La visión holística del conocimiento nos presenta el corazón como un centro de energía inteligente en nuestro organismo. La ciencia ha podido constatar experimentalmente que existe una inteligencia del corazón de gran influencia en el equilibrio humano; no en vano, el campo electromagnético que genera es 5000 veces más intenso que el campo cerebral.
En el lenguaje cotidiano utilizamos numerosas expresiones que hacen referencia al corazón: “con el corazón en la mano”, “haz caso a tu corazón”, “pon el corazón en todo lo que hagas”, “tiene un gran corazón”, y podríamos enumerar muchas más…
Parece ser que el corazón ocupa un lugar importante en la llamada “sabiduría popular”. ¿Qué entrañan de verdad estas afirmaciones? Para contestar a esta pregunta, tenemos que abordar el tema del corazón desde una perspectiva más amplia y no considerarlo meramente como un órgano que bombea sangre a todo nuestro cuerpo. Este tratamiento holístico es llevado a cabo por la psicología transpersonal, que, junto con otras disciplinas científicas, está conformando el “nuevo paradigma científico”. Así, en el amanecer de esta nueva “era de la conciencia”, comienza a tener relevancia el término “inteligencia cardiaca”.
La neurocardiologíay la biología molecular ya han demostrado que el corazón posee una inteligencia distinta a la del cerebro. Ambas se complementan; sin embargo, la inteligencia cardiaca es mucho más poderosa y, con el trabajo adecuado, puede dirigir la inteligencia mental y establecer un equilibrio a nivel fisiológico y psíquico. Esto es posible porque el corazón tiene su propio cerebro, conformado por un sistema nervioso con neuronas y neurotransmisores. Se estima que un 60% de las células cardiacas son neuronales; de estas, 40.000 son neuronas que enlazan directamente y sin intermediarios el corazón y el cerebro. Vemos entonces que el corazón ya no es una simple máquina de masa muscular cuya función es bombear sangre, sino que integra elementos biológicos similares a los de nuestro cerebro. Gracias a esta estructura física el corazón puede sentir, procesar información, decidir y aprender de manera autónoma; es más, es el corazón quien percibe la información en primer lugar y la transmite después al cerebro, utilizando una capacidad asombrosa: la intuición. Numerosos experimentos acreditan que el corazón es capaz de reaccionar a un estímulo antes de que este aparezca, y esto no es magia, es ciencia que avala esta poderosa cualidad del corazón.
Existen cuatro vías principales de conexión entre el “cerebro del corazón” y el “cerebro de la cabeza”; la primera es la conexión neurológica, mediante la transmisión de impulsos nerviosos; la segunda, la transmisión bioquímica, mediante hormonas y neurotransmisores; la conexión biofísica es la tercera, a través de las ondas de presión generadas por su latido; y la cuarta hace referencia a la comunicación energética, a través del campo electromagnético que genera (5000 veces más intenso que el campo cerebral).
Coherencia biológica, la clave del equilibrio
Vemos que las investigaciones científicas apuntan a configurar el corazón como centro energético e inteligente de nuestro cuerpo. ¿Qué utilidad práctica tiene esta información? ¿De qué manera puede mejorar nuestra vida? ¿Se relaciona con la búsqueda de la felicidad? Si queremos responder a estas cuestiones satisfactoriamente, debemos dar un paso más y abordar el concepto de “coherencia biológica”, como aquel estado en el que nuestros sistemas biológicos (respiración, digestión, sistema endocrino…) funcionan correctamente, sintonizados con el ritmo del corazón, proceso denominado también “coherencia cardiaca”.
