Buscando sobre la guerra, las primeras imágenes que me aparecieron por Internet fueron los grabados de Francisco Goya “Los desastres de la guerra”, donde el pintor relata las crueldades de la Guerra de la Independencia Española. Goya plasmó en sus grabados el sufrimiento y el sentimiento de dolor, que son universales y atemporales, de hombres y mujeres que sufren y padecen los horrores de la guerra; en ningún caso muestra la heroicidad o el coraje, solo el sufrimiento, ya sea de un bando u otro.
Los expertos dicen que “Los desastres de la guerra” de Goya suponen una visión de la guerra en la que la dignidad heroica ha desaparecido, y esto es precisamente una de las características contemporáneas de los conflictos. Suponen una denuncia de las consecuencias que sufre el ser humano por las atrocidades de la guerra. Y en este sentido, podemos ver esta obra como una precursora de los reportajes de guerra actuales. Las imágenes con las que comemos y/o cenamos, imágenes reales, que inundan los noticieros y periódicos, que son en muchos casos de extrema dureza y crueldad, siguen reflejando el sufrimiento que producen en el ser humano las atrocidades de la guerra.
LA DIGNIDAD HEROICA HA DESAPARECIDO
Hoy en día cuesta mucho elogiar la dignidad heroica de la guerra; simplemente vemos la desolación y el sufrimiento. Y en parte, la razón de esto es la hipocresía tan grande en la que vivimos.
Por ejemplo: mientras Occidente, por un lado, se vanagloria de los famosos tres principios de la Revolución francesa, libertad, igualdad y fraternidad, por el otro es capaz de mantener y adular a sangrientos dictadores en otros rincones del mundo o permitir y favorecer la existencia de los señores de la guerra para que sus transnacionales puedan beneficiarse en la obtención de materias primas. Otro ejemplo más cercano en el tiempo de esta hipocresía es lo que ha sucedido en Libia y lo que está sucediendo en Siria. Dos pueblos supuestamente oprimidos y maltratados, ¿por qué uno sí y el otro no?
En el caso libio, la hipocresía hace reír por no llorar. Los mismos Gobiernos que hoy se inflan hablando de cómo han ayudado a la liberación del pueblo libio, oprimido y saqueado por el régimen corrupto del general Gadafi, hace un año se fotografiaban y preparaban fiestas con el mismo general.
En el número de agosto de esta revista, había un artículo sobre Confucio; me anoté algunas máximas del viejo sabio: “Gobernar un país con la virtud y capacidad necesarias es parecerse a la Estrella Polar, que permanece inmóvil en su sitio mientras las demás estrellas circulan en torno suyo y la toman de guía”. Ante tanta hipocresía, ¿podemos pensar en nuestros gobernantes como estrellas polares? Bueno, si consideramos la gran ley de que “Así es arriba como es abajo”, así nos va.
A nivel del tema que nos ocupa, me cuesta mucho imaginar a los monarcas europeos, que tan “guapos” salen en las fotografías de las revistas del corazón, al frente de sus ejércitos como antaño hacían los reyes, aun siendo los comandantes en jefe de las fuerzas armadas; y menos aún a los presidentes y jefes de Estado.
Ante este panorama, al menos en Occidente, cuesta mucho admirar y valorar el papel actual de los ejércitos cuando los vemos metidos en según qué fregados tan lejos de casa, y todavía cuesta más aceptar los motivos que nos quieren hacer creer para la movilización de las tropas. Hoy en día los intereses económicos o geopolíticos que los movilizan no nos benefician a todos, como nos quieren hacer creer, sino que simplemente benefician a unos pocos que, curiosamente, siempre son los mismos.
UN OXÍMORON: EL EJÉRCITO COMO FUERZA PACIFICADORA
Para mejorar la imagen del Ejército y crear una opinión pública favorable, se han inventado esto del ejército en acciones humanitarias o el ejército como fuerza pacificadora. A mí, particularmente, me cuesta mucho procesar esta imagen que nos están intentando vender.
