Una gacela encontró a un caracol y le dijo: «Tú, caracol, eres incapaz de correr, solo te arrastras por el suelo». El caracol respondió: «¡Ven aquí el domingo, y ya lo verás!».
El caracol arrancó cien hojas, y en cada una escribió: «Yo soy el caracol». Repartió aquellas hojas entre sus amigos caracoles diciéndoles: «Leed este papel, para que sepáis qué hacer cuando venga la gacela».
Les pidió a sus amigos que se escondieran a lo largo de los caminos por donde iba a pasar la gacela, y así lo hicieron. El domingo, cuando llegó la gacela, le dijo el caracol: «¡Vamos a correr, tú y yo, y ya verás cómo quedaras atrás!».
El caracol se metió en un arbusto y dejó correr a la gacela.
Mientras esta corría, iba llamando: «¡Caracol!». Y había siempre un caracol que respondía: «Yo soy el caracol».
La gacela, por fin, acabó echándose en la hierba, agotada. El caracol venció gracias a su astucia de haber escrito cien hojas.
«Como tú sabes escribir y nosotros no, nosotros nos cansamos, y tú no. Nosotros no sabemos nada».
Cuento de Mozambique