¿Qué es la consciencia? ¿Qué relación tiene con el cerebro, el intelecto y la «re-evolución» que algunos reclaman para el mundo actual? José Luis San Miguel de Pablos, filósofo y geólogo, ha publicado recientemente un fascinante y conciso libro, La rebelión de la consciencia, que pone de manifiesto la encrucijada en que se encuentra hoy la humanidad, una encrucijada cuyas causas van más allá de lo económico y de lo político.
Nos encontramos ante una disyuntiva cognitiva tremenda y decisiva: hemos de elegir entre un materialismo pseudocientífico y obsoleto, que se nos ha querido hacer pasar por racional, y la única salida que puede permitirnos superar esta gran crisis contemporánea. Una alternativa sistémica que interpela tanto al individuo como a la sociedad, y que posee una ineludible dimensión espiritual.
Tal como usted mismo se cuestiona, también le preguntamos: «¿Qué demonios es la consciencia?».
Es, por ejemplo, vivenciar usted, que me está haciendo esta pregunta, y vivenciar yo –ahora, en este momento–, que se me está preguntando, ¿qué demonios es la consciencia? Pero claro, esto no es ninguna definición, esto no es más que mostrar, porque es imposible definir satisfactoriamente la consciencia. La consciencia no se define, se muestra, y no mirando al exterior sino a uno mismo, dándose directa, inmediatamente, cuenta de la luz de SER, de esta luz que soy, de esta luz (presente detrás de ver, oír, pensar, sentir, soñar, etc.) que es «ser».
¿Por qué la consciencia es un tema de rabiosa actualidad?
De rabiosa actualidad y a la vez intemporal. Pero uno se pregunta más bien cómo es posible que haya podido dejar de ser alguna vez –y, de hecho, durante mucho tiempo– un tema de interés público la consciencia… ¡Si es, nada menos, lo que hace que un ser sea, que nosotros mismos seamos! Mi personal respuesta es que porque al sistema socioeconómico vigente no le interesa que los seres humanos nos demos cuenta de lo importante que es que seamos. ¡Focos cósmicos mediante los cuales el universo se entera (o toma consciencia) de que existe! Porque si nos damos cuenta de esto, de inmediato adquirimos lo que denomino el legítimo orgullo de ser, y nos volvemos mucho más críticos y exigentes frente a los que nos ningunean, tanto teóricamente (los materialistas metafísicos, los ideólogos del mercado…) como prácticamente (los gestores y beneficiarios del sistema explotador).
¿Qué tiene la consciencia de rebelde o revolucionaria?
La civilización occidental moderna se ha centrado totalmente en los objetos y su posesión y control, no sobre el sujeto, su plena realización y su felicidad. Darnos cuenta entonces de lo que es esencial, obviamente que somos seres con interioridad, es decir, con consciencia, sin la cual seríamos máquinas que nada vivirían, es profundamente revolucionario en relación con un sistema que quiere, que necesita para funcionar, precisamente, como una máquina bien engrasada, que no pensemos en eso, que nos olvidemos, diciéndonos que es una tontería y que lo único que nos debe importar es producir (como meros apéndices de las máquinas, siendo expulsados del proceso laboral-productivo cuando dejemos de ser necesarios) y consumir, para que «la economía funcione».
¿Es necesaria la «experiencia mística» para el filósofo? ¿Y para el resto de las personas?
No deseo imponer mis ideas a nadie, pero creo que la introspección es imprescindible en el filosofar: no creo que nadie pueda considerarse filósofo si no se aplica la máxima de «Conócete a ti mismo». Ahora bien, conocerse a uno mismo implica encontrarse con aquello que más asombro admirativo puede producir, con la luz de la propia consciencia, con el testigo silencioso que contempla cualquier pensamiento, cualquier sentimiento, cualquier dolor, cualquier vivencia placentera y, en una palabra, cualquier experiencia.
Esto es lo que yo llamo la experiencia mística básica, la misma que rozó Descartes cuando hizo su célebre descubrimiento del «Pienso luego existo», pero a la que no llegó del todo debido a su racionalismo limitativo, que le hizo identificar el ser con el pensar. Y es que, en efecto, los filósofos ultrarracionalistas se bloquean sistemáticamente en cuanto a tener ellos mismos esa experiencia tan sencilla como fundamental, y lo que es peor, bloquean a sus seguidores con sus descalificaciones y ridiculizaciones, que son puramente defensivas. El problema es que esos filósofos antimísticos (lo que es, para mí, tanto como decir antifilosóficos en profundidad), junto con los científicos materialistas, han ejercido durante mucho tiempo una hegemonía académica y cultural aplastante, que no dejaba de ser política en sentido amplio, y han estado impidiéndo el acceso a la experiencia mística básica a la gente, que la necesita tanto como el pensador más excelso.
