La robótica, como parte de la ciencia, es la tecnología que diseña y construye robots, y para ello se combinan diferentes campos como la mecánica, la informática, la electrónica, la física o la inteligencia artificial (IA), entre otros. El término “robot” lo popularizó el escritor checo Karel Čapek en los años 20.
Podemos encontrar robots, autómatas o máquinas que ayudan a los hombres, desde hace siglos. Hay constancia documentada de estatuas prehistóricas con brazos articulados, otras que sacaban fuego por los ojos (como una estatua de Osiris que los sacerdotes usaban en ceremonias religiosas), una estatua de Memon de Etiopía que emitía sonidos con la luz y atemorizaba al pueblo, otras de Grecia que aprovechaban la energía del agua para mover las extremidades, etc. Herón de Alejandría (s. I d. C.) dejó escritos varios tratados sobre autómatas en los que explicaba cómo se podían crear artefactos tales como marionetas, animales que realizaban acciones sencillas como beber o volar o los planos para construir títeres articulados para recrear una obra teatral. En la mitología griega también se mencionan autómatas o seres “creados”, como Homero, que cita en La Ilíada a unas muchachas de bronce construidas por los dioses para servir a los humanos, y también habla de un perro de oro, animado, creado por el dios Hefesto. Incluso grandes filósofos, como Aristóteles, crearon máquinas o hablaron de ellas en sus escritos.
En siglos posteriores otros tantos sabios dejaron constancia o diseñaron artefactos y autómatas, como por ejemplo el reloj-elefante de Al-Jazari (s. XIII) o el robot de Leonardo da Vinci (1495).
Ya entrados en los siglos XVIII y XIX la creación de autómatas, artefactos hidráulicos, mecanismos de cuerda, etc., se multiplica, y encontramos muestras provenientes de todo el mundo: los Karakuri japoneses (autómatas articulados con figura humana para jugar o para representaciones teatrales); los muñecos de Pierre Jaquet-Droz (“la pianista”, “el dibujante” y “el escritor”, s. XVIII) que movían dedos, ojos, torso, escribían, soplaban, etc.; el Canard digérateur de Jacques de Vaucanson (1739) un pato mecánico que con más de 400 piezas mostraba cómo funcionaba su sistema digestivo. Y muchos más que asombraban a todos los que los contemplaban.
Todas estas invenciones poco a poco ayudaron a que la imaginación de los autores volase a mundos completamente irreales, y de esta manera encontramos que ya no es extraño leer sobre seres mágicos, extraños, metálicos, incluso de otros planetas. Nace un tipo de literatura alimentada por los avances científicos, pero vestida con la imaginación de los grandes escritores: la ciencia ficción.
Nace la ciencia ficción
En general, hay consenso en cuanto al nacimiento de la ciencia ficción como género literario: los años 20 del siglo pasado. Pero muchos expertos consideran que la primera gran obra del género es Frankenstein, de Mary Shelley (1818). Si nos fijamos en su argumento, vemos cómo un ser humano construye literalmente a otro ser humano, juega a ser Dios, dota de vida ¿humana? a un montón de carne muerta. Años más tarde, en 1882, Carlo Collodi escribe un libro sobre un muñeco articulado titulado Storia di un Burattino (historia de un títere), cuyo protagonista se llama Pinoccio. En las dos obras, aparece por primera vez un deseo de humanidad por parte de no-humanos. Es un anhelo de crear humanos de la nada, sin intermediación biológica. Y este deseo se va a implantar en la literatura futura: animar lo in-animado. Dotar de alma.
Posteriormente, Julio Verne (1828-1905), Mark Twain (1835-1910), Edgar Rice Burroughs (1875-1950), H. G. Wells (1866-1946), Jack London (1876-1916), Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), Fritz Leiber (1910-1992), Robert Bloch (1917-1994), Robert E. Howard (1906-1936), Philip K. Dick (1928-1982), Robert Heinlein (1907-1988), Isaac Asimov (1920-1992), Arthur C. Clark (1917-2008), Ray Bradbury (1920-2012) o Stanislaw Lem (1921-2006), entre muchos otros, usarán la ciencia (o, mejor dicho, la ciencia ficción) en sus novelas para explicar historias supuestamente imposibles en esos tiempos, pero que cada vez parecían más posibles gracias a los avances científicos y tecnológicos. Y en muchas ocasiones se nos mostrarán máquinas con capacidad de decidir por sí solas.
