Nada hay más saludable que una idea buena y bella plasmada en la materia. En un mundo castigado por las guerras, aparece la ekecheria, un pacto sagrado que convierte Olimpia en un oasis de paz durante la disputa de los juegos.
Dejémonos llevar de la mano de Kronos y retrocedamos hasta el año 884 a.C., situándonos en aquella zona del mundo que hoy conocemos como Grecia. Nos encontramos ante un mundo convulso, donde las ciudades-estado luchaban casi constantemente unas contra otras. En ese contexto histórico, dos reyes, Ífito de Élida y Cleóstenes de Pisa, junto con un legislador, Licurgo de Esparta, deciden establecer un pacto sagrado, la ekecheria, según el cual, el territorio de Olimpia se declara inviolable, así como los peregrinos y atletas que hacia él se encaminaban para tomar parte en los Juegos. De esta manera, gracias al Espíritu Olímpico, se firmó el primer acuerdo internacional de paz: la tregua olímpica. El compromiso se reflejó mediante un lacónico mandato expresado en líneas concéntricas sobre un disco de hierro:
«Olimpia es un lugar sagrado, quien ose pisar este suelo con fuerzas armadas, será vituperado como hereje. Tan inicuo es también todo aquel que no vengue un crimen estando en su mano poder hacerlo».
La tregua sagrada era pregonada por los tres espondoforos o mensajeros de la paz, que partían desde el santuario de Olimpia para anunciar a todos los pueblos griegos que la tregua había comenzado. A partir de ese momento se paralizaban todas las guerras y conflictos, prohibiéndose taxativamente el uso de las armas, de manera que los ejércitos regresaban a sus ciudades-estado para celebrar las festividades de la Paz. Era tal el compromiso que los pueblos tenían con este acuerdo que en los 1168 años en que estuvieron vigentes las Olimpiadas clásicas griegas, tan solo en dos ocasiones se rompió esta tregua y fue por desconocimiento de los que infringieron la ley. En ambas ocasiones, a las ciudades-estado a las que pertenecían esos guerreros se les prohibió participar en las Olimpiadas. El principal logro que el pacto de la ekecheria aportó a la humanidad fue el milagro de generar un hábito político de paz estable.
Hoy en día, Olimpia, el valle sagrado, la ciudad eterna del deporte, duerme silenciosa y tranquila su sueño de historia, entre el murmullo de siglos de las aguas del Alfeo y el susurro que la brisa levanta en las copas de los pinos del monte Cronos. Allí, donde hoy el visitante solo encuentra un denso silencio que envuelve sus ruinas, en otro tiempo reinó el bullicio y la animación; sus calles y plazas se vieron repletas de una abigarrada multitud que venía de todas partes del mundo conocido, para presenciar el supremo acontecimiento por el cual se paralizaban las guerras y se establecía la Tregua Sagrada; dando el relevo a otro tipo de lucha, la lucha pacífica e incruenta del ser humano contra sí mismo para la consecución de un fin superior: la victoria sobre uno mismo.