Para poder escribir sobre “propiedad intelectual”, ante todo, debemos empezar por respondernos a una pregunta: ¿qué es la propiedad intelectual? La norma que regula la propiedad intelectual, en España, dice que son propiedad intelectual “todas las creaciones originales literarias, artísticas o científicas expresadas por cualquier medio o soporte, tangible o intangible, actualmente conocido o que se invente en el futuro”. Y, a modo de ejemplo, añade que son propiedad intelectual los libros, composiciones musicales, obras cinematográficas, planos, esculturas, fotografías, programas de ordenador y un largo etcétera.
También son objeto de propiedad intelectual las traducciones, composiciones o arreglos musicales y demás. Es decir, que la ley española, lo que pretende proteger es todo aquello que nuestra mente, nuestro intelecto, sea capaz de crear. De aquí, la evidente relación entre intelecto y propiedad intelectual.
El día 26 de abril de 2011, se celebra el 10.º aniversario de la instauración del Día Mundial de la Propiedad Intelectual, con el título “Diseñar el futuro”, y con el objetivo de dar a conocer la incidencia de las patentes, el derecho de autor, las marcas y los diseños en nuestra vida cotidiana, así como ayudar a entender por qué la protección de los derechos de propiedad intelectual permite impulsar la creatividad y la innovación. Además, se pretende celebrar el espíritu creativo y la contribución de los creadores y los innovadores al desarrollo de todas las sociedades y fomentar el respeto de los derechos de propiedad intelectual.
Por lo tanto, este año el tema viene centrado en los derechos del inventor, las marcas y sus efectos en nuestra vida.
¿Qué es una patente?; son una serie de derechos que el Estado reconoce a un inventor como protección a su invento. Es decir, que una persona inventa algo (por ejemplo, la bombilla, el teléfono, la fregona, el submarino, etc.), y las leyes, el Estado, protegen ese invento otorgando al inventor un tiempo (una serie de años, normalmente unos veinte) para que él pueda explotar el invento, lo comercialice o pueda ceder sus derechos a una empresa, a una multinacional y obtener un rendimiento.
La idea es muy sencilla; si alguien inventa algo y cualquiera puede copiarlo y explotarlo, sin respetar los derechos del primer inventor, el inventor no verá recompensados sus esfuerzos ni su trabajo y, en consecuencia, puede desanimarse en la búsqueda de inventos para la humanidad. Pensemos que un inventor, a lo mejor, ha tenido que invertir buena parte de sus ahorros en ese invento, en desarrollar esa idea que ha tenido. Si una vez que lo da a conocer, todo el mundo se apropia de ella, de ese invento, el inventor se desanimará y no seguirá creando. Recordemos que, a través de los inventos, la Humanidad ha conseguido tener un avance tecnológico importante. Por lo tanto, si nuestra sociedad busca un avance tecnológico, es necesario proteger al inventor, ya que este es una pieza fundamental de su avance.
¿Tienen influencia los inventos en nuestra vida cotidiana? Para saberlo, deberíamos ver nuestra vida sin algunos de los inventos más importantes que nos afectan. Son inventos: el teléfono (y su variante, el teléfono móvil), la bombilla, las bombas eléctricas, la vitrocerámica, los ordenadores, el ascensor… ¿Sigo?; creo que es de justicia reconocer que nuestra vida está repleta de elementos que un día alguien inventó. Nuestra vida cotidiana, sin teléfono móvil, sería todo un caos. Proponeos vivir un día sin teléfono móvil, a ver qué sucede.
La idea, un tanto antigua y nostálgica que tenemos del inventor, es el de un señor que, establecido en el garaje de su casa, utilizando cables, alambiques, poleas y demás, se pasa el día probando y volviendo a probar para dar nacimiento a su idea. Pensemos en el caso de Thomas Alva Edison, el inventor de la bombilla eléctrica, que patentó más de mil inventos en los Estados Unidos. O en Alexander Graham Bell, escocés, inventor del telégrafo, quien fundó en 1876 la Bell Telephone Company para vender su invento. O en el caso de Henry Ford, amante desde pequeño de las máquinas, quien en 1896 inventó su propio vehículo autopropulsado, denominado cuadriciclo, que, luego de varios ajustes, se convertiría en el famoso Ford T, que revolucionaría el transporte.