La época comprendida entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX nos trae dos inventos tecnológicos que cambiarán definitivamente la manera de entender la comunicación. Por un lado, tenemos la radio, que apareció a finales del siglo XIX pero que se empezó a utilizar como entretenimiento a partir de los años 20; y por otro, el cine (o cinematógrafo), cuya primera proyección data del 28 de diciembre de 1895 por parte de los hermanos Lumière, pero que en pocas décadas ganó muchos seguidores. Un hito en la historia radiofónica es la adaptación de La guerra de los mundos (H. G. Wells, 1898) el 30 de octubre de 1938, consiguiendo que miles de personas creyesen que una invasión alienígena había llegado a la Tierra. En cuanto al cine, se pudieron crear las imágenes en movimiento y explicar historias ficticias, de manera que mucha ciencia ficción llegó al gran público por este medio, como Metrópolis (Fritz Lang, 1927), El mago de Oz (Viktor Fleming, 1939) o Pinocho, de Walt Disney (1940).
En los años 40 y 50 ya se conocían infinidad de esos avances tecnológicos, pero desgraciadamente muchos de ellos se destinaron para la guerra (1.ª y 2.ª Guerras Mundiales), y por ello, la población mundial en general empezó a verlos con temor y rechazo. Aún se tenía en la memoria colectiva el recuerdo de los efectos y consecuencias de su uso (Hiroshima y Nagasaki, por ejemplo). Las armas, anunciadas anteriormente como grandes avances técnicos, habían derrumbado el mundo de millones de personas, y las grandes potencias seguían anunciando nuevas armas aún más potentes (como la bomba de hidrógeno). Fueron años de una cierta tecnofobia, tanto por parte de la población como por parte de algunos autores que creaban mundos y personajes de terror tecnológico. Se sobrentendía que las creaciones tecnológicas del mundo real estaban al servicio de la carrera armamentística, mientras que la ciencia ficción era solo eso: ficción.
El esplendor tecnológico
Pero curiosamente, en 1951 Raymond Goertz (1919-1970) diseña el primer brazo mecánico con control remoto para la Comisión de Energía Atómica (fundada en 1946) y se abre un mundo de posibilidades para su uso, desvinculado del armamentístico. El imaginario colectivo y literario explota de nuevo creyendo que era posible crear a un ser como la María robótica de Metrópolis, o que los robots que Isaac Asimov había descrito podían llegar a ser reales y no solo simples quimeras. Precisamente las tres leyes de la robótica (*) de Asimov se mencionan por primera vez en 1942, en el relato “Runaround” del libro Yo, Robot, y se convierten en algo parecido a una “ley natural” en el mundo de las máquinas literarias. Grandes autores de ciencia ficción empiezan a ser mundialmente conocidos ayudados por el impulso que da la carrera espacial y sus grandes logros alrededor de la Tierra, o la llegada a la Luna el 21 de julio de 1969.
Estamos en la edad de oro de la literatura de ciencia ficción, con libros como Crónicas marcianas (Ray Bradbury, 1950), Fundación (Isaac Asimov, 1951), Farenheit 451 (Ray Bradbury, 1953), Solaris (Stanislav Lem, 1961), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Philip K. Dick, 1963), Dune (Frank Herbert, 1963), Los superjuguetes duran todo el verano (Brian Aldiss, 1969), Cita con Rama (Arthur C. Clark, 1973)… Y esto se contagia también al séptimo arte, con películas como Ultimátum a la Tierra (1951), Planeta prohibido (1956), El tiempo en sus manos (1960), 2001: una odisea espacial (1968), Almas de metal (1973), Engendro mecánico (1977)… Los argumentos de muchas de las novelas en las que aparecen robots nos muestran no solo un deseo de humanizar a estas máquinas, sino que muchas de ellas reivindican su derecho a “ser”. Incluso, en algunas ya vemos el temor que algunos humanos demuestran cuando se encuentran en una sociedad que podría ser sustentada por robots.
En esta época de esplendor tecnológico, las máquinas son una ayuda indispensable para el hombre. Todo el mundo tiene en sus propios hogares máquinas y electrodomésticos que facilitan mucho la vida. Del mismo modo, la idea de construir robots ya no es extraña para nadie. Pero se está empezando a dotar a las máquinas de cierta forma humanoide, empieza a cambiar la imagen de caja enorme de los aparatos tecnológicos y poco a poco se estilizan y se les da imagen antropomórfica, lo que provoca que, sin darnos cuenta, veamos a estas máquinas (o robots) cada vez más cercanas, que les dotemos de cierta vida consciente, de ciertas cualidades, e incluso les tratemos como “seres” con conciencia en vez de “cosas”. La propia ciencia empieza a investigar en esta línea: dotar de conciencia a las máquinas, darles capacidad para el libre albedrio. Y esto ya no es ciencia ficción, es ciencia.
