Noviembre es un mes filosófico y musical. La primera semana se cierra con el aniversario de Platón y la última se inicia con el de Santa Cecilia, uniendo en nuestra memoria cultural de occidente al más grande filósofo con la patrona de la música. No deja de ser curioso. A mí particularmente siempre me ha llamado la atención que la música estuviera tan relegada en nuestros planes de educación, que hubiera que ir a aprenderla aparte como algo especial sólo para unos cuantos, y que nadie se ocupara de escribir sobre su importancia desde el punto de vista filosófico y educativo como lo hizo Platón. La música tiene valor de conocimiento, no es sólo emoción; éste es un tema inagotable para reflexionar, lo que nos puede llevar a límites insospechados; de ahí su relación con la filosofía. Yo creo que el índice de nuestra máxima dignidad como humanos es desarrollar la inteligencia, y la educación musical nos podría ayudar mucho a ello; por eso me produce una gran alegría ver que cada vez hay más conservatorios y no sólo más gimnasios en nuestras ciudades, pues, como decía Platón refiriéndose no sólo a la música sino también a todas las artes que inspiran las Musas, “la música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo”.
Muchos años llevaba buscando el hilo invisible que uniera música y filosofía, mis dos grandes pasiones y, por fin, ha sido todo un hallazgo encontrar “El Canto de las Sirenas”, un libro aparecido hace apenas un año, del filósofo catalán Eugenio Trías Sagnier. El autor es un filósofo que, además de ejercer profesionalmente como catedrático de Filosofía en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y ser también un grande y prolífico escritor, es un melómano empedernido. ¡Eureka! Su libro, editado por Galaxia Gutemberg, me ha impresionado y sorprendido, no sólo por lo infrecuente de encontrar en nuestra historia un filósofo experto en música, sino sobre todo por la sabia relación que establece entre las dos disciplinas como vías de desarrollo para acercarse al conocimiento. Es un libro de filosofía a la vez que una guía para orientarse en la música, una obra dirigida, según su autor, “al que ama la música, o al que quiere amarla”, es decir para todos aquellos que buscan la sabiduría, o que son filósofos y aún no lo saben. Beethoven decía que “la música constituye una revelación más alta que ninguna filosofía”. Y para Nietzsche, que también fue compositor y amigo de Wagner, “la vida sin música sería un error”.
Pero sigamos con Trías:“Si hay alguien en el mundo de las ideas y de las creencias con el que me hallo en sintonía filosófica, religiosa y estética, es con Platón. No podía dejar de tenerlo presente en esta cita que auspicio aquí entre filosofía y música.”, afirma en el prólogo de su libro.
La música acompañó a nuestro autor desde el comienzo de su adolescencia. Hijo mayor de una familia numerosa de las de antes, con las que se podía formar un equipo de fútbol sin salir de casa, como él mismo cuenta, pronto sintió la necesidad de aislarse de su ruidosa tropa de hermanos, y a los once años se encerraba en su habitación para encontrar la paz escuchando música a través de la radio. Así conoció la existencia de Mozart, Beethoven, Schumann, Brahms… iba entonces al diccionario o a la biblioteca de Vilasar de Mar, donde veraneaba con la familia, y buscaba afanoso estos nombres, casi todos alemanes y difíciles de escribir. Así iba tomando notas y descubriendo la vida y el entorno de los autores que escuchaba y ya empezaba a admirar. Poco a poco y con la ayuda de su abuela, que le incitó a que aprendiera a tocar el piano, se fue formando una idea de lo que era la música clásica. Más tarde, cuando se dio cuenta de que su carrera no iba a ser la de pianista, se dedicó a la filosofía. “Por respeto”, dice. Pero la música le seguía interesando enormemente y, sobre todo, quería descifrar su lenguaje, ya no le bastaba con escucharla, quería también poderla leer, seguir las partituras y reconocer los estilos de cada compositor. Para él era un enigma apasionante descubrir de quién era lo que estaba sonando y cómo se podía diferenciar un autor de otro. Así empezó a entender el mundo a través de la música y aún ahora le sigue orientando: “En el fondo este libro es la cristalización del trato que he ido teniendo con la música durante toda mi vida. A veces he estado más enfrascado en la docencia o la filosofía, pero la música siempre ha estado conmigo. Es mi pasión”, afirma. Y refiriéndose a Platón, contaba en una reciente entrevista publicada en El País, que “la música está en el corazón de su concepción de la naturaleza, de la educación. En Platón hay muchas concepciones de la música y trato de armonizarlas, porque representan en él un continuo: para hablar de la concupiscencia, del Eros… la música siempre está presente. El alma está construida, según él, por principios musicales… Por eso pongo en primer plano a Platón en mi libro.”
“Quería demostrar la capacidad que la música tiene de agitar todas las actitudes. La música es una forma de conocer nuestra relación con el mundo: nos acompaña desde el origen, en el primer testimonio del Homo simbolicus ya está la música. Y mi intención ha sido ponerla en el centro, porque a veces la relegamos, como si fuera hilo musical. La música es como un hilo de Ariadna que nos guía. Este libro es una especie de historia de la cultura en clave musical”.
Efectivamente, de Monteverdi a Xenakis, “El Canto de las Sirenas” hace un recorrido por la historia de la música a través de los compositores que el autor ha considerado más significativos. Por no alargarse demasiado, ha dejado algunos que él dice ya tenía pensado incluir, pero seguramente lo hará en una próxima ocasión, pues el tema no lo da por agotado ni mucho menos. Será bienvenido.