Cuando estamos en coherencia, nuestro cuerpo a nivel físico y psíquico emite una sinfonía bajo la dirección del corazón. Esta coherencia la podemos observar en la forma e intensidad del campo electromagnético que genera el corazón y que penetra en todo nuestro organismo, proyectándose hacia el exterior envolviendo todo nuestro cuerpo. Este estado de coherencia se manifiesta cuando el campo está formado por un patrón de ondas amplias, fluidas y regulares, generado por un “ritmo cardiaco coherente”. Este ritmo se relaciona con emociones positivas como la gratitud, el amor, la bondad y el perdón; produciendo una armonía global que se traduce en estados de bienestar y felicidad. Por el contrario, existe un “ritmo incoherente” del corazón caracterizado por patrones de ondas irregulares y desordenadas, vinculado con emociones negativas como la culpa, la ira o la frustración; como resultado, pasamos a un estado no sincronizado de nuestro organismo, con manifestaciones como el estrés y, en último término, la enfermedad.
De esta manera, vemos que el estado emocional en el que nos encontramos es determinante para conformar la calidad de nuestro campo cardiaco, y esto, como hemos dicho anteriormente, no solo afecta a nuestro psicocuerpo, sino que la información que contiene este campo es emitida al exterior, al mundo que nos rodea, determinando así nuestra realidad, porque la información que emitimos atrae información semejante; es decir, en lenguaje cuántico, materializamos las posibilidades con las que resonamos. En otras palabras: “vivimos lo que emitimos”, y como el proceso es interactivo con nuestro entorno, “emitimos lo que vivimos”, yo creo el mundo y el mundo me crea.
Una inteligencia más allá del tiempo y el espacio
Esta visión cuántica constata nuestra profunda interconexión con el mundo y, en otra clave, refleja nuestra responsabilidad en la tarea de crear lo que queremos vivir y de construir un mundo mejor. También convierte el campo generado por el corazón en el portal cuántico de acceso a toda la información de los campos circundantes; en primer lugar, a toda la información del campo magnético de la Tierra, y por extensión, a la del universo entero. Esto es posible porque la información que recibe el corazón no está limitada por el tiempo y el espacio, se trata de información holográfica y cuántica. La versión clásica de esta interconexión corazón-universo se puede expresar mediante la máxima platónica “Conócete a ti mismo (conecta con tu corazón y construye un campo coherente) y conocerás el mundo y a los dioses” (tendrás acceso a la información del universo).
Metafóricamente, podemos decir que el corazón es nuestro sol interior. Cuando su ritmo es armónico y coherente, sintoniza con el campo cerebral. Esta coherencia corazón-mente puede ser medida y tiene un valor de 0.10 Hz.
Nuestra mente es dual y sus funciones naturales son analizar, separar, fragmentar…; sin embargo, la inteligencia del corazón busca la síntesis, la unión. Si aprendemos a escuchar al corazón, todo irá bien; él sabe cómo actuar en todo momento, ya que su inteligencia es atemporal e intuitiva. Si atendemos a sus dictados y generamos un campo coherente, cultivando las cualidades del corazón, como el amor, la gratitud, el perdón…, su inteligencia penetra la inteligencia mental transformándola. De esta manera, corazón y mente forman un tándem excelente y emerge el amor inteligente, y entonces la mente, al servicio del corazón, comienza a crear para el amor.
En este estado de coherencia todo es posible y los sueños comienzan a percibirse realizables, nos trasladamos en el tiempo transformando utopías en proyectos al servicio de las personas; entonces, como decía Gandhi, “La felicidad se alcanza porque lo que pienso, lo que digo y lo que hago están en armonía”, y esta situación personal genera una gran coherencia. Por el contrario, la incoherencia es producto del conflicto interior, que desemboca en estrés, y si este perdura en el tiempo, aparece finalmente la enfermedad. Estrés y enfermedad son reacciones inteligentes de nuestro psicocuerpo para restablecer el equilibrio y la coherencia perdidos. Esta búsqueda de equilibrio también aparece expresada de formas diversas en la sabiduría atemporal, no es sino “transitar el camino del medio” del Buda, o “el justo medio” de Aristóteles, la moderación o templanza como virtud esencial…
Bibliografía
Coherencia cardiaca. Coherencia transpersonal (Antonio Consuegra Sebastián). Mandala Ed. (2011).