En la vorágine del mundo actual, donde un espacio global común nos conecta a todos a través de las nuevas tecnologías, llama la atención la costumbre opuesta de muchos personajes del arte y el pensamiento, que se fabricaron ex profeso un sitio particular para crear.
Internet es como un océano proceloso que, cuando navegas por él, te lleva a los más insospechados lugares. No existe el turismo programado en la web, sino que cualquier consulta te puede llevar a encontrar verdaderos tesoros. El problema es que lo caótico ha entrado en nuestras vidas sin apenas darnos cuenta. Pero esa es otra cuestión.
Esta vez la sorpresa fue encontrar un libro que inmediatamente compré, titulado Cabañas para pensar.
Hace años leí con entusiasmo el libro clásico sobra la más famosa cabaña para pensar que se ha construido, entre los años 1845 y 1847, cuando Henry David Thoreau sintió la llamada del bosque. Apenas a unos kilómetros de su ciudad, Concorde (Massachusetts), se apartó dos años de la vida urbana, de sus amigos, y construyó con sus propias manos la cabaña que le sirvió de refugio y cobijo. Todo lo cuenta con profusión de detalles en su famosa obra Walden, nombre del bosque donde se apartó, desde la comida, hasta los gastos cotidianos. Pero lo maravilloso de ese intento es que supo captar ese sentimiento de búsqueda expresado en el acto real de apartarse momentáneamente del mundo y buscarse a sí mismo a través de la contemplación de la naturaleza. “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme solo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, cuando tuviera que morir, que no había vivido”, es el comienzo de su libro, que ha servido de inspiración a generaciones de jóvenes.
Lo que desconocía es que este hecho ha sido más frecuente de lo que imaginaba. Una larga tradición del norte de Europa, que llegó también a Estados Unidos y que tiene cierto calado en algunos escritores actuales. En la lista de los que tuvieron su cabaña, hay personajes tan diferentes entre sí como Wittgenstein, Knut Hamsun, Edward Grieg, Gustav Mahler, Bernard Shaw, Lawrence de Arabia y Dylan Thomas, que hicieron uso de esta curiosa costumbre. Virginia Woolf, cuyo ensayo “Una habitación propia” está relacionado con la necesidad de encontrar un lugar apropiado para sentirse más uno mismo y encontrar con más nitidez la fuente de nuestra creatividad, lo expresó muy directamente: “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción”, o sea, independencia. La obra Sendas del bosque, de Heidegger, siempre creí que era un título atípico en la obra de este pensador; resulta que también tenía una casita para pensar en la Selva Negra, y que fruto de sus cavilaciones allí escribió otra obra.
Encontré la obra que os presento siguiendo la línea de una serie de webs que han surgido de los escritores en aquellos lugares donde escriben. Hay un creciente interés, no sé si narcisista o no, por mostrar espacios íntimos donde se desarrolla la creatividad, en mostrar los pequeños fetiches que acompañan a muchos de estos autores y hasta cómo tienen organizadas sus bibliotecas. El tema es fascinante. Pero ¿por qué, por mera curiosidad de ver cómo vive el vecino, aunque sea escritor? ¿Es cotilleo, solo que en lo literario?
Yo creo, hasta donde llevo averiguado, que hay algo más profundo. El interés demostrado en estos libros y webs pone de relieve una carencia grave que nos ha llevado nuestro mundo. Hoy sabemos que la intimidad está más que violada. Nuestra privacidad es transparente para las tecnologías más modernas… el correo nos lo pueden leer, nos pueden observar por la webcam de nuestro ordenador, las llamadas telefónicas las pueden interceptar, sabemos que Google es el mayor chivato jamás inventado y registra todos nuestros movimientos por la web. Si uno se introduce en Facebook…, a mí me produce cierto pudor visitar los perfiles de algunas personas conocidas. Y así hasta el infinito y más allá.
Un lugar y un instante para la reflexión
Consciente e inconscientemente eso ha calado y resulta bastante molesto. Cuando algo nos incomoda y no lo tenemos muy claro, a veces lo proyectamos por un interés por su opuesto. Y esto es lo que yo creo que puede suceder. Vamos a valorar más la intimidad y lo que ella representa a través de unos cuantos iconos, como este de las cabañas para pensar. Y admiramos a aquellos personajes que se han esforzado por hallar un espacio y un momento donde puedan ser ellos mismos y encontrarse con la verdadera fuente del ser, su creatividad.
En cierto modo necesitamos, cada día más, encontrar un lugar y un instante donde cultivar nuestra vida interior. Un lugar donde recomponernos del estrés de la vida moderna, de las muchas preocupaciones, reales o imaginarias, que nos atosigan, de la frustración que se ha convertido en una sempiterna compañera. Nos da miedo, claro, porque la desconocemos. No solo eso, sino que desde siempre nos han dicho que lo que sucede en nuestro interior o no es válido o es conflictivo. Si la vida es cíclica en todos sus aspectos, si a la noche le sigue el día, a la vigilia el sueño… creo que nuestra vida exterior u objetiva debe estar complementada por una vida interior y subjetiva. Si se piensa bien, nuestra vida exterior se nutre de nuestra vida interior, y esta última se expande en la medida en que es capaz de inspirar nuestros actos externos.
A menudo sufrimos porque no encontramos la armonía entre lo interno y lo externo, entre nuestros pensamientos y sueños y nuestros actos, unos se contradicen a otros, no somos coherentes.
La búsqueda de la coherencia es un bien en sí mismo, es un signo de fortaleza y madurez. Pero es algo que se realiza, no viene dado. Por eso es indispensable conquistar ese mundo interior, sentirse cómodo en él, no tenerle miedo, explorarlo acompañado de esos eternos compañeros que son los filósofos clásicos, que describieron métodos y mapas del terreno. No hicieron senderos, insinuaron más bien, porque al parecer cada cual ha de construirse el suyo. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, dijo el poeta. Cada paso hace tu camino, y cada paso es el resultado de todos los pasos que has dado en el pasado, que te condicionarán, pero solo en parte. Porque a cada paso que se dé, no te quepa duda de que si quieres y lo haces bien, sentirás una extraña sensación de libertad.
La sensación de libertad es una interesante y valiosa consecuencia del cultivo de nuestra vida interior. Yo admiro a esos escritores que sintieron la llamada de su vocación y para cumplirla hubieron de apartarse para luego retornar con tesoros creativos que todavía disfrutamos. Así que, querido lector, si tienes un terrenito, dinero o espacio libre en tu casa, puedes hacer el experimento de construirte una cabaña o rincón para pensar. Pero no olvides que si no tienes nada de eso, aún te queda tu poderosa imaginación, donde podrás encontrar ese espacio seguro donde ser tú mismo.
Datos de libro:
Cabañas para pensar , no consta autor, las fotografías son de Eduardo Oteiro. Lo publica Ediciones Maía, año 2011.