Es una tradición en nuestra sociedad postmoderna el dedicar un período de tiempo a la reivindicación de una actividad determinada. Así, 2009 ha sido declarado Año Internacional de la Astronomía. El objetivo sería potenciar la astronomía de manera que el ciudadano de a pie sepa que además de su lugar de trabajo, su casa y los típicos lugares de esparcimiento hay todo un universo por descubrir que, además, está continuamente encima de nuestras cabezas.
¿Cuándo comenzó la astronomía? Cuando el primer hombre levantó la cabeza, observó el Sol, la Luna y el cielo estrellado; ante el asombro que se despertó en él, comenzó a preguntarse el porqué y el cómo de tan maravilloso panorama. Sólo después comenzó el estudio y la toma de registros de los acontecimientos celestes. Pues el hombre percibe en sí mismo y en su entorno que todo está ordenado, que sigue unas pautas y que esas pautas pueden relacionarse unas con otras expresando un Todo Armónico.
Inmediatamente después de percibir ese orden trata de reflejarlo en la tierra. Y comienza la construcción de los primeros templos y monumentos. Y para ello alinea, trata de unir lo que construye en la tierra con lo que percibe en el cielo. Todos y cada uno de los monumentos que nos han llegado del pasado remoto sigue una pauta celeste, reflejo del cielo en la tierra. Está alineado con el Sol, la Luna o las estrellas.
No es de extrañar encontrar alineamientos con el Sol o la Luna durante los solsticios y equinoccios. Un caso muy conocido es el de Stonehenge, en Inglaterra; cuando las posiciones relativas de las piedras fueron introducidas en un ordenador de los años 60 del pasado siglo, se encontraron una serie de alineaciones con las principales posiciones lunares y solares. Newgrange, en Irlanda, está construido de tal forma que cada ocho años la luz de Venus atraviesa un largo pasadizo hasta llegar al fondo de una cámara donde se refleja. Tenemos un calendario venusino, lo que implica un seguimiento astronómico y un registro de datos con una gran organización. No eran simples pastores y ganaderos que en sus ratos libres se dedicaban a observar el cielo. Toda una sociedad se había especializado de tal forma que había desarrollado una ciencia que podemos “leer” en lo que de ella nos ha quedado: sus construcciones.
Me gustaría que el lector hiciese un experimento “histórico”; viaje mentalmente, digamos, diez mil años en el futuro y participe como arqueólogo en una serie de expediciones al corazón de lo que hoy llamamos Europa. Dicho arqueólogo, al excavar en estratos correspondientes a nuestro tiempo, encontrará templos de diversa índole con fragmentos de imágenes religiosas en su interior.
Tras varios estudios de campo en diferentes regiones de Europa, ante la similitud de las construcciones y los símbolos religiosos no le será difícil llegar a la conclusión de que una forma religiosa y una cultura común dominaban la zona; evidentemente estamos hablando de la religión cristiana.
Ante un caso parecido se encuentran los arqueólogos modernos frente a las construcciones megalíticas; prácticamente toda la costa atlántica europea se halla jalonada por dólmenes y menhires de todo tipo y condición; de la misma forma que nuestro arqueólogo imaginario atribuía un mismo origen y una misma religión a los restos que había hallado, nuestros arqueólogos e historiadores deberían atribuir una cultura y una religión común a todos los pueblos. Pero eso supone un grado de comunicación y de escritura que los modernos historiadores no están dispuestos a aceptar. Temporalmente se piensa que esos pueblos estaban en el neolítico, recientemente habían descubierto la agricultura y las comunicaciones estaban apenas comenzando.
Sin embargo, y por poner un ejemplo bien conocido, algunas de las piedras de Stonehenge, cuyo peso es superior a las 25 toneladas, fueron trasladadas desde una distancia superior a 400 km. Eso supone un grado de organización social y de complejidad tecnológica que rompería todos los esquemas de los libros de historia. Otro ejemplo, menos conocido del gran público, es el de la yarda megalítica; según el ingeniero escocés Alexander Thom, que durante más de cuarenta años se dedicó al estudio topográfico de los monumentos megalíticos, todos y cada uno de los monumentos estudiados por él habían sido construidos mediante un patrón de medida, que llamó yarda megalítica. Desde el norte de Escocia hasta el sur de la península Ibérica todas las construcciones se habían realizado usando esta yarda. Lo que supone, además de una cultura y una religión, una ciencia compartida por todos los pueblos esparcidos a lo largo de más de 3000 km de costa marina. Sencillamente, un enigma más…o no, si estuviésemos dispuestos a aceptar que el conocimiento no es algo exclusivo del hombre moderno.
Casos como los citados no son exclusivos del megalitismo. El lector interesado puede visitar la página web siguiente, donde el instituto de astrofísica de Canarias tiene abierto un proyecto sobre arqueoastronomía, estudiando los principales monumentos de la península ibérica y el mediterráneo. Es interesante ver cómo los monumentos que pensábamos estaban orientados al azar siguen una pauta celeste y mitológica, donde el cielo, la tierra y la religión están unidas y entrelazadas en una visión global del mundo.
http://www.iac.es/project/arqueoastronomia/#PROYECTO%20DEL%20IAC
Hoy en día la tradición de observar el cielo sigue; y aunque nuestro mundo está desacralizado, de manera que nuestros monumentos se construyen siguiendo criterios económicos y no celestes, y se alinean con la autopista de tránsito y no con el Sol o la Luna, sigue estando la inquietud de saber de dónde venimos y hacia dónde vamos. Es notorio la existencia de agencias espaciales dedicadas al estudio del espacio, tales como la NASA o la ESA (Agencia Europea del Espacio). Y existen multitud de aficionados que, armados con mucho entusiasmo y con un simple telescopio o incluso unos prismáticos, siguen saliendo cada noche a mirar el panorama más antiguo y quizás, el más hermoso del mundo; el cielo estrellado.