Una nueva forma de investigar a las personas se ha abierto paso en este mundo interconectado globalmente por numerosos dispositivos de uso personal. ¿Quién no utiliza un ordenador o un teléfono móvil? Este uso inocente y cotidiano de nuestros aparatos captura mucha información que nos incumbe.
La poderosa Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos tiene una base de datos ultrasecreta con las informaciones que la agencia recoge sobre jefes de Estado y de Gobierno, que incluye los nombres de los líderes de dos tercios de los países del planeta. La fuente que se utiliza para alimentar la base de datos es el programa Marina, una herramienta informática que recoge metadatos que permiten registrar quién llama a quién, cuándo, desde dónde y por cuánto tiempo. En un cable de diciembre de 2009 se supo qué les interesaba saber de la presidenta de Argentina: “¿Cómo controla Cristina Fernández de Kirchner sus nervios y su ansiedad? ¿Cómo le afectan las emociones en su proceso de toma de decisiones y cómo baja la tensión cuando está angustiada?”.
Según los cables dados a conocer por Julian Assange, los diplomáticos estadounidenses tienen una misión específica en la sede de Naciones Unidas en Nueva York: conseguir material genético (ADN) de los altos funcionarios de la organización. El escándalo de las filtraciones de WikiLeaks nos ha permitido conocer los entresijos del espionaje internacional y concienciar que lo que vemos en las películas de ficción se corresponde en gran parte con la realidad.
Podríamos pensar que todo esto no nos afecta a los ciudadanos porque no somos personalidades relevantes. Sin embargo, las filtraciones también han dado a conocer cómo nos espían y cuánto pueden llegar a saber de nosotros.
La NSA intercepta millones de imágenes de rostros de personas que circulan por Internet y que utiliza para programas de reconocimiento facial con fines de inteligencia, según publicó el diario The New York Times, a partir de documentos de 2011 sustraídos por el exanalista de la agencia Edward Snowden. Reveló cómo el gobierno de Estados Unidos accede a miles de llamadas telefónicas en el país y a la información de los usuarios de las grandes empresas de Internet, como Google, Apple, Microsoft y Facebook por medio del programa de vigilancia secreto PRISM.
Hace unos meses, el diario The Guardian ya publicó que la NSA y su equivalente británica habían interceptado imágenes de usuarios de Yahoo! tomadas desde las cámaras frontales de ordenadores. Esta información revela una práctica muy extendida de sacar provecho al enorme flujo de fotografías que circulan en correos electrónicos, mensajes de texto, redes sociales o videoconferencias. La agencia utiliza un programa denominado Optic Nerve (Nervio Óptico) que almacena, al azar, una imagen cada cinco minutos. Solo en seis meses (2008) se pincharon las cuentas de más de 1,8 millones de usuarios. Un dato relevante es que estas personas no eran sospechosas de ningún delito. Se trataba de interceptaciones indiscriminadas a usuarios particulares.
Los ávidos trackers que husmean nuestro recorrido por la Red, recaban información no solo relativa a nuestra persona, sino también la de nuestra lista de contactos. Este inquietante dato se desprende de un estudio llevado a cabo por Balachander Krishnamurthy y Craig Wills, en el que queda patente que tanto Facebook como LinkedIn facilitan a las empresas los datos personales de los usuarios, sus contactos e intereses. Con esta información, las firmas de marketing que explotan esta valiosa información, pueden crear perfiles personalizados de cada uno de nosotros, con nombre, apellidos, aficiones, amistades y páginas web que visitamos habitualmente. La Electronic Frontier Foundation (EFF) llegó a contar hasta diez fuentes diferentes de cookies, javascript y demás elementos extraños que recaban información sobre nuestro paso por Internet. Y nos aconseja configurar los navegadores para que borren las cookies cada vez que se abandona una sesión.
Estos pocos datos que han salido a la opinión pública nos revelan que vivimos en una sociedad controlada por los servicios secretos. Cuanto más usamos los medios electrónicos, más controlan nuestras vidas. Claro, si no hacemos nada que ponga en riesgo la seguridad nacional, nunca tendremos problemas y es muy posible que sigamos comprando y consumiendo creyendo que somos nosotros mismos quienes elegimos lo que compramos. Pero ¿y si alzamos la voz para denunciar que el sistema tiene un fallo? ¿Nos dejarán en paz? Es curioso y perverso a la vez que en cuanto aparece una persona o un grupo de personas que cuestionan lo establecido, al instante aparecen en los medios artículos, noticias y datos que les denigran. Lo último, el caso del partido político Podemos. Ya les han echado encima a los perros de presa. Otro ejemplo, nuestro querido Joan Carrero. A él también le espiaron los servicios de inteligencia y trataron de ensuciar su imagen para que sus denuncias sobre el genocidio cometido en la zona de los Grandes Lagos de África no tuvieran suficiente fuerza.
Nos espían. ¿Qué hacer? Espiemos también. Busquemos información sobre aquellos que nos espían. Estemos informados para poder defender nuestras opiniones y, sobre todo, para que no nos manipulen.
Nos espían. ¿Qué hacer? Como filósofo no puedo dejar de aconsejar el desarrollo de la vida interior, porque el interior de nuestra personalidad es inalcanzable para los satélites, los robots informáticos y las cámaras de vídeo que llenan nuestras ciudades. Pensemos, reflexionemos, amemos, investiguemos, riamos y lloremos para vivir y no para publicar. Es verdad que la vida interior es más plena cuando la compartimos con los seres queridos. Pero también es verdad que se banaliza cuando se comparte indiscriminadamente. Construyamos una reserva natural para nosotros mismos, donde entren solamente aquellas personas que decidamos libremente dejar pasar. ¿Qué nos aconsejaría Sócrates? Que tu vida real sea un 90% y tu vida virtual un 10%.