¿Qué nos dice el arte etíope? Menos de lo que quisiéramos, porque un gran número de sus obras de arte ha desaparecido por guerras y por desconocimiento, los dos grandes enemigos. Sabemos que es un arte paleocristiano, porque Etiopía fue cristianizada en el siglo IV, y de ahí quedan imágenes, objetos de culto y algunos restos de iglesias. Algunas tan absolutamente misteriosas como la monolítica de Lalibela, del siglo XII, excavada en el suelo, en forma de cruz griega, de modo que queda a nuestros pies, hundida en la tierra, sumida en los sombras, con una belleza difícil de describir.
Hay una arquitectura propiamente etíope, de planta circular, con una cella cúbica central coronada por un tambor. La cella encierra un altar con una representación del Arca y de las Tablas de la Ley, ya que la tradición dice que allí, en Etiopía, se guardaron tras la salida del Templo de Jerusalén. Solo el sacerdote penetra en la cella. Los fieles, alrededor, cantan y meditan.
Meditan ante unos extraordinarios iconos de indudable aire románico de primera época, de formas primitivas, colores planos y discordantes, de temas extraídos de la leyenda o de los evangelios apócrifos. Las líneas son claras, elegantes. Las formas importan menos que el contenido simbólico, con un programa iconográfico bien definido: a los lados del tambor, la Trinidad, rodeada de los llamados Cuarenta Mil Sacerdotes del Cielo. Al lado, la Crucifixión, con el cráneo de Adán a los pies, invertido, que recoge la sangre: el humano no debe dejar caer ni una gota, y es el primer pecador el encargado de hacerlo por los demás. En la pared norte, los Santos Caballeros, los héroes guerreros de la cristiandad. En la pared este, los reyes del Antiguo Testamento y los profetas. En la pared sur, la Virgen, y en un batiente de la puerta san Miguel defiende el santuario contra los malos espíritus. En la pared oeste, san Jorge vence al dragón.
El magnífico tesoro artístico de Etiopía es destruido casi totalmente por los musulmanes en el siglo XVI, de modo que es mucho lo que desconocemos.
Conocemos a un reformador, Zara´a Ya´qob, del siglo XV, que reforzó los vínculos con Jerusalén y trató de volver a la primitiva pureza religiosa, y con ello al arte, pero aunque es gracias a él como se conservó mucho, las guerras posteriores arruinaron mucho también. Quedan vestigios de su grandeza en la antigua capital, Axum, con estelas colosales que recuerdan pasajes de su historia. Y maravillosos manuscritos miniados, hoy en la Biblioteca Nacional de París.
Si nos gusta recorrer el misterio del arte, sus escondidos senderos, quizá la Etiopía donde la Reina de Saba concibió de Salomón a Menelik I es uno de los lugares donde el camino se nos hace más interesante.