La felicidad no solo se aprecia de forma subjetiva, según lo que cada uno entiende por felicidad y su propia experiencia personal. La neurociencia, con sus nuevas investigaciones, nos descubre a personajes como el profesor Ricard, cuya felicidad puede medirse con métodos científicos objetivos.
Basado en la entrevista realizada por Eduard Punset en el programa Redes y en la conferencia «Cultivando nuestro interior para conseguir la auténtica felicidad», ofrecida en Madrid en 2012, en el marco del II Congreso Internacional de la Felicidad.
A Matthieu Ricard se le ha calificado como un punto de encuentro entre el mundo científico actual y el mundo místico tradicional, específicamente en relación con los contemplativos budistas.
Profesor de Bioquímica de nacionalidad francesa y a la par monje budista desde hace más de cuarenta años, ha estado ayudando activamente en los últimos estudios que se realizan dentro del campo de la neurociencia, donde se están planteando distintas perspectivas y rompiendo paradigmas tradicionales de la ciencia materialista de nuestro tiempo, para adentrarse en un nuevo enfoque, aceptando nuevas posibilidades para su estudio.
Matthieu Ricard protagonizó un estudio donde se analizó, a través de escáneres, la respuesta neuronal de distintos individuos; especialmente, se quiso analizar la diferencia entre individuos que se han ejercitado en la meditación y en el despertar del sentimiento de la compasión, una de las características a desarrollar en el budismo, en comparación con personas que no practican ningún tipo de meditación.
Los resultados fueron asombrosos, pues en aquellos individuos que se habían ejercitado a través de la meditación, se observó que presentaban una actividad muy elevada en el área del córtex prefrontal izquierdo, sección del cerebro relacionada con la felicidad, y por otro lado, había una significativa disminución de la actividad neuronal en la actividad del lóbulo derecho, área relacionada con la depresión, así como también se observó una menor actividad en la amígdala, centro de activación del miedo y la violencia.
Por los resultados de estos estudios, a los cuales el propio Matthieu Ricard se sometió, fue nombrado honoríficamente «El hombre más feliz del mundo», pues la actividad neuronal de su cerebro sobresalía por encima de los otros individuos, fruto de su larga carrera en la ejercitación de la meditación dentro del budismo.
De estos estudios también se observó que, en general, la capacidad de concentración en los individuos que se ejercitan en la meditación es muy superior a la de aquellos individuos que no la practican, y no solo poseían una mayor concentración, sino también una mayor capacidad de mantenerse en ese estado. Se comprobó también que personas que no practicaban la meditación, luego de ponerla en práctica unas semanas, obtenían una mejora importante en la capacidad de concentración.
Más allá de estos resultados, que son reveladores, Matthieu Ricard incita a la aplicación y vivencia de una serie de valores humanos cuya validez siempre ha sido real, pues nuestros estudios simplemente demuestran que se puede medir incluso en lo físico, pero estos principios han sido válidos siempre.
Nos comenta que tenemos graves problemas en la actualidad debido a la falta de una educación activa dirigida al cultivo de valores humanos profundos. Esta carencia ha hecho que el ser humano de nuestra sociedad pierda gran parte de su potencial, hundiéndose en sus propias limitaciones. El profesor señala que hoy existe un culto al egoísmo enorme y reconocido, muchas veces justificado en la supuesta naturaleza egoísta del hombre. Sin embargo, esta es una actitud que ni siquiera encaja en el campo sociológico experimental. Muchos casos conocidos por la historia han mostrado actos altruistas donde algunas personas ponen en juego la propia vida en beneficio de otras, pasando por encima de cualquier razonamiento basado en la motivación egoísta. ¿Cuántos casos hay de familias que en la Segunda Guerra Mundial arriesgaron su vida por proteger a otras personas perseguidas? Muchas; durante la invasión nazi, protegieron a otras personas que no pertenecían a su familia, ni tenían la misma religión. Si les preguntamos, nos responden que simplemente es así, tenían que protegerlos, aunque arriesgasen su propia vida. Aquí no podemos hablar de motivaciones egoístas, pues sería absurdo. Estos casos, entre muchos otros, son conocidos por todos.
La mente, una luz que ilumina
Nuestro personaje comenta que el altruismo existe y ha sido comprobado científicamente. También existe el egoísmo, pero no debemos caer en la negación del altruismo, pues implicaría una aberración al negar esa parte sublime en el hombre y solo limitarlo a su aspecto instintivo, quitándole la oportunidad de poder llegar a conocer su parte elevada y luminosa.
