En ocasiones, la tarea de rescatar personajes de otro tiempo puede hacer que nos encontremos ante hechos extraordinarios, pero otras veces lo extraordinario no son los hechos, sino las personas que los realizaron. Éste es el caso de una de ellas, Juan de Sesa, conocido en su época como «el negro» Juan Latino.
EL ESCLAVO DEL DUQUE
No existen datos que puedan confirmar cuándo y dónde nació, sólo una referencia del mismo Juan Latino en su autobiografía relata su llegada a España con su madre cuando aún era muy niño desde la lejana Etiopía. Lo cierto es que ambos llegaron al mercado e esclavos de Sevilla, donde fueron comprados para la viuda del Gran Capitán, don Gonzalo Fernández de Córdoba. Esta señora vivía en Baena con su hija, viuda del Duque de Sesa, y el hijo de ésta, que tenía aproximadamente la misma edad que Juan, por lo que se calcula que la fecha de su nacimiento debió ser entre 1518 y 1520.
Desde un principio, la madre de Juan fue destinada al servicio de la duquesa hija, y el pequeño Juan designado como paje de su hijo, aunque no era esa su única labor, ya que también se ocupaba, entre otras cosas, de la limpieza de las caballerizas.
Cuenta una anécdota que, ante la duda de que los negros tuviesen alma, y creyendo que estarían más expuestos al demonio que cualquier cristiano blanco, Juan de Sesa llegó a ser bautizado hasta cinco veces «por si acaso». Parece ser que Juan pronto se convirtió, no sólo por obligación, sino por afecto mutuo, en compañero de juegos de su amo, el duque de Sesa (que además llevaba el mismo nombre que su famoso abuelo). De hecho, don Gonzalo se negó a recibir lecciones si su amigo de juegos no iba a clase con él. Así es que, ante la terquedad del duque, el ayo no tuvo más remedio que ceder, y permitir que Juan de Sesa (puesto que los esclavos tomaban el apellido de sus amos como señal de su pertenencia a ellos) asistiera. El primer sorprendido debió ser el maestro al comprobar cómo aquel esclavo, negro como la pez, era capaz de absorber todos los conocimientos con asombrosa agilidad.
JUAN LATINO
Poco después la familia Fernández de Córdoba se trasladó a Granada, y allí encontramos algunas noticias acerca de su educación gracias a una comedia de Jiménez de Enciso, que escribió sobre Juan Latino, entre los siglos XVI y XVII. Decía Enciso que iban los hijos de los nobles a formarse al colegio de la Catedral, en la Curia, y que mientras éstos estaban en clase, los esclavos, que les hacían de acompañantes, se quedaban jugando en el patio, excepto Juan, que entreabría un poco la puerta del aula para poder escuchar las disertaciones del maestro, destacando así el gran deseo de saber del «esclavillo» negro.
El caso es que llegó a saber tanto latín que se le conoció a partir de entonces como Juan Latino. Parece ser además que tuvo una gran influencia sobre su amo y que, de una forma tremendamente discreta, se convirtió en una especie de consejero de éste. El duque incluso le presentó a sus amistades, y muy pronto, el talento e inteligencia de Juan le hicieron ser muy apreciado entre los círculos intelectuales y sociales del Reino de Granada e, incluso, del resto de España aunque, como no podía ser de otra manera, también tuvo detractores y enemigos.
Juan Latino realizó algunas traducciones de Horacio, y llegó a escribir algunas poesías muy correctas en lengua latina que llamaron la atención de sus maestros. Hacía ya algún tiempo que Juan había obtenido licencia del duque para no realizar en la casa ningún otro menester que no fuera el estudio, e incluso tenía una academia en la que daba clases particulares a los hijos de los nobles (algunos incluso llegaban de fuera de Granada) y con la que se hacía cargo de su propia manutención.
A la hora de cursar estudios superiores, Juan tuvo la intención de hacer Medicina, pero sus protectores le aconsejaron que continuase con sus estudios sobre Humanidades. Llegó a dominar a la perfección no sólo el latín, sino también el castellano, el griego y algunas otras materias, de modo que alcanzó una finalmente una gran formación humanística.
Un personaje muy conocido en la Granada de entonces esa el administrador del obispo. Éste, que necesitaba un profesor de música para su hija, doña Ana de Carvajal, consultó con Gregorio Silvestre, organista de la Catedral, y él, sin dudarlo, le recomendó a su amigo Juan Latino, que era un gran entendido. Y así fue como «el negro» comenzó a instruir a la joven hija del adminsitrador.
Pero ocurrió que entre maestro y discípula fue surgiendo un afecto que se convirtió en amor y, ante el asombro de muchos, la complacencia de pocos y el enorme disgusto de su padre, ambos llegaron a contraer matrimonio, no sin que antes el amo de Juan le concediese la libertad y una dote de 2.000 ducados.
Juan Latino fue muy valorado, tanto por el aval de Gonzalo Fernández de Córdoba y otros personajes de gran peso en Granada, como por sus propias capacidades. Comenzó a dar clases de latín en la recién fundada Universidad de Granada, formando parte de pleno derecho del claustro de profesores, tal y como se estipulaba en los estatutos fundacionales y como aparece en el libro de claustros. Tuvo algunos problemas para convertirse en profesor, puesto que no era licenciado, sólo bachiller, y algunos aspirantes a la plaza protestaron por la elección, pero era tal el interés que despertaba «el negro», que rápidamente la Universidad le preparó un tribunal y lo examinó, otorgándoles así el (bien merecido) grado de licenciado.
