Rosario y Milagros. Una amistad. Un trabajo común: son barrenderas y viven entre dramas y traumas de los que se cuecen en todas las casas aunque traten de ocultarse.
Rosario es la narradora de Una palabra tuya, frustrada por una vida nada rosa, que comparte con su madre demente. Su muerte le procurará un alivio que le machaca a golpe de remordimientos. Morsa, compañero de trabajo y amante esporádico, forma parte del mundo de los «normales», del que no estamos acostumbrados a leer a diario, aunque sea el más cercano que tenemos la gran mayoría. Ironías de la vida.
Milagros tiene una vida igual de gris, pero está dispuesta a vivirla a tope, aunque sea con las pequeñas alegrías que aporta la rutina diaria. Incluso si son desechos de la basura que recicla para ensanchar el concepto de hogar que tanto le falta.
Les diferencia su actitud ante la vida. Rosario no la acepta, está amargada, y Milagros, a la que todos en su entorno laboral tienen como «la rara», se evade de las críticas ajenas, gratuitas y despiadadas, para aprovechar el mínimo resquicio positivo que pueda entregarle el día a día.
Por no aceptar, Rosario tiene dificultades hasta para aceptar las excentricidades de su amiga. La única que tiene y tendrá. No será hasta el final cuando Elvira Lindo nos cuente que las amistades, «las buenas de verdad», están a veces donde menos lo esperas, por mucho que no tengan ese envoltorio precioso que recubre la amistad «más ideal».
La autora ha optado por dos mujeres normales, con trabajos normales, con problemas duros que, como casi todos, se remontan a la infancia, y con tal carga emocional que suponen un lastre para sus existencias.
Con lenguaje muy sencillo, huyendo de la mentira que en ocasiones esconden las palabras, Lindo no se corta al dejar hablar a Rosario, con expresiones vulgares, de esas que en realidad utilizamos a diario y que cuesta reconocer que están en nuestra boca. Sí es cierto que, a veces, la escritora parece regodearse demasiado en la vulgaridad, pero es la vía que utiliza para que sepamos –por si no lo teníamos claro– que Rosario está «quemada» de la vida y que a Milagros parece faltarle un tornillo. Tanto es así que el lector llega a compadecerse de ellas. Y, en realidad, no son muy diferentes de nuestro vecino, nuestro familiar, nuestro compañero de trabajo, nuestro conocido… El mundo está tan lleno de vidas grises como de los esfuerzos que sus protagonistas realizan para aparentar lo contrario.
No obstante, creo que, puesta a hacer de psicóloga aficionada, como persona normal que soy, Elvira Lindo ha decidido retratar a su protagonista –y en su derecho está, que para eso es su invento–, como persona carente del más mínimo de los espíritus, porque acepta lo que le llega como si fuera un premio de consolación, incluso su pareja, Morsa, al que a pesar de todo, rechaza. Será una pose artificial porque al final, Rosario parece no tener autoestima suficiente como para elegir en la vida.
La eterna búsqueda de Milagros en los contenedores la lleva al cielo, porque encontrará «algo» que simboliza lo que más desea en la vida. Conseguirá que Rosario se escandalice –como es lógico– hasta límites insospechados y volverá de nuevo a juzgarla, a criticar a su amiga, a la que todo el mundo ha catalogado de «bicho raro».
La lección final de Elvira Lindo es tan dura como ya nos presenta su trama desde el principio. Aun así, me quedo con el mensaje positivo que también está entre las páginas de Una palabra tuya, si es que se tiene interés en buscarlo.
Es una novela entretenida. Tiene miga para pensar, aunque creamos saberlo todo en la vida. No es un portento literario, pero tampoco creo que la autora tenga ese objetivo en su agenda. Recomendable.
Cortesía de «El club de lectura El Libro Durmiente» http://www.ellibrodurmiente.org