La idea de que podamos ser manipulados en aras de oscuros intereses sin ser conscientes de ello traspasa la barrera de la ficción y se asoma como posibilidad al mundo real bajo el análisis del autor.
Todos nos sentimos estremecidos al leer 1984, de George Orwell, o al presenciar alguna de sus versiones en cine. La manipulación mental en masa, la pérdida del sentido de individualidad, el alma vaciada de cualquier impulso generoso e idealista, la traición a nuestras íntimas convicciones y a aquellos a quienes amamos, forman parte del escenario de terror de esta obra. En ella, Orwell alertaba del peligro del comunismo staliniano y sus métodos de manipulación y destrucción del ánimo basándose en el miedo. Critica también la pérdida de palabras del lenguaje, la vulgarización de las expresiones y, algo aún peor, la introducción de palabras y estructuras lingüísticas que no corresponden a ningún significado o que desestructuran la mente, como si fuesen virus informáticos. Un ejemplo, en esta lengua, que Orwell llamó Novilingua, es la palabra Duplipensar, que es “la capacidad de guardar simultáneamente en la cabeza dos creencias contradictorias y de aceptarlas ambas, sin conflicto”. Esto significa la pérdida de la inteligencia y de la libertad interior, la incapacidad de elegir, de meditar y seleccionar según un criterio propio aquello que creemos más válido, más cierto.
Resulta curioso comprobar que muchas de estas palabras son muy semejantes en estructura a las simplificaciones propias de los términos informáticos, lo que no sería alarmante si después estos términos no pasaran a la lengua cotidiana. En resumen, estamos ¿“in” o “out”?, o es que quizás vamos a tener que “reiniciarnos”, porque tenemos un hacker que nos está provocando dolor de cabeza.
Como decía Séneca, sabemos que es la vida quien configura la lengua, pero también es cierto que el cómo hablamos expresa nuestra visión del mundo. El sumergirnos en la literatura clásica nos permite no olvidar una visión poética de la vida, y el universo mental de un Shakespeare, Camões, Cervantes o Tolstoi es tan pletórico de matices y colores, que el nuestro, en comparación, es grisáceo y sin demasiados tonos. Retirar antónimos y sinónimos de los diccionarios, como hacía el Gran Hermano en la obra de Orwell, era un modo de idiotizar y hacer más mansos a los ciudadanos, y por desgracia, comprobamos hasta qué punto fue certera su visión del futuro.
El libro 1984 es una metáfora de nuestras sociedades modernas y los sistemas de control de masas, omnipresentes –como el Gran Hermano– en la sociedad de consumo y globalización económica actual. George Orwell combatió denodadamente contra la enfermedad que lo devoraba, la tuberculosis, para poder terminar su escrito alertando así a sus contemporáneos y a las futuras generaciones del peligro que corrían. Demostró una gran agudeza al prever el poder de la televisión y su posición sagrada en el altar donde otrora brillaba el fuego del hogar. Teletela, la llama él, y sirve, no solo para ser “sorbido” mentalmente, sino también para ser vigilado por las autoridades.
Cuando toda resistencia es vencida
Y sin embargo, es quizás solo ahora cuando nos encontramos con la más pavorosa de sus predicciones. ¿Recuerdan la habitación 101 donde Wingston Smith es torturado y cede a las exigencias de sus verdugos, renunciando a todo aquello que ama, a su propia alma e identidad, pues el terror le hace vaciarse, dejar de ser, besar las manos y rendir culto a quien le destruye? Este es el Gran Hermano, el dios y tótem, cristalizada imagen de la caverna platónica. Y es que esta obra es una versión dramática, sociopolítica y fundamentada en hechos históricos de la alegoría platónica de las almas-sombras encadenadas y esclavas de la propia caverna, que, como la sociedad globalizada hoy, se protege a sí misma triturando conciencias y huesos. Wingston Smith, símbolo en esta obra de “El último hombre de Europa” (este era el título original del libro de Orwell), había superado todo tipo de torturas, fiel a su alma, fiel a su amada Julia y fiel a su odio a un sistema deshumanizante. Pero en esta habitacion 101 sus verdugos penetran en las profundidades del inconsciente y hallan cuál es para cada uno el más terrible y pavoroso de todos los miedos, y ellos le dan forma. Es una sala de torturas personalizada para quebrar toda resistencia.
Estos son los conocimientos que ahora comienzan a despuntar en el horizonte de nuestro mundo, moralmente en ruinas. Lo triste es que se trata de técnicas de magnífica ayuda al prójimo y de cuyos beneficios todos nos servimos, pero hay ya sombras que nos hacen sospechar lo peor. La Resonancia Magnética, la Tomografía Axial Computerizada (TAC) y la Tomografía por Emisión de Positrones (PET) permiten un diagnóstico y análisis del organismo “en tiempo real” y con una precisión asombrosa para detectar cualquier anomalía o tumor. Los datos que suministran están siendo especialmente reveladores también en el estudio de las momias, y nos están permitiendo descifrar los secretos de cómo funciona el cerebro. Una de estas revelaciones cuyas consecuencias aún no han sido suficientemente calibradas es, por ejemplo, la que ha originado el experimento con una joven británica en estado vegetativo desde hace varios meses, trabajos efectuados por Steven Laureys, de la Universidad de Lieja, y Adrian Owen, de Cambridge. Se animaba a esta paciente en coma –y por tanto, según las teorías actuales, sumergida en la más profunda inconsciencia– a que imaginase un recorrido por su casa o una partida de tenis, y las imágenes de actividad cerebral que aparecían en el escáner de resonancia magnética coincidían con las de un grupo testigo de personas conscientes. Si esto es cierto, resulta que los pacientes que se hallan en coma, aunque no tienen ningún tipo de actividad motora voluntaria, sí son conscientes y saben lo que hablamos y, ¿quién sabe?, quizás también lo que pensamos, puesto que es posible que no se hallen estrictamente dentro del cuerpo físico, sino solo cercanos a él.