Existe un potencial para el bien que siempre ha estado dentro del ser humano, aunque a veces no se vea, pues queda escondido por nuestros defectos, pero que es como un trozo de oro que cae en el fango; lo que se debe hacer es sacarlo y limpiarlo, pero por más fango que tenga sigue siendo oro. En el budismo, a ese potencial se le llama la luz de la mente. Es una metáfora, pues este aspecto es como una linterna que ilumina. No importa que ilumine un montón de basura; la luz no se ensucia. O que ilumine un montón de oro; esta no se vuelve más cara por ello. Este potencial para el bien, ese oro del que hablamos, se puede limpiar y sacarle brillo, pero si fuese una piedra caliza, por más que se limpiara y puliera, jamás se podría convertir en oro. Esto no es algo ingenuo o un dogma, está basado en la observación y comprensión profunda del ser humano.
La naturaleza básica de la conciencia tiene la capacidad de contener muchas cosas: amor, odio, etc., es capaz de «iluminar» en diferentes direcciones, pero sigue siendo ella misma, y no lo que refleja su luz. Creemos que los pensamientos que nos acosan son propios, creemos que esos miles de imágenes distintas que pasan por nuestra mente forman parte de su naturaleza, pero según el budismo, estas imágenes son simplemente proyectadas en la mente pero no le pertenecen. El budismo busca centrarse en lo que está detrás, en la pantalla donde se proyectan las imágenes. Busca cambiar la mente y no el entorno. Es a través de esta desidentificación o alejamiento del objeto como el practicante puede desarrollar la capacidad de observar desde fuera lo que se proyecta en la mente sin identificarse con la imagen y no quedar atado a ella, pues son muchas de esas imágenes las que nos condicionan y limitan nuestra forma de vivir, impidiendo que vayamos más allá de los patrones que han dado origen a esas imágenes, y que como se ha dicho antes, son fruto de una sociedad sumida en el egoísmo, que por tanto va a producir imágenes y concepciones egoístas y que las personas perciben como suyas aunque no les pertenecen.
Matthieu Ricard ha estado cuarenta años en Tíbet practicando budismo, y nos comenta que una de las búsquedas más importantes dentro de esta filosofía es la de encontrar la libertad interior, el poder liberarse de los celos y egoísmos, encontrar el despertar de la compasión, desarrollar una sociedad donde nos preocupemos más por los demás, pues según el profesor, nuestros problemas actuales se deben al exceso de avaricia y egocentrismo. Este tipo de visión debería intervenir incluso en la educación, pues en la sociedad queremos personas buenas y equilibradas y no es esto lo que observamos; hay algo que falla en nuestra forma de vida y es nuestro deber cambiarla.
Es fundamental no solo cultivar una herramienta, como se nos enseña en las escuelas. La inteligencia es una herramienta muy útil, pero si no hay un Ser Humano detrás, puede ser utilizada para el mal o no utilizarla. Un cuchillo puede ser utilizado para hacer daño, para curar o simplemente no ser utilizado. Por ello son más importantes los motivos y valores que tiene quien lo maneja que la capacidad en sí del cuchillo. Lo fundamental es fomentar la utilización de esas potencialidades en pro del bien común, y no solo del provecho de uno mismo, lo cual generalmente implica pasar por encima de otros. Es por esto por lo que es necesario poder incorporar en nuestra educación de base el fomento de la compasión. Esta es una virtud de carácter social, pues solo surge en presencia y en relación con otros. El budismo enseña a desarrollar esta emoción tan compleja: la compasión serena y profunda.
Por todo esto, si uno quiere cultivar el altruismo, la compasión, los valores humanos, con una mente dispersa no se podrá conseguir nada. Por ello necesitamos una mente más calmada, con mayor claridad, y para ello hay que entrenarla.
En Occidente nos hemos reconocido como especiales y diferentes al resto de la naturaleza. La idea de la supervivencia del más apto ha sido llevada a límites inauditos; ejemplos como el inglés Herbert Spencer nos han llevado a justificar masacres humanas en referencia a una supuesta superioridad que daba derecho a abandonar a los «menos aptos», y que posteriormente han sido calcados por unos y otros, justificando así algo muy alejado de una superioridad, pues la única superioridad que ha quedado manifiesta es la de haber sido más malvado que otros.
Hoy, gracias a los avances científicos, vivimos más y con mayores comodidades, pero también estos avances han sido dirigidos a metas menos positivas, como el perfeccionamiento en la destrucción de nuestra naturaleza y de seres humanos. La ciencia en el estudio neurológico es muy reciente y va en aumento y desarrollo, pero quizá haya que dar un paso más y no solo estudiarla, sino que estas conclusiones profundas encontradas sobre la verdadera naturaleza del ser humano se incorporen a la forma de hacer ciencia, y que esta misma vele por la aplicación de esta ética en su propio desarrollo, para así conseguir un mundo más humano, compasivo y, por tanto, mejor.