En una ocasión, un hombre de la tribu Kamba de Kenia decidió que quería ver el lugar de donde salía el sol cada mañana. Se llevó comida para el camino y se dirigió hacia el levante hasta que llegó a un río ancho. Nadó durante mucho rato bastante asustado, pensando en los cocodrilos, hasta que finalmente llegó a la otra orilla. De nuevo se puso en camino y, como se había quedado sin comida, tuvo que alimentarse de tierra para sobrevivir. Finalmente llegó a un segundo río, más ancho que el primero, y en la orilla opuesta vio que todo era una hoguera.
“El río es demasiado grande y no podré atravesarlo nunca”, pensó. Pero cerró los ojos y se sumergió en el río, donde la corriente lo arrastró hasta la otra orilla. Allí se encontró con una anciana.
–¿Dónde vive el sol? –preguntó.
–Arriba, en la colina –dijo ella.
El hombre subió a la colina y vio un palacio de luz, hecho todo de oro. Le llevaron en presencia de la esposa del sol, que lo recibió cordialmente y le dio de beber y de comer. Al rato, vio que una cosa roja se estaba acercando poco a poco. Era el sol, que regresaba a casa después de un día de trabajo en el cielo. Este dio la bienvenida a su invitado y le rogó que se quedara a cenar y a dormir, y le enseñó el palacio.
Al día siguiente, el hombre se levantó antes del amanecer para ver cómo el sol se levantaba. Desayunaron sopa, y la esposa del sol le dio un poco de pan para su familia. Entonces el sol le dijo:
–Cierra los ojos.
Y cuando el hombre los abrió de nuevo, se encontraba fuera de su cabaña, y su familia estaba saliendo en ese momento para ir a trabajar. Juntos se comieron el pan del sol y desde ese momento nunca más enfermaron.
Leyenda de Kenia