Cuando adquirimos una impresora o un coche, no es probable que deseemos que tengan una fecha de caducidad antes de salir de la tienda. Sin embargo, muchos de los bienes que adquirimos ya tienen predeterminado el momento en que dejarán de funcionar desde que fueron diseñados.
Se denomina obsolescencia programada a la planificación del fin de la vida útil de un producto o servicio, de modo que, tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante durante la fase de diseño, este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible.
El potencial de esta práctica es considerable y cuantificable para beneficiar al fabricante, dado que en algún momento fallará el producto. Esto obligará al consumidor a que adquiera otro envoltorio que le satisfaga más, en forma de “novedad” tal vez, ya sea del mismo productor o de un competidor, factor decisivo también previsto en el proceso de dicha práctica. Para la industria, esta actitud estimula positivamente la demanda al alentar a los consumidores a comprar de modo artificialmente acelerado nuevos productos si desean seguir utilizándolos.
Una práctica desconocida y “loca”
Podemos afirmar que esta práctica es antinatural, ya que la naturaleza sigue su curso sin modificarlo de esta manera. La obsolescencia programada se utiliza en gran diversidad de productos, como por ejemplo, bombillas, impresoras, coches, etc.
¿Existe riesgo de reacción adversa de los consumidores al descubrir que el fabricante invirtió para que su producto se volviese obsoleto más rápidamente?
Quizá se deba a que los consumidores no conocíamos esa práctica. O que la justificamos, pues las ventajas son que perpetúan el modelo industrial, los puestos de trabajo, etc., aunque sabemos que es la naturaleza la que “sufre” los abusos de la industria. Pero también el ser humano sufre este loco sistema…
Podemos preguntarnos: ¿por qué aceptamos lo antinatural? ¿Por qué nos resulta tan difícil diferenciar lo que está bien de lo que está mal? ¿Por qué aceptamos la obsolescencia programada si es una locura?
En su novela 1984, George Orwell nos habla de un inquietante futuro donde el gobierno totalitario dirigido por El Gran Hermano tiene como objetivo controlar totalmente a sus ciudadanos. El protagonista rebelde, Winston Smith, está siendo torturado y debe aprender y aceptar cosas como que 2 + 2 = 5, lo bueno es malo, el odio es amor, el amor es odio, el miedo es valor, etc.
Somos fáciles de manipular
Cuando cubrimos nuestras necesidades básicas físicas y espirituales somos felices, estables, nos contentamos con lo que somos y con lo que tenemos. Nuestra visión es amplia y distinguimos lo que importa de lo que no; reconocemos lo auténtico y lo atemporal, apreciamos las virtudes y no los defectos. Somos nosotros mismos los que controlamos nuestra vida, nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. En definitiva, nos resulta fácil diferenciar lo que está bien de lo que es dañino e ignorante, lo que es natural de lo que es artificial. Sabemos de dónde venimos y hacia dónde vamos; nos reconocemos como humanos, y mejorar es nuestro camino por derecho.
Si ahora no suele ser así, ¿significa eso que nos faltan todas estas cosas? Si a nosotros no nos gusta sentirnos infelices, ¿por qué lo somos? ¿Estamos locos?
Los amos de la caverna
Por usar la alegoría de la caverna de Platón, podemos decir que si estamos en la ignorancia nos sentiremos infelices. Diría el filósofo que esta locura de las sociedades del siglo XXI no es más que ignorancia, ignorancia propiciada por esas personas que quieren que seamos tanto o más infelices que ellos. Que nos confunden a propósito para que nos sintamos mal: inestables, contradictorios, vacíos de lo que nos hace felices, desequilibrados; desajustando así lo que pensamos, sentimos y hacemos. Sentir este vacío y confusión nos hace vulnerables porque ya no tenemos pilares sólidos a los cuales agarrarnos. En consecuencia, somos fáciles de manipular, controlar e influenciar por otros, aunque estos sean dañinos e ignorantes.
Su motivación no es otra que ganar más para tener más a toda costa, priorizando la cantidad por encima de la calidad. De esta manera no estamos satisfechos con lo que tenemos ni con nosotros mismos, y esto hace que tengamos que buscar la satisfacción fuera de nosotros, en el mundo material donde nos dejamos llevar, ya que las raíces de nuestro árbol no pueden aguantar los zarandeos constantes del día a día.
Necesidad de otros parámetros de crecimiento
Es triste ver, en nuestra forma actual de concebir el mundo laboral, que muchas personas trabajan sin amor y sin vocación, independientemente de si se corresponde con lo que soñaban hacer o no. Muchas veces aceptamos un puesto en el que apenas podemos crecer personalmente, enrolados a la fuerza en una maquinaria que abarca toda nuestra sociedad de consumo.
Es urgente encontrar nuevos parámetros de crecimiento. Quizá buscar de nuevo ideales que nos lleven a construir una sociedad más humana, solidaria y justa. Que nos aleje de tanta confusión y materialismo, que solo producen infelicidad.
Ya sabemos que las utopías se perdieron en los siglos pasados. pero si observamos atentamente la mirada de las personas quizá podamos captar una luz brillante y rebelde en lo más profundo de sus sombras, que anhela volver a ser libre. Esos ojos podrían ser los tuyos.
Lewis Carrol en Alicia en el país de la maravillas, le hace decir:
–Pero si yo no quiero estar aquí, entre locos…
–¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo. Aquí estamos todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.
–¿Y cómo sabe que estoy loca?
–Tienes que estarlo a la fuerza. De lo contrario, no estarías aquí.
Enlace al documental explicativo: http://www.rtve.es/television/documentales/comprar-tirar-comprar/directo/