Ver al ejército en acciones humanitarias lo puedo llegar a ver; en el mundo de las ONG sabemos lo útiles que son, en caso de grandes catástrofes, la eficaz y rápida capacidad de respuesta y los medios de los que disponen los ejércitos; más allá de esto, encontraríamos discrepancias sobre su actuación en conflictos enquistados que se alargan en el tiempo, con la creación de las zonas de seguridad o los criterios en el reparto de ayuda humanitaria, por poner dos ejemplos.
Lo del ejército como fuerza pacificadora me parece un auténtico oxímoron (figura retórica que une en un solo sintagma dos palabras de significado opuesto). ¿Cómo puede un ejército ser una fuerza pacificadora si ha sido preparado para todo lo contrario? En este caso, si nos remitimos a la guerra de los Balcanes y el papel que jugaron allí los cascos azules de la ONU como fuerza pacificadora, tendremos una desagradable sorpresa.
Y es que un ejército, por mucho “maquillaje” que le pongan, se entrena para, principalmente, ejercer una fuerza violenta al servicio de unos intereses.
EL GASTO EN DEFENSA SIGUE SIENDO PRIORIDAD
La mayor parte de la población es contraria a la guerra y considera que los ejércitos no son necesarios, pero aun así, los Gobiernos siguen gastando millones y millones en ejércitos y armamento, y además, lo curioso del tema son los malabares que hacen para disimular los incrementos que tienen los presupuestos militares, que nos intentan vender como disminuciones de presupuesto.
Según Justicia y Paz, en el caso español, desde la aprobación del presupuesto hasta la liquidación final, diferentes partidas reciben recursos suplementarios para cubrir los gastos reales; la liquidación final aumenta entre un 10% y un 15%, según el año. Estos recursos vienen: una parte, del Fondo de Contingencia, y por otra, de la venta de suelo, instalaciones, casernas del Ministerio de Defensa, es decir, el Gobierno permite la privatización de patrimonio del Estado para el gasto en defensa.
En el año 2010, en plena crisis económica, el Gobierno anunció una reducción del gasto en defensa del 6,2%; en septiembre de 2010, la liquidación provisional ya sufría un incremento del 9,3%; por tanto, podemos apuntar que la reducción anunciada era falsa. Podemos decir que en plena crisis y ante la presión internacional de reducción del déficit, el Gobierno sigue privilegiando el gasto militar respecto al gasto social o gasto para reactivar la economía.
Actualmente estamos recibiendo noticias sobre la grave situación de sequía y hambruna que padece el Cuerno de África. En el caso de Etiopía, más de 4,8 millones de personas necesitan asistencia; se calcula que en el campo de Dollo Ado, al sudeste del país, donde la situación es extrema, mueren diez niños al día.
Este verano, el Gobierno etíope suplicaba una ayuda urgente de 398 millones de dólares para enviar al sur comida, asistencia sanitaria y “mantener a los niños en la escuela”. Con esta cifra, el Gobierno calculaba que podía alimentar de julio a diciembre a 4,5 millones de personas. La hipocresía del asunto es que, según el Think tank Stockholm International Peace Research Institute, Etiopía gastó el año pasado 338 millones de dólares en armamento militar. Importe suficiente para alimentar a 3,8 millones de etíopes que se están muriendo de hambre.
A veces se tiene la sensación de que a los Estados les interesa la guerra, de que debe de ser un negocio muy lucrativo, para rentabilizar tanto gasto en “defensa”.
POBREZA Y CONFLICTO ARMADO
Está claro que los conflictos armados son una fuente de pobreza. La destrucción, las bajas de población (tanto por muertes como por huida del conflicto), los costes de la guerra en sí, la inestabilidad y la inseguridad que generan paralizan a los territorios que se ven afectados. Pero afirmar, como oímos algunas veces, que la pobreza genera conflictos armados es muy atrevido.
Según Justicia y Paz, la pobreza es producto de la violencia estructural, que se sustenta en un orden social injusto mediante la distribución desigual de la riqueza, que recae en manos de unos pocos en detrimento de la mayoría. Violencia estructural que se sustenta en cuestiones de casta, etnia, sexo o puestos dentro de la escala social…
Está claro que la pobreza genera conflictos, pero estos no tienen por qué derivar en una confrontación armada.
