Libros — 4 de marzo de 2010 at 19:13

«La última lección», de Randy Pausch

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Nos encontramos ante un libro que ha conmovido a muchos lectores. En realidad, nos encontramos con una experiencia ejemplar que ha sido dada a conoce a millones de personas a través de Internet y de otros ámbitos literarios y académicos.

Dependerá del lector, de sus experiencias pasadas, de su actitud ante la vida y ante la muerte, incluso de la cultura a la que pertenezca, a la hora de realizar una valoración del libro. Es posible que para un europeo que arrastra miles de años de cultura fraguada en la adversidad, guerras y demás dramas, esta obra no consiga calar y quede en la parte caramelizada de la superficie. Desde luego, tiene pasajes que recuerdan demasiado a un guión hollywoodiense de película para domingo por la tarde. Sin embargo, las vivencias que se recogen en el libro tienen algo de épica al alcance de todos.

Bajo un prisma varonil, en ocasiones, cobra más significado la entrega de la vida en un acto heroico de servicio a los demás. Y sin embargo, visto objetivamente, una acción puntual con riesgo de la propia vida es algo que se resuelve en un instante. Otra cosa es que te anuncien que vas a morir en pocos meses y vivas cada día con entereza y dignidad. Tal vez porque no es tan sencillo que la actitud vital y optimista de Randy Pausch ha alcanzado una dimensión planetaria.

Como pedagogía no está nada mal. Sería francamente inusual que el lector no se pregunte en algún momento, ¿cómo encararía yo la situación ante el anuncio de mi seguro fallecimiento? E, inevitablemente, ¿cuál será mi actitud cuando ese momento anuncie el final de mis días?, contando, claro está, que uno no acabe la vida por accidente o muerte repentina. Desgraciadamente, la muerte es un tema tabú en nuestra sociedad. Se pretende velar a los muertos en un tanatorio tras el luctuoso desenlace y pasar página rápidamente ante una dimensión de la «vida» que no llegamos a entender. Quien, en una conversación junto a un café, pretenda poner encima de la mesa el tema de la muerte será considerado por los demás como un aguafiestas. Parece, por tanto, que viviéramos no queriendo aceptar que es un hecho que, «necesariamente» habrá de sucedernos a nosotros y a nuestros seres queridos.

Por otro lado, el libro está lleno de los clichés que tanto gustaban a su autor y que se convierten en merecidos motivos para la reflexión. Si acaso, en todos ellos se aprecia una intención que predispone al esfuerzo, la voluntad, la imaginación, el sacrificio, el optimismo y la fe, que pretenden irradiar energía al lector. Algunas de esas perlas bien valen hacerles un hueco:

    • Los muros están por una razón: nos dan la oportunidad de demostrar cuánto deseamos algo
    • Si puedes soñarlo, puedes hacerlo
    • No podemos cambiar las cartas que se nos reparten, pero sí cómo jugamos nuestra mano
    • Si tienes una pregunta, encuentra una respuesta
    • No creo en un escenario donde no se pueda ganar
    • Siempre se puede cambiar de plan, pero sólo si tienes alguno
    • La suerte es lo que ocurre cuando coinciden la preparación y la oportunidad
    • La experiencia es lo que queda cuando no consigues lo que querías
    • No se trata de cómo encauzar los sueños, sino de cómo encauzar la vida. Si encauzáis la vida por el camino correcto, el karma se cuida solo. Los sueños vendrán a vosotros

Ante la indefinición que convierte el futuro en algo homogéneo, sin escenarios concretos que hablen de la propia realización, Randy nos propone soñarnos en el logro de grandes objetivos. Pero sólo con eso no basta, hay que actuar denodadamente por conseguir esos retos en la certeza de que la vida «conspirará» a nuestro favor. Así se puede entender todas las realizaciones que el autor consiguió en su vida y que un materialista (que no científico pues el propio Randy lo era), atribuiría a la casualidad. Probablemente este sea una de las enseñanzas que encierra este libro. Por tanto, su lectura no es recomendable únicamente para quien se pregunte sobre el sentido de la vida, sino para aquél que, ya sobrepasado el período de la adolescencia, sigue esperando que el devenir le traiga las oportunidades que le ayuden a encauzar su vida. Aunque muchos conocemos casos de personas que hace décadas que superaron ese tiempo y siguen en la misma situación.

Por último, señalar que Randy refleja fielmente lo que representa ser una persona optimista. La vulgarización del término relaciona este concepto con el del iluso que no se entera de la realidad. No obstante, nos encontramos con un hombre que se describe como excesivamente analítico, dada su vertiente científica, que conoce detalladamente cuál es la realidad de su enfermedad y su desenlace, que sufre en silencio por ello y comparte el dolor con su mujer y que, sin embargo, decide encarar los últimos días de su vida con actitud constructiva. Eso es ser optimista, observar la realidad con objetividad y tener la capacidad de centrarse en los aspectos positivos que toda vivencia encierra. A partir de ahí, sacar experiencia sin innecesario desgaste y transformarlo en crecimiento interior. Gracias Randy.

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