Deja siempre en tu ventana
una lucerna encendida,
que se vea desde lejos
y manifieste la Vida.
Que tu casa les acoge,
que tu corazón abriga.
Que, sentados a tu mesa,
declinarán su fatiga.
La lucerna que te digo
ha de ser simple y sencilla.
No hacen falta lampadarios
de apariencia siempre esquiva.
Lo que importa es tu silencio
para curar las heridas.
Y saber que hay en tu alma
una mano ¡siempre amiga!