Apamea es una ciudad del norte de Siria que, en tiempos de Julio César, pertenecía al Imperio romano, y estaba encuadrada en el amplio marco de la cultura helénica. En aquella Siria fecunda nació Posidonio, aproximadamente en el año 135 a.C., en una familia griega. Tal vez no sea tan conocido como otros nombres que nos llegan de su época. Sin embargo, dejó tal estela de respeto y admiración entre escritores y filósofos de renombre universal que podemos intuir la magnitud de su obra y de su calidad humana, a pesar de que no hayamos conservado ni una sola, siquiera, de sus obras escritas.
La fama de Posidonio de Apamea en su tiempo no conocía fronteras, y lo que podemos rescatar de su pensamiento nos llega a través de Séneca, Macrobio, Plutarco, Diógenes Laercio, Galeno, Clemente de Alejandría, Lactancio, Diodoro y otros, lo cual nos da idea de su prestigio.
En aquellos tiempos no era infrecuente que filosofía y ciencia fueran de la mano, y muchos de los grandes pensadores antiguos cultivaron ambas disciplinas. Como científico, Posidonio hizo varios descubrimientos de mérito. Entre otros, ideó un ingenioso método para medir la circunferencia de la Tierra, diferente y posterior en ciento cincuenta años al de Eratóstenes, más familiar para nosotros, lo que le sitúa dentro de los grandes innovadores científicos de todos los tiempos. Aunque menos conocido, es un método igualmente útil, basado en la astronomía.
El astrónomo Cleómedes nos habla de ello y también nos llegan referencias a través de Ptolomeo y Estrabón, curiosamente, autores leídos por Colón y que influyeron decisivamente en la visión que sobre el viaje colonizador se hizo el navegante. Algunos estudiosos piensan que las transcripciones de estos autores incluyeron algún error ajeno a Posidonio y que esto determinó la decisión de Colón, que creía, en realidad, que el perímetro de la Tierra era menor de lo que realmente es, lo cual impulsó su iniciativa aventurera.
Posidonio tomó como referencia la estrella Canopus, la más brillante del cielo nocturno después de Sirio, y dio por sentado que Rodas y Alejandría estaban en el mismo meridiano (aunque están separadas, en realidad, un grado y medio de longitud geográfica). Canopus es una estrella de la constelación Carina, que se ve desde la ciudad de Alejandría a una altura muy baja sobre el horizonte, al ser una estrella del hemisferio sur.
Esta estrella se podía ver también desde Rodas, situada más al norte. Posidonio tuvo una genial intuición: el distinto ángulo en la esfera celeste que presentaba esta estrella desde estas dos ciudades tenía que corresponder a la misma variación de ángulo en la esfera terrestre entre estos dos lugares (a pesar de que a veces se piensa que los griegos desconocían que la Tierra era redonda).
Con la distancia que separaba Rodas y Alejandría, Posidonio hizo una sencilla regla de tres y obtuvo lo que para él era la medida de la circunferencia de la Tierra. Los griegos medían las distancias en estadios, y hay ligeras variaciones de interpretación en cuanto al equivalente en metros de esta unidad de medida; por ello, este resultado calculado por Posidonio pudo oscilar entre los 32.400 km y los 43.200 km, valores en cualquier caso muy cercanos a los 40.000 km reales que hoy sabemos que mide el perímetro terrestre.
Parece ser, según algunos estudios, que primero Estrabón y luego Ptolomeo, al considerar la distancia entre Rodas y Alejandría algo inferior, terminaron disminuyendo el resultado del cálculo de Posidonio hasta 29.000 km, lo que probablemente hizo pensar a Colón que había llegado a Asia al finalizar su aventura.
Fuera o no exacto su cálculo e independientemente de las posibles alteraciones de sus mediciones por autores posteriores, lo que es innegable es que el procedimiento que ingenió tiene un mérito fuera de toda duda.
Como astrónomo, mejoró muchas mediciones que procedían de Aristarco de Samos, lo cual hace suponer que utilizaba mejores métodos de medición de ángulos que él y que tenía mayores conocimientos matemáticos que el posterior Ptolomeo. Hizo cálculos de la distancia entre el Sol y la Tierra y de los diámetros del Sol, la Luna y la Tierra, por ejemplo.
