Un campesino no encontraba su hacha. Sospechó entonces que su vecino se la había cogido y decidió espiarlo. Y vio que el hijo de su vecino tenía toda la pinta de ser un ladrón de hachas. Y su cara… ¡tenía cara de ladrón de hachas! Cualquier palabra que dijera, solo podía ser la que diría un ladrón de hachas. Cualquier cosa que hiciera daba a entender que había robado un hacha.
Pero ¡oh, casualidad! Mientras el campesino trabajaba junto a un montón de leña, su hacha aparició entre los troncos.
Cuando al día siguiente volvió a mirar al hijo del vecino, se dio cuenta de que el muchacho no tenía nada, ni en su aspecto, ni en su actitud, ni en su comportamiento, que hiciera creer que era un ladrón de hachas.
Parábola china atribuida a Lie Yukou
(siglo IV antes de nuestra era)