El sendero de las enseñanzas platónicas nunca se perdió desde que su autor las impartiera hace más de veinticinco siglos. Uno de los grandes filósofos que las impulsó fue Plotino, cuyo rastro nos anima a seguir el autor de este artículo aunque para ello tengamos que familiarizarnos un poco con el lenguaje aristotélico.
“Nosotros, que no estamos acostumbrados a mirar el interior de las cosas y que, por tanto, no lo conocemos, perseguimos tan solo lo externo y desconocemos que lo interno es lo que nos mueve”.
“Jamás un ojo podría ver el Sol si no fuese de alguna manera semejante al Sol, ni un alma podría ver lo bello si ella misma no fuese bella”.
Las enseñanzas sobre la belleza que están expuestas en las obras de Platón, como el Fedro o El banquete, son migajas de una fiesta mística: la de la Iniciación en los Misterios del Amor y la Belleza. Proclo, el último Iniciado neoplatónico, no miente cuando afirma que los libros de Platón están delineados y escritos según una estructura musical y que no hay una única imagen, idea o palabra que no dance, como las notas de una partitura, al son de la verdad una que se quiere exponer en cada diálogo. De ese modo, La República sería una música de ideas inspiradas en torno al fuego de la Justicia, Fedro alrededor de la Belleza y el Timeo ante el altar de lo Verdadero.
Pero la ignorancia hace que no percibamos esa armonía de ideas. Es difícil para el alma abrirse como un loto a la luz de sus enseñanzas, es necesario alguien que comente su arte, que nos inicie en su música de ideas.
Cuando la Academia, fundada por Platón, perdió su amor a la sabiduría, cuando en ella se dio más importancia a los banquetes que a la misma investigación de la verdad, surgió un personaje pletórico de pureza y mística que dio un nuevo impulso a las enseñanzas platónicas, un sabio de cultura helena y de sangre egipcia, Plotino, nacido en Licópolis en el año 204 d.C. Su biografía es conocida porque uno de sus discípulos, Porfirio, hizo mención de la misma. A los veintiocho años viajó a Alejandría, foco cultural del mundo de entonces. Sin embargo, las enseñanzas que recibió de matemáticos, músicos, gramáticos, etc., no fueron suficientes para él. Hasta que encontró a Amonio Saccas, a quien reconoció como su Maestro, y con quien estudió durante once años. Amonio Saccas era un extraño personaje que se ganaba el sustento cargando bultos en el puerto de Alejandría y a quien le tradición dio el nombre de “Teodidactos”, o “el enseñado por los dioses”. Maestro de personajes tales como Plotino, Longinos (autor de la obra Lo sublime) u Orígenes, Amonio fundó una escuela ecléctica que buscaba y encontraba la síntesis y quintaesencia de los distintos movimientos filosóficos y religiosos.
Terminado su aprendizaje, Plotino se alistó en las tropas de Gordiano, rumbo a Persia, tal vez con el designio oculto de viajar a la India para encontrar allí la milenaria Fraternidad de Sabios que menciona Filóstrato en su Vida de Apolonio de Tiana. Después de ser derrotado el ejército romano en Mesopotamia, y salvando por poco la vida, volvió a Roma, con cuarenta años, donde abrió una escuela de filosofía, animada por el mismo espíritu ecléctico de su maestro Amonio.
Siguiendo la sombra del águila
El calor de sus enseñanzas reunió a centenas de jóvenes e importantes damas y caballeros de la sociedad romana. Amelio y Porfirio destacan como discípulos. Amelio, dotado de inclinaciones artísticas y de una gran sensibilidad ante la belleza, escribió más de cien tratados comentando distintos aspectos de la obra de Plotino, aunque ninguno haya sobrevivido al oscurantismo medieval. Porfirio, que conoció a Plotino cuando este tenía ya cincuenta y nueve años, era uno de los personajes más eruditos de su tiempo. Incitó a su Maestro a que escribiera opúsculos sobre el aspecto filosófico de las enseñanzas esotéricas destinadas a sus discípulos más directos, obras que él mismo ordenó por temas en series de nueve tratados cada una, y que fueron llamados Enéadas, precisamente por ello.