¿Por qué la Música?
Suele definirse básicamente la música, aunque se podrían dar otras muchas definiciones, como “el arte de combinar los sonidos y éstos con el tiempo”, esto era lo que nos enseñaban en el conservatorio hace años, cuando yo iba a estudiar. No se añadía entonces que el objetivo de la música es generar, dentro del inmenso caos de posibles sonidos o ruidos que existen a nuestro alrededor, un “cosmos” que posee un “logos” peculiar, algo que no es sólo característico del lenguaje verbal o el matemático. Es algo más que la distingue de cualquier otra actividad humana, incluso del resto de las bellas artes, como algo especial, una idea superior que, manifestándose en el tiempo a través de sonidos para poder llegar hasta nosotros, posee la peculiaridad de promover emociones vinculadas a todos los posibles sentimientos humanos: salutación, despedida, temor, vacilación, felicidad, dolor, alegría, tristeza, miedo, valor, melancolía, angustia, consternación, pánico, búsqueda, deseo, anhelos de un amor profundo, nostalgia sobre todo de algo intangible y misterioso, y mil cosas más que se intuyen al integrarse en ella cuando nos dejamos llevar por el ritmo y la belleza de su discurso sonoro. De las canciones de cuna a los acordes de un réquiem, la música inspira y se aviene de manera espontánea y natural con los distintos pasos en la vida del hombre, desde su nacimiento hasta la muerte. Según la doctrina de H.P.Blavastky, el sonido es considerado como “el agente mágico más potente y eficaz, y la primera de las claves que abren la puerta de comunicación entre los Mortales y los Inmortales” (Libro de las Reglas, Doctrina Secreta, vol.II).
“Yo tuve un momento muy delicado no hace mucho, cuando estaba terminando el libro”, comentaba Eugenio Trías en su presentación a la prensa: “Sufrí una intervención pulmonar grave. En la convalecencia, dolorosísima, pedí permiso para tener un sistema de música en lugar del televisor, y el músico que me acompañó durante todo ese tiempo fue Mendelssohn. Es un músico que transmite gozo; necesitaba una especie de intensificación vital… En momentos de duelo, cuando necesito paz, la compañía de la música ha sido siempre fundamental. Beethoven, por ejemplo, te ayuda en los momentos confesionales. La buena música tiene una capacidad dialéctica extraordinaria: hay piezas de Beethoven que pasan de la expresión máxima de rudeza a un lirismo extraordinario, sabe modular muy bien estos grandes contrastes. Claro que la música se puede utilizar también para fines horribles: ahí están el Tercer Reich o el stalinismo, usándola para excitar la violencia…
Cuando se produce el dolor, como cuando se produjo este verano la muerte de mi hermano Carlos, para mí la música adquiere una capacidad de compañía superior a cualquier otra…
A mí la música me permite conocer de una manera distinta de cómo conozco a través de la literatura o de la filosofía.”
Para el autor, como vemos, la música no es solamente un fenómeno estético, es una forma de gnosis. “Una forma de gnosis sensorial: un conocimiento –sensible, emotivo- con capacidad de proporcionar salud: un “conocimiento que salva” (que eso es propiamente lo que gnosis significa), y que por esta razón puede poseer efectos determinantes en nuestro carácter y destino”. Así comienza la magnífica “Coda Filosófica” con la que se cierra esta obra. Las sirenas truecan su naturaleza mortífera de hechiceras que sumergen en el olvido a los navegantes que viajan con Ulises, para asumir el carácter de iniciadoras en los misterios para el que es capaz de escucharlas. Su voz permite, como sugiere Homero, el “conocimiento de todo cuanto existe sobre la Tierra”. Y en este nuevo contexto provocan, con sus tonos acompasados, el cántico de las Parcas, que tejen y destejen el hilo de nuestra existencia y el de todos los acontecimientos del mundo, lo pasado, lo presente y lo futuro. Las tres Parcas -Láquesis, Cloto y Átropos, hijas de la Necesidad-, acompasan el tono de sus cánticos a las tonalidades armónicas de ese canto astral de las sirenas, según nos cuenta Platón al final de La República, en el mito de Er, de donde Trías ha tomado el título de su libro. Las sirenas, convertidas ahora en personajes de naturaleza apolínea, aparecen situadas encima de cada uno de los círculos ubicados en las esferas celestes y, desde allí, cantan en la tonalidad que a cada una corresponde, como afirmaba Pitágoras cuando se refería a la música de las esferas.
Mediante la música, por razón de que lo semejante ama lo semejante, y de que nuestra alma posee la misma estructura musical y matemática del mundo de las esferas celestes, según el Timeo, se facilitaría ese recuerdo de un escenario anterior, abandonado por una caída, o por una condición de exilio y éxodo cada vez que reencarnamos. Esa reminiscencia que la música facilita señala la posible orientación hacia un bienaventurado ascenso, hacia los misterios de las más elevadas realidades.
¿La música con la que siempre viviría? Con las cuatro últimas sonatas para piano de Beethoven y el Quinteto en sol menor de Mozart. Con eso podría alcanzarse la felicidad en una isla desierta” afirma Trías. No anda muy descaminado nuestro filósofo…
María tu articulo es brillante. Yo estudio y enseño la música especulativa. Me guardo esta entrada para enseñarla a mis alumn@s.
Saludos desde Soria.