«Quien a buen árbol se arrima..»
Si no fuera por el cambio climático, que se lleva la palma, el mayor problema ambiental que quizás tenemos es el de la pérdida de suelo fértil, la erosión. Un efecto silencioso, que generalmente pasa desapercibido, y que ahora, como consecuencia de las copiosas lluvias de los últimos meses, se ha puesto de manifiesto de manera más evidente, en forma de desplazamientos de tierras, cárcavas y ríos de lodo.
La erosión es un fenómeno natural, que todos hemos estudiado, como la movilización, el transporte y la sedimentación de materiales. En nuestra latitud tiene una notable importancia como modelador del relieve, y los ecosistemas terrestres son especialmente sensibles a desarrollar los procesos erosivos si se dan las circunstancias adecuadas, entre las que destaca la presencia de suelo desnudo, desprovisto de vegetación. En esta situación, y dado nuestro régimen de lluvias habitual, es fácil disgregar la superficie del suelo y arrastrarla mediante escorrentía.
Cuando se pierde el suelo fértil, debe transcurrir mucho tiempo (cientos de años) hasta que se forma de nuevo a partir de la roca madre. El problema es que a causa de una inadecuada actividad humana, es frecuente dejar el suelo desnudo, y por lo tanto, abrir la puerta a la erosión. Un dato por dar una idea de la magnitud de este problema, en nuestra región se pierden cada año unas 80 toneladas de suelo fértil por cada hectárea de olivar, es decir, unos cuatro camiones cargados de tierra cada cien olivos. Esta cifra podrá discutirse, si son 80, 70 ó 60, pero en cualquier caso es mucha cantidad la que se pierde por la erosión. Y en este ejemplo sólo se considera el olivar, pero en general todos nuestros sistemas ecológicos se ven sometidos a este proceso: tierras dedicadas a cultivos extensivos, pastos sobreexplotados, monte sometido a excesivas “limpiezas” o incendiado. Si el suelo fértil entrara en la contabilidad de cualquier explotación agraria, ganadera o de otros recursos naturales (selvícolas, paisajísticos, etc), seguramente no se dejaría que se perdiera ni un kilo de tierra, porque forzosamente algo que tarda siglos en formarse, y que es imprescindible para garantizar la producción de riqueza, debe de tener un valor desorbitado.
¿Qué puede hacer el ciudadano que lee estas líneas frente a la erosión? Si es propietario de tierra cultivada o agricultor, poner en práctica las buenas prácticas agrarias que frenan los procesos erosivos. Si se es un visitante asiduo de nuestros parajes, evitar las situaciones que dejan el suelo desprovisto de vegetación o protección, y por supuesto, las circunstancias que pueden desencadenar un incendio forestal. Y en general, si se lleva a cabo cualquier actuación en el campo, evitar dejar el suelo desnudo, y no dar facilidades para que el agua “corra” por la superficie, arrastrando la tierra fértil.