- Primera Enéada: Sobre el hombre y la moral.
- Segunda Enéada: Sobre la física y el mundo.
- Tercera Enéada: Sobre la Providencia.
- Cuarta Enéada: Sobre el alma.
- Quinta Enéada: Sobre la inteligencia.
- Sexta Enéada: Sobre el Ser, lo Uno y el Bien.
Después de una tentativa frustrada de erigir una ciudad gobernada por sabios, alejado de la compañía de los hombres por una especie de lepra, falleció a los sesenta y seis años. Al final, liberado de su prisión de carne y de sangre, su alma se elevó a la misma esfera luminosa e inteligible que tantas veces aún en vida visitara y describiera.
El primer tratado que escribió versa, precisamente “Sobre lo Bello”, una obra de juventud. Nuevamente, desarrolla el tema que ocupa otro de sus estudios: “Sobre la belleza inteligible”.
No es fácil leer a Plotino. No es fácil porque la natural elevación de su alma le permite penetrar y ver aquello que por lo común difícilmente podemos ni imaginar. La lectura de Plotino y también de otros neoplatónicos es difícil porque usan enseñanzas e imágenes puramente platónicas, inspiradas, pero “embutidas” en un lenguaje aristotélico, lenguaje que limita y, en cierto modo, aprisiona esas intuiciones, haciendo además la lectura fatigosa para quien no esté muy familiarizado con los conceptos de materia, forma, sustancia, causa, etc. La genial H.P.Blavatsky afirmó que el neoplatonismo perdió protagonismo histórico y sentenció su prematura muerte al apoyarse en una terminología aristotélica, muy categórica y cuadriculada, poco eficaz para convertirse en morada de luminosas intuiciones.
Y sin embargo, es importante intentar seguir el rastro de su poderoso vuelo, o, al menos, de su sombra en la tierra, recordando a los sabios egipcios que dicen que le es difícil a una tortuga seguir la sombra de un águila…
Plotino comienza diciendo que la percepción de la belleza es del alma, pero que esta alma, al estar oculta y prisionera en el cuerpo, solo puede respirar la belleza a través de los sentidos, fugazmente. Que la belleza no depende de la simetría y de las proporciones, aunque estas puedan ser el fundamento, el “molde” armónico de esa misma belleza. La belleza es la luz que proyecta la idea, es la propia idea, y aun la fuerza mística que irradia de la fuente del Bien. Todo lo que vive en esta esfera sublunar –dirían los filósofos medievales, en nuestro mundo, en el que vivimos y morimos– es bello en la misma proporción en que refleja el alma, el fulgor de la idea que encarna aquí y ahora, por tanto, rastro de esa idea y de la forma que le es consustancial.
¿Qué ángel, qué gracia, nos hace amables o da encanto a lo que nos rodea? ¿Quién será tan insensible de no amar o de dejar de amar lo bello? Pero lo bello es como una llama que debe ser vigilada muy cuidadosamente, pues, según Plotino, hay un camino muy lejos desde el mundo de las Grandes Llamaradas hasta el de las bellezas inefables. ¿Por qué un rostro bello deja luego de serlo, para volver nuevamente a dar luz, una vez más? Es que la belleza, aquí abajo, es como la luz que refleja un espejo en el interior de una caverna: si está dirigido al “lugar de fuga”, desde donde proviene la luz, se ilumina. Una prueba de que el barro de este mundo ciega la verdadera belleza es que en los sueños, por ejemplo, se pueden percibir bellezas que llegan aquí ya mortecinas, en comparación.
