De todos es conocida la abundancia de malas noticias que encontramos en cualquier medio de comunicación y la facilidad con que se expanden. El autor de este artículo nos propone una alternativa, también real: la vida está llena de cosas bellas y positivas que merece la pena difundir.
Diana es una niña muy imaginativa. Sus juguetes preferidos son trozos de cartón y retales de tela, con los que confecciona mil y un personajes. Tan pronto como finalizan las aventuras de la pastorcilla valiente, deshace la muñeca y da vida a otro personaje que, en su mente infantil, recorrerá el mundo salvando a los huérfanos y auxiliando a los pobres. Diana no logra comprender el gusto de los mayores por las malas noticias. Escucha a menudo palabras diferentes para llamar a las mismas aberrantes cosas. Lo último que escuchó fueron dos expresiones para referirse a la guerra sucia: “violencia de baja intensidad” y “daños colaterales”.
Harta de tanta hipocresía, decidió alzar su voz y contarles a los mayores todas las cosas buenas y bellas que hay en la vida. Usó su imaginación y le puso a su proyecto un título de esos ocurrentes que les gusta mucho a los mayores: lo llamó Los bienes colaterales.
Queridos lectores, muchos de nosotros podríamos sentirnos identificados con esta niña de ficción. Estamos cansados de que proliferen las malas noticias, los sucesos escabrosos y los temas soeces. Esta sobreabundancia de lo negativo está causada por una forma mental: “lo-negativo-es-noticia, lo-negativo-vende-más, lo-negativo-se-expande-mucho-más-que-lo-positivo”. Millones de personas funcionamos con este prejuicio, no nos damos cuenta y caemos de nuevo en justificar de mil maneras diferentes la contaminación negativista. Repetimos inconscientemente un programa mental que alguien nos ha instalado en el cerebro.
Nos damos cuenta de que no queremos ser así. Pero no basta con darse cuenta, tenemos que tomar decisiones y actuar en consecuencia. Vamos a hacer un esfuerzo por extirparnos este elemento extraño.
No contento con creerme a pie juntillas que lo negativo vende más que lo positivo, he buscado información en el mundo de la psicología social y he encontrado estudios y experimentos muy interesantes. Uno de ellos es el que explica el Dr. Berger en su nuevo libro: Contagioso: por qué las cosas son pegadizas.
Los medios de comunicación masiva tienen una regla de oro: si sangra, funciona, esto es, genera audiencia. Sin embargo, las investigaciones de Jonah Berger, psicólogo social de la Universidad de Pensilvania, han demostrado que las personas dicen cosas más positivas cuando están hablando ante una audiencia más grande, en lugar de cuando lo hacen con solamente una persona.
Todo comenzó con una pregunta: ¿se compartían las noticias positivas con más frecuencia simplemente porque la gente experimentaba más cosas buenas que malas? Para probar esta posibilidad, Berger observó cómo las personas difundían un conjunto particular de noticias: miles de artículos en el sitio web de The New York Times. Él y Katherine Milkman, una colega de universidad, analizaron la lista de artículos más enviados por correo electrónico durante seis meses, controlando así factores como la exhibición de un artículo en diferentes partes de la página de inicio. Una de las primeras conclusiones fue que las personas buscaban sentir emoción, de una u otra manera, y preferían las buenas noticias a las malas. Era más probable que se enviaran por correo electrónico «las historias sobre recién llegados que se enamoran de Nueva York –escribe– que los artículos sobre cosas tales como la muerte de un popular cuidador de zoológico».
El ejemplo como desencadenante de bienes colaterales
En otro intento por comprender lo que más se comparte, los neurocientíficos han escaneado los cerebros de las personas mientras se enteran de nuevas ideas. Luego, lo han hecho mientras estas personas hablaban a otros acerca de lo que habían escuchado. De este modo, los científicos observaron lo que experimentaban los voluntarios al difundir las malas y las buenas noticias. Los experimentos que llevó a cabo Emily Falk, junto con colegas de la Universidad de Michigan y los investigadores de la Universidad de California, en Los Ángeles, demostraron que la gente valora muy positivamente divulgar noticias que atraigan a los demás. Y en las redes sociales, especialmente, va en aumento la difusión de cosas positivas sobre las negativas. Por ejemplo, cada vez más personas comparten una canción que les gusta mucho, con más predilección que una noticia o suceso sangriento.
La lectura de estas investigaciones –hay muchas más– me ha llevado a la conclusión de la maravillosa oportunidad que nos ofrecen las redes sociales para contar todas las buenas historias que conocemos o de las que somos protagonistas. Los bienes colaterales que provocaremos serán muchos.
Pero ¿qué es un bien colateral? Cuando una historia positiva o heroica provoca en una persona o en un grupo de personas una inclinación a lo positivo o heroico, esto es un bien colateral. Cuando el ejemplo moral de un profesor resuena en la conciencia de los alumnos y estos terminan actuando éticamente, eso es un bien colateral.
Un bien colateral es enseñar con el propio ejemplo, cada vez que damos un consejo que sea el fiel reflejo de lo que uno mismo vive o se esfuerza por vivir. Esto es fundamental en la educación moral de los hijos. Los padres, si quieren tener éxito, deben cuidar muchísimo ser claros ejemplos de lo que aconsejan a sus hijos.
El bien colateral es la repercusión de la pedagogía del alma. Por esto es tan importante que toda la gente que hace algo bueno lo exteriorice, ya sea compartiendo en las redes sociales, ya sea compartiendo su experiencia en vivo a los que le rodean. Su conducta tendrá un eco en los demás; tal vez, no en todos, pero sí en una mayoría.
La vida social funciona en dos niveles con reglas diferentes. En el nivel “macro”, donde juegan los mass media, los políticos, millonarios, artistas de reconocido prestigio, etc., lo que sangra vende. En el nivel “micro”, donde estamos las personas que no decidimos los grandes temas ni salimos en la televisión, lo que sana prevalece. El nivel “macro” no deja de ser una gran mentira que los poderosos se afanan por mantener. El nivel “micro” es la vida cotidiana de la calle, más real por cuanto que es la que viven millones de personas todos los días.
Produzcamos bienes colaterales. Es la única producción que no contamina el medio ambiente, ni empobrece a nadie, ni consume materias primas que agotan la Tierra. Más bien, al contrario, favorece el medio ambiente, enriquece a todos y agota las formas mentales negativas con las que algunos pretenden esclavizar a los muchos.