Su espíritu científico le impulsó a observar las mareas en Cádiz, mayores que las del Mediterráneo, y a dar una explicación que nos es transmitida por Estrabón. Posidonio observó que las mareas del océano siguen una secuencia regular, como los cuerpos celestes, con periodos diarios, mensuales y anuales. Observó también que el mayor flujo del agua sobre las tierras y su posterior descenso gradual coincide con determinadas posiciones de la Luna sobre el horizonte, por lo que llegó a una detallada argumentación de cómo la Luna influye en las mareas oceánicas. Concretó en qué momentos del mes son mayores o disminuyen, dependiendo de las posiciones relativas Sol-Tierra-Luna. Llegó a hablar de las diferencias de las mareas en las distintas épocas del año, tanto en la altura como en la velocidad de las mismas, lo cual, si pensamos que estamos hablando del siglo II a. C. nos da una idea de lo avanzado de su conocimiento.
Se trasladó muy joven a Atenas y fue discípulo del filósofo estoico Panecio de Rodas, siendo con él el máximo representante del estoicismo medio. Los casi noventa años de fecunda vida de Posidonio de Apamea le permitieron realizar numerosos viajes y adquirir el saber enciclopédico que le hizo famoso en el mundo antiguo. Además de filosofía, enseñó meteorología, etnología, astronomía, psicología, física e historia.
Pronto se mudó a Rodas, que era un centro intelectual griego de la época, y no regresó más a su ciudad natal. Su fama de erudito hizo que muchos romanos acudieran para completar sus estudios a la escuela que fundó en el año 87 a.C., como fue el caso Cicerón. Su encuentro con Pompeyo está mencionado por Plinio. Su influencia en el mundo romano, el neoplatonismo y la patrística se hizo patente y se reflejó en el desarrollo científico, histórico y filosófico posterior.
Fue embajador del Gobierno de Rodas en Roma. El estar relacionado con la clase dirigente romana le resultó de gran utilidad para sus exploraciones geográficas. En su faceta de historiador, muchos lugares fueron objeto de su estudio, desde Egipto hasta la Península Ibérica. Contempló el océano Atlántico y la costa africana.
También habló sobre las costumbres de pueblos como los celtas o los habitantes de Iberia y de otros lugares más alejados, así como de su paisaje y de sus riquezas minerales; describió numerosas especies animales y vegetales que encontraba en sus recorridos, habló de los vientos, de los montes que manan metales y de fenómenos meteorológicos; explicó técnicas utilizadas para diferentes labores y, en fin, no hubo campo que le estuviera vedado.
Pero, por encima de otras consideraciones, la visión filosófica primaba en su análisis del mundo. Para él el cosmos es un organismo vivo guiado por una razón trascendente, cuyas partes se relacionan igual que los miembros de un cuerpo, y la realidad es un conjunto de mensajes que conforman un lenguaje estructurado. Su concepto de “sympatheia” se convierte en una idea científica que relaciona todos los fragmentos del cosmos. Cualquier alteración en una parte de él encuentra reflejo en el conjunto. Todo está relacionado recíprocamente de una forma viva. Intentó explicar con detalle esta unidad orgánica de la Naturaleza.
Tenía un concepto cíclico del transcurso del mundo; según él, sufre periódicas destrucciones por el fuego y posteriores regeneraciones, alternancia que aplicaba también a la cultura y la historia. Para él, ciencias y artes están relacionadas y constituyen la civilización.
Su admiración por Platón le hacía llamarle “divino”, según Galeno. Retomó la teoría platónica del alma, defendiendo la preexistencia y la inmortalidad de la misma. Para Posidonio, el fin del ser humano es vivir en armonía con la Naturaleza, y lo que se asemeja más a la Naturaleza es la virtud, ya que toda actitud contraria es un desorden interior. Concedía mucha importancia a educar la razón para lograr saber más.
Personajes como Posidonio de Apamea nos recuerdan que no todo lo hemos aprendido en nuestro tiempo y que hubo grandes pioneros del saber en épocas tan remotas como la antigua Grecia, sin los cuales el conocimiento científico no estaría hoy en el estado en que lo conocemos.