Si, por ejemplo, analizamos África, encontraremos países como Burkina Faso, Djibuti, Zambia, Mozambique… que no sufren ninguna guerra y encabezan el ranking de países más pobres; a la vez, encontraremos países con graves conflictos bélicos.
Analizando un poco los conflictos, veremos que siempre hay una motivación política (luchas de poder) que se entremezcla con falta de libertades, de justicia social, reparto desigual de la riqueza, agravios étnicos…, o sobre todo de geopolítica y control de los recursos naturales. Así, muchos conflictos están ligados al petróleo, el coltán, el cobre, los fosfatos, los diamantes, los bosques de madera… Y esto no solo sucede en África; Colombia, Afganistán, Pakistán, Irak, Líbano, Indonesia, Malasia, Libia…, son ejemplos de países con conflictos o, directamente, guerras donde los intereses económicos por el control de los recursos son el verdadero motor del uso de las armas.
Es verdad que la vulnerabilidad de los países donde el Gobierno es débil, donde no existen políticas económicas eficaces para la redistribución de la riqueza, programas que permitan vivir dignamente y con seguridad a su población, pueden favorecer la aparición de los “Señores de la Guerra”, que dirigen grupos armados donde las consignas son el terror y la violencia para hacerse con el control de los territorios ricos en recursos muy apreciados en los mercados internacionales. Estos señores de la guerra nutren sus ejércitos de jóvenes frustrados por la pérdida de la esperanza de acceder a una vida mejor, que buscan una salida fácil en la violencia de estos grupos armados (no debemos olvidar que también existen muchos jóvenes y niños que se ven forzados a ello).
Pero de ello no solo debemos culpar a los Gobiernos locales. La globalización y la interdependencia de las economías hace que los países ricos y sus transnacionales tengan mucho que ver en todo esto; recordemos, por ejemplo, el tráfico de diamantes, el de opio, materia prima muy importante en la industria farmacéutica, o la extracción y comercio del coltán, mineral imprescindible para el funcionamiento de nuestros móviles, ordenadores y demás aparatejos electrónicos, que está causando estragos en el Congo con las luchas de poder de los señores de la guerra por el control de las minas. Las transnacionales de los sectores correspondientes financian directamente a estos señores de la guerra, que les facilitan el mineral, las piedras preciosas o lo que fuere para el funcionamiento de su negocio. Y al mismo tiempo, las decisiones y las políticas neoliberales de las grandes organizaciones mundiales, BM (Banco Mundial), FMI (Fondo Monetario Internacional), la OMC (Organización Mundial del Comercio) o la ONU, desfavorecen sobremanera a los países más pobres.
“EL ARTE DE LA GUERRA”: EVITAR EL COMBATE
Sun Tzu fue un general chino que vivió alrededor del siglo V antes de Cristo, al que se le atribuye el libro El arte de la guerra.
Se dice que El arte de la guerra es el mejor libro de estrategia de todos los tiempos. En él se inspiraron figuras como Napoleón, Maquiavelo o Mao Tse Tung, entre otros; y hoy en día inspira los manuales de gestión empresarial o los de autoayuda de conocimiento personal, que en muchos casos son casi citas literales del manual de Sun Tzu.
Por tanto, a pesar de sus 2500 años de existencia, los consejos de Sun Tzu siguen estando vigentes. ¿Cómo puede ser? Porque, aunque nos hable de ejércitos, no se trata de un tratado militar, sino que es un tratado filosófico que nos muestra “la estrategia suprema de aplicar con sabiduría el conocimiento de la naturaleza humana en los momentos de confrontación. No es, por tanto, un libro sobre la guerra; es una obra para comprender las raíces de un conflicto y buscar la solución”.
Sun Tzu nos dice que la mejor victoria es aquella que se conquista sin combatir, y esta es, precisamente, la diferencia entre el hombre prudente y el ignorante. Entonces, ¿por qué hay y ha habido tantas guerras a largo de la historia?
Parece que la naturaleza humana no pueda parar nunca de matar, de destruir y hacer sufrir a los demás, como si un placer íntimo e irresistible la empujara a destruir a sus semejantes.
