Dicen que los genios son despistados para las cosas mundanas, como algunos de nosotros. Sin embargo, su genialidad también se expresa en los remedios que usan para solucionar esos despistes.
En uno de los encuentros históricos más importantes de la ciencia, entre Newton y Halley, el doctor Halley preguntó qué curva creía que era la que describían los planetas. Sir Isaac Newton contestó que era una elipse. El doctor, lleno de alegría y asombro, le preguntó cómo lo sabía. “Porque lo he calculado”, fue la respuesta, pero al ir a buscar el cálculo no lo encontró. En esa época era como decir que tenía el remedio para la viruela pero lo había perdido.
Para subsanar semejante pérdida, Newton rehízo los cálculos…, y mucho más. Dos años de profunda reflexión dieron al mundo su obra maestra: Principios matemáticos de filosofía natural. Un libro que le hizo famoso y el más respetado y admirado de los científicos de su tiempo, y aún por siglos.
¿Por qué? ¿Qué hace tan especial este libro? Con él cobraron sentido todos los movimientos del universo, explicaba matemáticamente las órbitas de los cuerpos celestes e identificaba la fuerza que los ponía en movimiento: la gravedad. Y todo esto sólo con tres leyes simples que hoy aprendemos en la enseñanza básica.
Benedetti, en su libro Despistes y franquezas, nos enuncia otro tipo de enigma resuelto pero perdido:
Todos tenemos un enigma
y como es lógico ignoramos
cuál es su clave su sigilo
rozamos los alrededores
coleccionamos los despojos
nos extraviamos en los ecos
y lo perdemos en el sueño
justo cuando iba a descifrarse
y vos también tenés el tuyo
un enigmita tan sencillo
que los postigos no lo ocultan
ni lo descartan los presagios
está en tus ojos y los cierras
está en tus manos y las quitas
está en tus pechos y los cubres
está en mi enigma y lo abandonas