Más bellas son las virtudes, la estructura matemática de las ciencias, la rectitud de las costumbres, la faz de la justicia y de la prudencia. Más bellas aún –dice– la estrella matutina y Venus. Más bella aún la propia alma inmortal. La Belleza es tal que causa una agitación interior, un dionisíaco entusiasmo y el anhelo ardiente de convivir en la intimidad y de recogernos dentro de nosotros mismos, desdeñando enteramente nuestros cuerpos.
Convertir lo oscuro en brillante
Y, como dice Plotino, más bella que la luz de la mañana es la grandeza de alma, la valentía de un rostro enérgico, la dignidad y el sentimiento de pudor que se apodera de un alma serena e imperturbable, y aún por encima de ellas está la belleza de la inteligencia resplandeciente, tan semejante a los dioses.
Siendo la belleza del alma, es percibida solo con el ojo interior. Platón, en La República, dice que la finalidad de la educación es abrir ese ojo y no solo sumar conocimientos. Todo lo que se enseñe al joven debe procurar abrir ese ojo, el único capaz de percibir lo verdadero. Es la educación del alma y esa abertura se hace acostumbrándola a ser cada vez más brillante, y según Platón, haciendo percibir cada vez más y de un modo más brillante la vida de los números que rigen la Naturaleza y la misma alma, si es que esa alma no es un número. Plotino dice que se debe acostumbrar al alma, primero, a la belleza de las ocupaciones. Después a las bellas obras, que son –según él– ejecutadas, no solo por medios artísticos, sino las que son realizadas por los hombres de bien. Y después de eso hay que observar el alma de quien realiza obras bellas, hasta llegar a la luz única de donde surge toda belleza, si ella misma no es toda la belleza. Esa fuente incomparable es el Bien, que derrama la luz siguiendo el cauce que determina la Inteligencia, luz que es esencia o Alma del Mundo.
Y ese “ojo”, que algunos investigadores identificaron en el cuerpo –no sin razón– con la glándula pineal, es aún más importante en el alma. Es la misma alma. Marco Aurelio nos dice, en sus Meditaciones, que la forma o belleza real del ser humano no es la que nuestros sentidos perciben. Que el hombre en el mundo mental es una esfera, o mejor, un ovoide luminoso que quiere convertirse en una esfera perfecta. El Alma Luminosa, que en su propio mundo asume la forma de una esfera, es ese “ojo”, tal vez el mismo al que se refiere Plotino. El alma debe llegar a ser, si quiere ver y ser la Belleza suprema, como un sol, pues solo ese ojo ve la gran Belleza y es necesario, por encima de todo, que el ojo que ve sea afín y parecido al objeto visto.
¿Dónde buscar el camino de la verdadera belleza? No a pie, ni en carro, ni en navío. No huyendo hacia algún lugar, ni de la tierra, ni de la psique, sino haciendo puro el habitáculo del Yo Interior, pura la joya en el loto: cambiando la manera de ver y despertando esa facultad que todos poseemos, pero de la cual solo algunos hacen uso.
Es una batalla interior, como la del Bhagavad Gita, la lucha más grande e importante a la que se deben entregar para que no dejen de participar de la mejor de las visiones, una visión de felicidad.
Se compara, también, al trabajo del artesano, pero al del que talla su propia estatua del alma, de aquel que se conoce y se forja a sí mismo:
¿Cómo se puede contemplar la belleza de un alma bondadosa? Hay una respuesta para ello: vuelve sobre ti mismo y mira, y, si aún no ves la belleza en ti mismo, haz lo que tiene que hacer el escultor para que una estatua llegue a ser bella: coge una parte, escúlpela, púlela y límpiala de modo que consigas arrancar del mármol una forma bella. De ese modo, tú también debes extraer lo que es superfluo, enderezar todo lo que está torcido y limpiar todo lo que está oscuro hasta hacerlo brillante, y no cesar de modelar tu misma estatua, hasta que se manifieste en ti el divino resplandor de la virtud y consigas ver la moderación sentada en un trono sagrado.
Hermoso, gracias por compartir ? saludos desde Puebla