Y pensemos en los españoles, como Isaac Peral, a quien se le atribuye el diseño y la fabricación del primer submarino, como consecuencia de la denominada crisis de las Carolinas, en la que Alemania intentó arrebatar este archipiélago a España. Isaac Peral se consideró en la obligación de comunicar a sus superiores que había resuelto definitivamente el reto de la navegación submarina. O recordemos a Leonardo Torres Quevedo, inventor de un dirigible, máquinas de escribir y de taquigrafía, proyectores, mandos a distancia… También fabricó el transbordador sobre las cataratas del Niágara. Y, ¡cómo no!, Juan de la Cierva, quien junto a José Barcala y a Pablo Díaz fundó la sociedad BCD, pionera en el desarrollo aeronáutico en España. Juan de la Cierva logró construir y hacer volar un biplano, y en enero de 1923, hizo volar su autogiro, padre del helicóptero. Pues bien, hoy día, este sistema del inventor ya no es útil.
Hoy día, en nuestra sociedad industrializada y avanzada, el inventor suele ser una pieza de todo el engranaje industrial. Suele ser un trabajador de una multinacional, la cual dedica parte de sus beneficios a la división de inventos (I+D), proveyéndole de los medios materiales necesarios (lo que antes eran alambiques y poleas) a cambio de un salario y una pequeña parte de los derechos de la explotación del invento. De aquí que hoy día sea más conocida la marca y el diseño que cualquier otra cosa, ya que la marca y el diseño es la forma en la que actualmente se comercializan los inventos. Pero, en este caso, pasamos de la propiedad intelectual a la propiedad industrial, que es la creación, el invento, pero realizado dentro de una empresa. Por decirlo de otra manera, el inventor tradicional ha quedado como una idea nostálgica frente a la propiedad industrial, que es la creación empresarial.
¿Es bueno proteger la propiedad intelectual? Si partimos de una sociedad que premia y reconoce el esfuerzo como la base de un desarrollo, es necesario proteger la propiedad intelectual, y esa es la base de nuestra legislación, amén de la ya indicada anteriormente de proteger el patrimonio del inventor. No obstante, si pensamos que el crecimiento o desarrollo de nuestra sociedad nunca puede ser lineal, sino que es circular o cíclico (demostrado por una simple visión de la historia), entonces, quizás, deberíamos plantearnos para qué sirve la creación intelectual. Crear es un acto por el cual el ser humano se enfrenta y supera las dificultades; es un acto heroico por el cual la mente del ser humano ha medido sus fuerzas contra las dificultades y ha conseguido vencerlas. Así, por ejemplo, hoy día, los científicos se enfrentan al problema del genoma del ser humano, o a la carrera por hacerse con una vacuna contra el sida. Por lo tanto, así entendido, hay dos cosas muy diferentes: por un lado, el invento, y por otro lado, el inventor.
El Estado debería reconocer y proteger al inventor, ya que este necesita tener cubiertas sus necesidades básicas y poder vivir con dignidad (no en la abundancia, pero sí con dignidad). Pero el invento debería ser de utilidad pública, una vez que se han probado sus bondades. Nuestra sociedad avanzaría muchísimo más si los inventos o patentes no fueran material de comercio; podría haber vacunas universales, y los países del tercer mundo no sufrirían los efectos de tener que pagarlas a precios desorbitados. Los descubrimientos o patentes de la salud serían de dominio público, con el gran beneficio que ello supone; todo aquello que beneficia la condición humana sería patrimonio común y no de unos pocos con elevado poder adquisitivo.
En nuestra sociedad capitalista, basada en el dinero, es difícil imaginar no obtener rendimiento económico de cualquier cosa de la que podamos aprovecharnos, pero la verdad, reconozco que me cuesta mucho imaginar a Leonardo da Vinci frente a su Gioconda o a su Última cena, o frente a algunos de sus grandes bocetos, pensando en sacar provecho económico de los mismos. Es más, creo imaginar una sarcástica sonrisa en los labios de Leonardo diciendo: “Esto es para el mundo”.