Las modas y tendencias de nuestro tiempo nos imponen la tiranía de lo nuevo, de lo último, de lo reciente, como una categoría que marca el valor de las cosas. Ante esta postura solo caben dos posibilidades: o nos sumamos a esa búsqueda desaforada de lo nuevo, o bien aprendemos a presentar como nuevo lo que no lo es en absoluto, es decir, traer hasta el presente lo que en realidad es del pasado.
A nosotros en Esfinge no nos convence ninguna de las dos posibilidades, en primer lugar porque no nos gustan las tiranías de ninguna especie, ni siquiera las de las modas, ni tener que disfrazar las cosas. Nos interesa buscar más bien lo que nos parece válido, lo que nos puede enseñar algo sobre nosotros mismos, o ensanchar nuestra visión del mundo, o acercarnos un poco más a nuestros sueños de concordia y de sabiduría para todos, ya se encuentre en el remoto pasado o en el rabioso presente.
Por eso estamos atentos a los descubrimientos que se producen sobre las antiguas culturas, gracias al paciente y minucioso trabajo de los arqueólogos, que reconstruye ciudades donde los seres humanos gozaban, sufrían, rezaban, luchaban. Buscamos nuevos modelos que puedan sustituir los gastados del presente y con frecuencia olvidamos que esa preocupación fue también propia de otras civilizaciones del pasado y que quizá encontraron respuestas que podrían servirnos ahora, entre otras cosas cómo lograron armonizar su vida con los ritmos de la Naturaleza, un saber que hemos perdido.
Lo que decimos de las civilizaciones también resulta válido si nos referimos a los valores, como el de la amistad, uno de los más apreciados ahora y siempre. Esto viene a indicarnos que los seres humanos de épocas diferentes compartimos preferencias, objetivos, sentido de la vida, y eso nos acerca un poco más a la idea de una humanidad unida, más allá de las diferencias.
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