Nuestra propia experiencia personal y la observación desapasionada de la historia nos muestra que la energía realizadora es la fértil agua que da vida a los pueblos. Cuando está guiada por nobles ideales puede construir el maravilloso “edificio civilizatorio” donde la humanidad realiza en cada tiempo histórico lo mejor de su condición humana.
A nivel personal se expresa como esa luz individual, enérgica voluntad que expresa toda nuestra riqueza y da vida al magnífico potencial que espera realizarse.
Una actitud activa ante la vida pone las riendas del futuro en las manos de nuestra voluntad. Por el contrario, el abandono de uno mismo, la pasividad y la abulia tan solo nos convierten, como en el cuento oriental en que las aguas de un río se pudren al estancarse, en una sombra de lo que podríamos llegar a ser.
Hace falta poner en marcha en la vida nuestro potencial realizador permaneciendo siempre activos en lo mental, emocional o físico, pues la energía no se gasta sino que fluye por los canales que la hacen circular.
“La vida vale por el uso que hacemos de ella, por las obras que realizamos”, decía el filósofo Jose Ingenieros. De nada vale saber lo que queremos si no nos esforzamos en hacerlo realidad.
Ni el más elevado pensamiento tiene validez en nuestro actual estado evolutivo si no mueve nuestra voluntad, que es el impulso de realización del ser.
¿Hemos observado cómo nuestra vitalidad está en íntima relación con el estado de ánimo? Son precisamente las altas emociones y sentimientos los mejores impulsores de nuestra energía realizadora. Y esos altos sentimientos nacen de la mano de elevados pensamientos.
Por el contrario, las actitudes críticas, pesimistas o simplemente autocompasivas minan nuestra vitalidad hundiéndola en una inercia y debilidad continuas.
En el cuento oriental que antes mencioné, se narra cómo el díos Indra hizo salir al cenagoso río de su putrefacto lecho, enfrentándole a las rocas e incómodos desniveles. La inercia solo se vence por la acción que, siguiendo el camino trazado, trata de vencer toda adversidad. Solo la actividad produce vida.
La energía ha vitalizado el desarrollo del universo. Es, pues, el canal que da vida al plan evolutivo, a la plasmación de los arquetipos en el mundo manifestado.
El permanecer ociosos nos hace extraños a la misma vida y a su rítmica marcha.
Hay un estrecho vínculo entre energía, juventud y entusiasmo. Pero más allá de ser la juventud la que produce energía y entusiasmo, es la presencia de estas dos lo que nos torna jóvenes interior y exteriormente. Los ideales latiendo en el corazón (entusiasmo) y la actividad, son llaves de la “Afrodita de oro”.
Recientemente se está descubriendo cómo en los ancianos el realizar ejercicios de gimnasia vuelve activos procesos de rejuvenecimiento celular que se creían irreversibles por la edad.
Esta energía realizadora es impulso hacia delante, es afán de renovación, es vocación de progreso y perfección. Cuando caemos en la pasividad renunciamos a la vida, renunciamos a nuestra cuota de libertad y acabamos poniendo nuestro destino en manos ajenas. La dignidad que nace de la necesaria libertad de ser y de poder hacer se ahoga en la indiferencia de la renuncia a uno mismo.
No basta con pensar en lo que soñamos, en lo que creemos justo o bueno; es necesario poner todo nuestro esfuerzo en su realización. Si esa energía no es fuerza bruta, sino inteligente impulso y constante dedicación, llegaremos adonde nos propongamos. “Si vas por un camino que tus manos construyen día a día, llegarás al lugar donde debes estar” (Máximas egipcias de Ani).
El universo pone en nuestras manos un infinito caudal de energía realizadora. Pongámoslo en marcha para que mueva los resortes del futuro.