La desgracia es que en un mundo contaminado, física y moralmente, los mejores esfuerzos son contaminados por el interés y deseo de lucro, sin importar cuán devastador pueda esto ser para la condición humana. Y no olvidemos que la única verdadera calidad de vida es la que respeta el sentido de humanidad y sus valores. Es decir, sin moral no hay calidad de vida; como mucho, puede haber calidad de consumo, o sea, pan para hoy y terror para mañana. Como expresó un sabio hindú, cuyo nombre responde a las iniciales K.H., “Vivir es aspirar, crear, transformarse y triunfar. Todo lo demás es detestable vegetar en una ignominiosa supervivencia en la indignidad, la abyeccion y el caos…».
¿Quién nos defenderá de aquellos que ya perdieron sus escrúpulos, de aquellos que pueden hacer curvarse las leyes y las instituciones ante su poder, y para quienes el mundo entero es como un monopoly en que se puede comprar y vender?
La mente: una caja de seguridad abierta
Extractamos fragmentos de una noticia redactada en el periódico El Mundo, el 2 de diciembre de 2006, destacando en negrita y subrayando lo que nos interesa:
La mente era, hasta hace poco, la gran caja de seguridad que encerraba la solución a estos y otros enigmas, inaccesibles para la ciencia. El misterio se está empezando a desvelar gracias a las nuevas técnicas de diagnóstico por imagen. Los escáneres están penetrando sin pudor en la intimidad del cerebro y descubriendo que la razón de que unas personas se comporten de forma diferente a otras, de que enfermen o de que no respondan de igual manera a un tratamiento no es fruto de la casualidad, sino que está escrito en su estructura.
Muchas de estas ‘verdades’ se han dado a conocer esta semana en la 92 reunión de la Sociedad Radiológica Americana (RSNA, sus siglas en inglés), la gran feria de la tecnología del diagnóstico por imagen que cada año reúne en la ciudad de Chicago (EE.UU.) a más de 60.000 profesionales de multitud de disciplinas médicas llegados de todo el mundo.
Puede que a la próxima edición de la RSNA acudan también los ejecutivos de las empresas de marketing. Una de las investigaciones más llamativas presentadas en esta última ha sido un estudio alemán que ha evaluado mediante la resonancia magnética (RM) qué zonas del cerebro se activan en la mente cuando se nos presenta un producto de una potente marca.
Según explicó en el congreso Christine Born, radióloga del hospital universitario Ludwig-Maximilians de Munich, nuestra mente podría determinar qué coche nos compramos antes incluso de que nos hayamos sacado el carné de conducir y nos planteemos esa posibilidad. Este estudio pionero revela que ciertas marcas comerciales desencadenan una fuerte actividad cerebral que otras no logran despertar, independientemente del tipo de producto.
El trabajo abre la posibilidad de que las modernas técnicas de imagen vayan un paso más allá de los sondeos de opinión y de los estudios de mercado a la hora de conocer los gustos del consumidor. De hecho, pueden complementar otros métodos que se emplean en un área emergente: la neuroeconomía.
«Nuestra investigación revela que existe un proceso mental anterior al hecho de la compra y que tiene que ver en cómo se perciben y procesan las marcas en el cerebro», explicó Born, para quien este tipo de estudios puede ayudar a «comprender mejor las necesidades y demandas de los distintos grupos sociales y para mejorar su calidad de vida».
Lo primero, decir que no sabemos qué mueve a una profesion tan noble y útil como es la radiología, destinada a diagnosticar la salud o la enfermedad, a preocuparse tanto por cómo se puede determinar el coche que nos compraremos, años antes siquiera de tener el carnet de conducir.
Lo segundo, el último párrafo subrayado debe de ser una ironía o una broma de mal gusto, o quizás esta figura del lenguaje que se llama eufemismo, y que la Wikipedia define como figura de estilo que consiste en suavizar la expresión de una idea molesta sustituyendo el término contundente por palabras o circunlocuciones menos desagradables o más pulidas (o quizás más convenientes al interés de cada uno).
¿Desde cuando el marketing se ha ocupado en comprender mejor las necesidades y demandas de los distintos grupos sociales y mejorar la calidad de vida, en vez de, hablando llanamente, saber cómo mejor vender un producto? La calidad de vida de la que se habla aquí no es, desde luego, la que pensamos nosotros, y que ya explicamos antes, sino la que utilitariamente establece la pirámide de Maslow, para quien, por cierto, el hombre no es un dios encadenado, sino un atado de deseos e instintos estructurados consciente o inconscientemente en torno al propio egoísmo, dentro de la mente humana.
Triste visión de la naturaleza humana, que tanto dolor está causando. Es claro que se avecinan tiempos duros en que va a ser cada vez más difícil pensar con claridad y cordura, por uno mismo y según el propio criterio, saliendo de la masa oscura y anónima de la indefinición y la inercia. Y, sin embargo, ese es, según todos los sabios, nuestro verdadero destino, nuestra única opción… humana.