El séptimo arte, que se alimenta constantemente de la literatura, nos ha dado muchas películas en los últimos 40 años: THX 1138 (Lucas, 1971), La fuga de Logan (Michael Anderson, 1976), Blade Runner (1982), Dune (1984), Terminator (1984), Brasil (Gilliam, 1985), D.A.R.Y.L. (1985), Cortocircuito (1986), Akira (1988), El cortador de césped (1992),Soldado universal (Emmerich, 1992), Johnny Mnemonic (Robert Longo, 1995), Dark City (1998), Matrix (1999), El gigante de hierro (1999), El hombre bicentenario (1999), basado en un relato de Isaac Asimov, Inteligencia artificial (Spielberg, 2001), Minority report (2002), Yo, robot (Proyas, 2004), Ghost in the Shell (Mamoru Oshii, 1995) El gigante de hierro (Bird, 1999), Final fantasy: la fuerza interior (Hironobu Sakaguchi y Motonori Sakakibara, 2001, EVA (2011), entre muchísimas más.
Máquinas con conciencia
En los últimos años estas ficciones cada vez se acercan más a la realidad. Hoy podemos encontrar por nuestras calles a personas que dependen de la tecnología para cumplir con alguna de sus funciones biológicas (como los implantes cerebrales a personas sordas o unos chips que se ponen en los ojos de personas ciegas y con los que están empezando a ver). Son lo que se llaman cíborgs, aunque suene a novela. Y es que los expertos ya no pretenden solamente dotar de alma o esencia a las máquinas, sino que están trabajando para que coexistan juntas la inteligencia del hombre con la inteligencia artificial. A esto se le llama “la singularidad” o “singularidad tecnológica” y, en resumen, es llegar al punto en que las máquinas puedan ser más inteligentes que los humanos.
“En un plazo de 30 años, tendremos los recursos tecnológicos para crear una inteligencia superhumana” (Vernor Vinge).
La definición de “singularidad” se le atribuye a Raymond Kurzweil, director de ingenieros de Google, inventor y uno de los especialistas en inteligencia artificial más reconocido del mundo. Para él, “el futuro es la fusión de la biología humana y la tecnología”.
En la película Trascendence (2014), se nos muestra cómo un científico traspasa su conciencia a una máquina, a un ordenador, y gracias a ello evoluciona, ve más allá de lo que podía ver con las limitaciones de la carne. También tenemos la película Her (2013), en la que su protagonista se enamora de un sistema operativo diseñado para satisfacer los deseos del usuario. Pero Kurzweil va un paso más allá y predice que en unos años, sobre el 2029, los ordenadores tendrán la misma inteligencia que los hombres, y que sobre el 2045 los hombres se fusionarán con los ordenadores (o superordenadores), para que, finalmente, sean estos los que entren en el cuerpo y en el cerebro de los humanos, mejorándonos física y psíquicamente. Este cambio, esta “singularidad” nos llevará a multiplicar nuestras capacidades intelectuales.
“ En cuanto a la singularidad: en 15 años podremos eliminar los genes que provocan enfermedades, en 21 años habrá ordenadores inteligentes como humanos que serán simpáticos y podrán interactuar con nosotros; incluso habrá nanobots en nuestro cuerpo que nos sanarán e interactuarán con nuestras neuronas; los implantes cerebrales del futuro podrán descargar software para el ordenador del nanobot en el interior de nuestros cerebros. Si seguimos en el futuro, los dispositivos serán microscópicos e incluso tendrán la capacidad de “desconectar” nuestros sentidos para conectarnos con una realidad virtual a demanda” (cosa que recuerda mucho a Matrix), “una inmersión total en esta realidad, donde todos los sentidos estarán en esa realidad. En el 2040 muchas partes de nuestro cerebro ya no serán biológicas y podremos hacer copias de seguridad ” (Raymond Kurtzweil).
De este modo, los caminos de la ciencia y de la ciencia ficción parecen unirse. Poco podían imaginar los primeros constructores de máquinas que en el futuro nosotros seríamos las máquinas. Ya solo nos queda esperar, y parece ser que no mucho.
El futuro no es construir máquinas que trabajen para nosotros, sino una colaboración hombre-máquina para seguir evolucionando.
*Las tres leyes de la robótica de I. Asimov:
1. Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1.ª ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1.ª o la 2.ª ley.
Agradecimientos: Juan Carlos del Río
Para saber más:
La singularidad está cerca y La era de las máquinas inteligentes, Raymond Kurzweil.
The Singularity , BBC.
Historia de la robótica http://www.roboticspot.com/especial/historia/his2004b.php
http://normamars.wordpress.com/2012/11/05/robotica-las-tres-leyes-de-la-robotica/
Autómatas medievales