Nos ha parecido curioso, o significativo, dedicar espacio a esa extraña práctica que programa la caducidad de los artefactos, que determina una duración limitada y controlada para los utensilios que necesitamos para vivir. Una planificación que nos parece demencial nos somete a la tiranía del consumo, nos obliga a sustituir nuestras herramientas por otras nuevas porque alguien decidió limitar su capacidad para sernos útiles.
Habíamos propuesto el mes pasado un cierto debate sobre lo nuevo y lo de siempre y llega a nuestra redacción un interesante artículo sobre la “obsolescencia programada”, que nos ofrece precisamente un ejemplo de lo que estábamos planteando.
Por una parte, consideramos que lo bueno es lo que perdura, un criterio que nos sirve para orientar nuestra vida, y por otra, nos vemos obligados a aceptar la tiranía de lo efímero y lo caduco. Nos damos cuenta de que no es suficiente que tratemos bien a los aparatos que la tecnología ha ido poniendo a nuestra disposición para facilitarnos la vida, pues una especie de destino cruel ha dispuesto, desde su diseño hasta la composición de sus elementos, los límites de su utilidad.
Es posible que en ese nuevo tiempo en el que estamos entrando, empujados por los diferentes tipos de crisis que afectan a la humanidad, nos corresponda desarrollar destrezas para vencer al tiempo y conseguir que los artilugios técnicos perduren, entre otras cosas, porque resulte cada vez más difícil sustituirlos por otros nuevos, no necesariamente mejores.
En cualquier caso, como lo propio del ser humano es la necesidad de saber y encontrar los porqués de la existencia y como por ahora nadie se atreve a programar la vigencia de las ideas y los ideales, haremos bien en seguir buscando los valores que perduran más allá del tiempo y de los caprichos de los mercados.
Buena ocasión para reflexionar sobre las contradicciones que nos afectan casi sin darnos cuenta.