los dirigentes de las universidades eliminar de los estudios y carreras la asignatura de Deontología, esto es, de los valores morales y éticos que deben orientar las relaciones profesionales. Seguramente, siguiendo la polvareda del derrumbe que provocan en la ética Freüd y Nietzsche, pensaron que eso de los valores éticos era algo demasiado inconsciente y condicionado como para dedicarle una asignatura y unas horas de estudio y reflexión. Seguramente, se dejaron llevar por la moda imperante de considerar la ética como algo prescindible; en la carrera de Medicina, por ejemplo, sería imprescindible estudiar anatomía, mientras que reflexionar sobre si decirle toda la verdad o no al enfermo sería prescindible. Pero este dejar al margen la deontología profesional ha provocado un aumento espectacular de quejas y demandas hacia los profesionales que ha dinamitado la confianza de mucha gente en determinadas profesiones.
Por otro lado, hace ya tiempo que no es difícil escuchar quejarse a los mayores de que los jóvenes no respetan nada y escuchar a los jóvenes quejarse de que los valores de los mayores, sus principios y sus consejos sobre cómo afrontar la vida están anticuados. La confrontación ha venido siendo tan abierta que los mayores han arrojado la toalla a la hora de educar a los jóvenes y los jóvenes han arrojado la toalla en la búsqueda de valores éticos con los que orientar su conducta y su vida. Ni unos educan ni los otros buscan. Esta falta de motivación profunda ha generado un vacío en los padres y un vacío en los hijos que se ha manifestado exteriormente en fracaso escolar, desestructuración familiar y violencia doméstica.
Seguramente se podrían llenar páginas y páginas enumerando los problemas de la sociedad y del individuo causados por una falta de orientación sobre cómo vivir y convivir. Vocación, pareja, trabajo, tiempo libre… ¿cómo vivirlos para poder ir realizándose verdaderamente? La mayoría de las personas no tienen una respuesta clara a esta pregunta y buscan respuestas. Y cada vez se hace más patente la necesidad de una ética que aclare este panorama actual.
Para Aristóteles la Ética era una parte de la Filosofía que se dedica a valorar la conducta del hombre. Para Confucio, la Ética le permite al hombre ordenar su conducta, sus emociones y sus pensamientos, esto es, poner armonía en sí mismo y, para ello, debía conocer la naturaleza humana, para alcanzar un orden natural y no perderse en el callejón sin salida de un orden artificial. Para Siddharta Gâutama, el Buda, lo ético y lo filosófico deben ir unidos, porque sólo se toma conciencia del justo medio cuando se comprende el Dharma, la naturaleza profunda de cada ser. Todos estos sabios –y muchos otros de diferentes culturas y épocas- van a aconsejar los valores de la armonía, la serenidad, la generosidad, la voluntad, el estudio y la reflexión, la amistad, la justicia, la admiración, la atención, la mística, etc.
La Filosofía tiene todavía mucho que ofrecer al mundo de hoy. De una debida comprensión de los que somos y del sentido de las cosas que vivimos, surge una moral natural que es la misma en todos los momentos históricos. Claro está que la Filosofía que puede llevarnos a una elección de vida no es la que se reduce a encontrar un nuevo discurso acerca del lenguaje. Es la Filosofía que va más allá del simple discurso académico la que puede dar las claves de una buena elección vital. Explica el profesor del Colegio de Francia, Pierre Hadot, que “por lo menos desde Sócrates, la opción por un modo de vida no se localiza al final del proceso de la actividad filosófica, como una especie de apéndice accesorio, sino por el contrario, en su origen, en una compleja interacción entre la reacción crítica a otras actitudes existenciales, la visión global de cierta manera de vivir y ver el mundo, y la decisión voluntaria misma; y esta opción determina, pues, hasta cierto punto la doctrina misma y el modo de enseñanza de esta doctrina. El discurso filosófico se origina por tanto en una elección de vida y en una opción existencial, y no a la inversa”*. Así, en la Grecia Clásica, encontramos un ejemplo de cómo la Filosofía cumplió con este papel importante de ayudar a encontrar los valores éticos para orientar de la mejor manera posible la forma de vivir.
¿Cómo puede la Filosofía ayudar a orientarse en la vida? En primer lugar, el filósofo ama el conocimiento,
investiga en diversas fuentes cuál es la naturaleza del ser humano, qué es, qué ha venido a hacer en la vida, qué es lo natural en el hombre. Y lo natural en el hombre es, además de cubrir las necesidades básicas, desarrollar sus potencialidades: reflexión, intuición, voluntad y comprensión (de sí mismo y de sus relaciones con los demás). En segundo lugar, encontrando los valores éticos que permitan alcanzar y desarrollar estas potencialidades humanas. Por ejemplo, la pereza no permite desarrollarse como ser humano, luego es mejor no dejarse llevar en la vida por lo más cómodo; sin embargo, la voluntad como el grado máximo del querer algo, sí que permite el desarrollo de las facultades humanas. Y, en tercer lugar, habiendo descubierto la forma natural de vivir, la Filosofía posibilita la integración en la naturaleza valorando cada ser vivo en su justa medida.
El conocimiento universal y la experiencia personal son indispensables para que cada persona se oriente en el mundo y en la naturaleza. Todos los seres humanos comparten el mismo escenario: el mundo y las leyes naturales. Es necesario conocerlos lo mejor posible. Cada ser humano debe vivir según sus propias características: la propia vivencia de lo universal es inalienable y no se puede vivir imitando; se puede copiar para un examen, pero no se puede copiar en el amor.
El momento actual nos muestra los efectos de la falta de valores éticos: guerras cruentas, agotamiento de los recursos naturales, aumento de mafias y grupos de terror, desconfianza en la clase política, colectivos desamparados, falta de visión de futuro y olvido del pasado, angustia, violencia… Cada vez hay más grupos y personas que demandan una solución duradera y la esperanza va creciendo en la medida que las iniciativas progresan. Para que las soluciones no sean momentáneas, sino permanentes, es imprescindible un conocimiento profundo de la naturaleza humana y este conocimiento nos lo da la Filosofía. Y para que las soluciones no queden en un plano teórico y se puedan plasmar en lo concreto y cotidiano es necesaria la Ética.
Ética y Filosofía resurgen de unos siglos de desprestigio para volver a ser lo que siempre fueron: un faro que ilumina en la noche.
* – Hadot, Pierre, “¿Qué es la Filosofía antigua?”. Edit.: FCE, México, 1998.