Arte — 31 de mayo de 2014 at 22:00

Venus y Adonis

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La escena que Tiziano nos presenta es, en una primera lectura, la plasmación de un tema mitológico extraído de las Metamorfosis de Ovidio: el hermoso Adonis es amado por Perséfone y por Venus; la diosa se venga de sus desprecios haciéndole morir en una cacería a causa de las heridas que le inflige un jabalí. En el cuadro va a partir hacia esa cacería, con sus perros, arrancándose de los brazos de Venus.

Pero hay otra interpretación, más histórica y peor intencionada. El cuadro es encargado por el entonces príncipe Felipe, hijo de Carlos I de España, en 1553, con motivo de su boda con su tía María Tudor, y lo recibió en Londres. Si comparamos retratos de Felipe II joven, aún sin barba, veremos el extraordinario parecido que tiene con el Adonis del cuadro. Y así estaríamos en presencia de una sutilísima burla política: el joven príncipe acosado por su prácticamente incasable tía. Todo ello bajo los auspicios del poderoso dios que asoma en los cielos, o sea, el casi tan poderoso emperador Carlos.

Técnicamente, el cuadro se resuelve en una diagonal formada por los cuerpos de los protagonistas, cuyo color da el tono general de la paleta. A la derecha queda la materia, los perros, que se desentienden de los humanos porque lo que representan, esa materia, no va a entrar en acción, al menos de momento.

En la esquina izquierda está Cupido. Pero, igual que la materia, el amor tampoco tiene nada que hacer. Duerme tranquilo entre las ramas del árbol, y ha dejado el carcaj de sus flechas colgado en lo alto, con el arco, porque no va a tener que usarlo.

No tiene que enamorar a Felipe y a María, como no enamoró a Apolo de Venus, porque no hay amor. Es solo una conveniencia política que hay que resolver.

A los pies de Venus, una crátera volcada; no hay vino para brindar, no hay nada por lo que brindar. No hay punto de fuga, la escena es en cierto modo plana, no necesitamos ver la salida a ningún sitio. Estamos en ella, inmersos en el drama de amor y odio, eterno leitmotiv del universo.

La paleta, fría, sin más concesión que el rojo oscuro a los ocres y los tonos neutros. Hasta el azul del cielo es apagado. Como apagado está el corazón de Felipe, del Adonis que se encamina hacia la muerte.

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