Precisamente la ignorancia es la falta de conocimiento sobre la naturaleza humana, que no permite valorar objetivamente en los momentos de confrontación y que lleva a la humanidad al fanatismo (religioso, económico…), ese orgullo insaciable de creerse poseedor de la verdad, que justifica la desaparición del enemigo, es decir, de aquel que no piense como tú o que no tenga tus intereses.
Por tanto, a este nivel, parece que la humanidad no haya avanzado mucho: siguen existiendo guerras que, gracias a armas cada vez más sofisticadas, cada vez son más sangrientas y con efectos cada vez más y más devastadores. Respecto a las armas, Sun Tzu ya nos advertía diciendo que “las armas son instrumentos de mala suerte; emplearlas por mucho tiempo producirá calamidades”.
LA CULTURA DE LA PAZ
Desde aquí estamos a favor de una cultura de la paz, y para conseguirlo, abogamos por la educación, que, en definitiva, es la base del progreso de los pueblos, a través de la cual avanza la humanidad. Pero no una educación cualquiera, sino la educación en los valores verdaderamente humanos que, desde el respeto mutuo, nos permitan ser ciudadanos con derechos, pero también responsables de nuestros deberes, con igualdad de oportunidades y comprometidos con la libertad y el bienestar de todos.
Una educación que funda la ignorancia, los estereotipos prefijados; que nos permita valorar la diferencia como una fuente de riqueza y no como un problema; que nos permita un verdadero conocimiento de uno mismo para así poderlo extrapolar, es decir, como nos decía Confucio, “Tener bastante imperio sobre sí mismo para juzgar a los demás por comparación con nosotros y obrar hacia ellos como quisiésemos que se obrara con nosotros mismos”. Una educación que a través del conocimiento nos permitirá utilizarlo con sabiduría, como nos decía el general Sun Tzu, para evitar el enfrentamiento.
No hablamos de una educación que suponga, simplemente, el aprendizaje de unas habilidades manuales o un almacenamiento de conceptos intelectuales, sino de una educación en el sentido de la Paideia griega o lo que después sería la Humanitas romana, es decir, una educación centrada en los elementos que hacen del individuo una persona apta para ejercer sus derechos y deberes cívicos.
Recordemos de nuevo el artículo sobre Confucio de nuestro compañero de Málaga, cuando nos explicaba la respuesta que dio el viejo sabio cuando le preguntaron: “¿Por qué no ejerces una función en la administración pública?”; contestó: “Los que practican las virtudes realizan ya con ello funciones públicas de orden y de administración. ¿Por qué considerar solamente a los que ocupan empleos públicos como realizando funciones públicas?”.
Una cultura de la paz no significa eliminar de nuestras vidas todo aquello que haga referencia a la violencia, las armas y las guerras, sino que requiere una formación integral del individuo, que facilitaría un cambio cualitativo en el ser humano: el paso del hombre ignorante al hombre prudente, que ahorraría muchas vidas humanas y sufrimientos innecesarios porque las guerras, las batallas se podrían ganar sin combatir; con entendimiento y conocimiento.
La prudencia, una de las grandes virtudes platónicas, favorece el discernimiento claro, la valoración objetiva de los datos necesarios para hacer legislaciones e instituciones que permitan el desarrollo de una paz duradera y estable a nivel planetario; y esto solo es posible con individuos educados de forma integral, que sean respetuosos con el adversario y capaces de sacrificar sus intereses personales en favor de los generales; individuos para los que la globalización no sea solo a nivel económico, sino también a nivel humano, y así romper las barreras de las diferencias y sentir la humanidad como una. Individuos inegoístas solo pueden surgir de un sistema educativo pleno.
No lo olvidemos, la paz no es tan solo la ausencia de guerra. La paz no viene por sí sola, requiere un esforzado trabajo previo, un humanismo cívico donde la ética y la moral sean los ejes vertebradores del individuo y, por ende, de la sociedad. Y la paz no solo se la merecen algunos pueblos, sino que toda la Humanidad es merecedora de ella.