MAESTRO DE LA JUVENTUD
La fama de Juan Latino alcanzó toda España. Pellicer habla de él en los Preliminares del Quijote, Diego Jiménez de Enciso le dedicó una comedia, Rodrigo Ardilla le elogió en un romance y el mismo Cervantes lo alabó en algunas poesías de su Quijote. Además, uno de sus mayores méritos está en haber formado a numerosos escritores granadinos y a prestigiosos traductores de los clásicos que luego formaron parte del Siglo de Oro de nuestra literatura.
Él, que se autodenominaba «Maestro de la juventud», era muy respetado entre sus colegas, pero sobre todo entre sus alumnos, que en agradecimiento a su magisterio, llegaron a dedicarle algunas de sus obras.
Conoció personalmente a don Juan de Austria quien, al llegar en una ocasión a Granada y ser recibido por el duque de Sesa, comentó a éste que había tenido conocimiento de la existencia de un esclavo negro muy famoso por su saber, y quiso conocerlo; en una cena que se dio en el palacio de Carlos V, y a la que asistieron personalidades de la política y la sociedad española, Juan Latino estuvo presente y fue sometido a examen por todos ellos ante la mirada atenta del hermanastro del rey. Fue aquélla una situación muy delicada de la que supo salir airoso, pues fue capaz de contestar a cualquier pregunta sin dar nunca la impresión de ponerse por encima (aunque lo estuviera) de sus interlocutores. Todo un alarde de diplomacia en medio de la compleja y frágil situación política de Granada en aquellos tiempos.
JUAN LATINO HUMANISTA
No es posible considerar a Juan Latino como uno de los primeros humanistas españoles, como fray Luis de León o Luis Vives, pues su situación, a pesar de todo, no le permitía destacar demasiado, y mucho menos ser un pensador, pero en esa sombra a la que tuvo que limitarse, tiene un lugar destacado en la corriente humanista.
Tenía un conocimiento global de todo lo relacionado con el saber humano. Participaba asiduamente en las tertulias donde se reunía la flor y nata de la intelectualidad granadina. El lugar se llamaba la «Cuadra Dorada», y acudían personajes de la talla del marqués de Mondéjar, los Granada-Benegas, Pedro Martínez de Ardilla, Hurtado de Mendoza o Bermúdez de Pedraza.
En Granada no hay, durante el siglo XVI, otro poeta latino como él; su obra tiene un marcado carácter academicista, algo falto de la frescura renacentista, pero que o por eso deja de ser excelente al decir de los críticos.
Era habitual entre los escritores y poetas de la época practicar la «imitatio veterum», o sea, imitar en el estilo y las formas a los grandes autores antiguos, tales como Virgilio u Homero. Los humanistas se sentían sus deudores, y consideraban un honor no falto de dificultad, ser capaces de imitarlos. Juan Latino imitaba con gran maestría a Terencio, Horacio, Ovidio y Virgilio.
Entre sus obras destacan la «Austríada», considerada por muchos estudiosos, López de Toro entre ellos, como una de las obras latinas más perfectas de nuestra literatura. La escribió en latín en honor del héroe de Lepanto, don Juan de Austria, aunque dándole el papel más relevante a su hermanastro, el rey Felipe II, pues hubiese sido tremendamente comprometido para don Juan aparecer ante la corte como alguien más importante que el monarca. Muy posiblemente, el verse obligado a mantener un puesto discreto y por debajo de sus posibilidades tuvo, en muchos momentos, que ser muy duro para él.
También escribió epigramas, una serie de poemas en conmemoración del nacimiento del príncipe Fernando, considerado la «esperanza» del reino; dichos epigramas fueron expuestos, para lectura y conocimiento público, en arquitectura efímera de madera en la plaza de Bibarrambla de la ciudad.
Posteriormente realizó una biografía del Papa Pío V, con tintes marcadamente contrarreformistas, y unos poemas, a modo de «protesta» `por el traslado de los cuerpos reales. Juan Latino presenta magistralmente a Granada como una mujer que oye el bullicio y se asoma ala ventana por la mañana, aún despeinada, a reprochar el traslado de los cuerpos (a excepción de los de los Reyes Católicos, Juana la Loca, Felipe el Hermoso y el supuesto hijo de ambos, que siguen hoy día en la Capilla Real de la Catedral de Granada) de los reyes cristianos hasta el recién construido Monasterio de El Escorial. Precisamente Felipe II, que había sido concebido durante el viaje de novios de sus padres, Carlos I e Isabel de Portugal. La factura de su obra es realmente impecable.
La vida de Juan Latino fue una vida dedicada principalmente a la docencia y a la formación de los jóvenes nobles. Se sabe que murió siendo muy anciano, con más de 80 años, y cuentan algunos que, a partir de Juan Latino, el color moreno en la piel se puso de moda, cambiando la estética de las damas de la nobleza. En la iglesia de Santa Ana de Granada está enterado junto con su esposa, doña Ana de Carvajal.
Lo extraordinario aquí es, sin duda, la persona misma de Juan Latino, «el negro», maestro de la juventud, antes Juan de Sesa, esclavo del duque, traído desde Etiopía con su madre siendo aún muy niño. Tal vez, si no hubiese sido esclavo y negro, podríamos contarlo hoy entre los grandes humanistas españoles o, quizá, de no haber sido por eso, nunca hubiese encontrado la fortaleza para cambiar el curso de su vida como lo hizo.