¿Por qué dedica su libro a José Luis Sampedro y Stéphane Hessel?
Lo tuve claro desde el principio. Ambos se conocieron en Madrid, en el Ateneo, a dos pasos de mi casa, y se hicieron amigos a los noventa y tantos años que compartían, y en los últimos meses de sus vidas respectivas.
Hessel y Sampedro eran hombres de agudísima sensibilidad y comprometidos hasta el final con el mundo que les había tocado vivir. En su treintena, Hessel fue uno de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos, y dejados ya atrás los noventa años, publicó el opúsculo ¡Indignaos!, considerado el texto que más influencia tuvo en el nacimiento del 15M, el movimiento de los indignados que Sampedro, genial escritor y economista alternativo, apoyó con entusiasmo. Pero es que, además, ninguno de ellos dos era materialista en absoluto: no lo eran ni en sentido filosófico ni en sentido práctico. Creo que son dos ejemplos extraordinarios de espiritualidad comprometida.
¿Cómo se aliaron el economicismo y el materialismo?
Yo no hablaría de alianza. Para mí, el economicismo deriva directamente del materialismo: el economicismo no es más que materialismo aplicado, desde el momento que supone reducirlo primero todo a objeto, y luego este (el que sea: los ecosistemas, la biosfera entera, nuestros órganos, la capacidad gestante de una mujer…) a un valor económico «perfectamente cuantificable». Digo en el libro, y lo destaco, que el materialismo es la filosofía natural del capitalismo, y que la izquierda política haría muy bien en reconsiderar seriamente mantenerlo como su filosofía «oficial», porque semejante cosa encierra a estas alturas una gravísima contradicción.
Creo que, al ser una concepción metafísica, el materialismo es un paradigma de rango superior al economicismo, que funda y justifica, y es por tanto el predominio sociológico del materialismo lo que explica el auge economicista. Hace cien o doscientos años el materialismo filosófico jugaba el papel de un arma dialéctica contra la religión dogmática, pues el dogmatismo eclesial más irracional y opresivo seguía siendo la concepción dominante. De modo que, apoyándose en la idea de una materia exenta de misterio que tenía la ciencia de la época, el materialismo parecía plenamente racional y cumplía una función.
Pero desde entonces han pasado muchas cosas. El Dios-ego abrahámico ha quedado arrinconado en el búnker del fundamentalismo, y el viejo materialismo ha acentuado cada vez más su lado reduccionista y hoy se centra en querer reducirlo todo, obsesivamente, a puro objeto, en esforzarse por desposeer de alma, considerada una idea supersticiosa, absolutamente a todo: a la naturaleza, a los animales y al hombre. Pero ni la materia es una cosa tan pedestre y simplona como se creía hace ciento cincuenta años, ni el alma es un fluido etéreo (otra clase de materia, en suma) que entra y sale del cuerpo, y hasta tiene peso. ¡El alma es la consciencia!, justamente aquello que el materialismo no comprende.
Para combatir esas falacias, usted propone una espiritualidad experiencial y comprometida y, parafraseando a Malraux, dice que «la liberación será espiritual o no será». ¿Qué quiere decir?
La espiritualidad es una dimensión del ser humano y, tal como la entendemos cada vez más personas, tiene siempre que ver con una cierta clase de experiencia: la de la absolutidad –o si se quiere, la divinidad– del fondo del ser propio, que se redescubre en todos los demás seres. De ahí el impulso a liberarse uno mismo, y a ayudar a los demás a liberarse, de los impedimentos que dificultan el reconocimiento de esa naturaleza profunda.
Siempre se ha dicho que esos impedimentos, esos velos, son interiores, y es verdad, pero tal vez no toda la verdad… En el mundo exterior, en el mundo social, existen también severos condicionantes que dificultan la entrada de cada uno en contacto con su esencia. La bien conocida pirámide de Maslow está ahí y no se puede ignorar. Aurobindo y Gandhi, por ejemplo, se dieron perfecta cuenta de esto, como hace dos mil años Jesús de Nazaret, y en nuestros días, el Dalai Lama. La liberación de la humanidad o es integral –y, por tanto, a la vez espiritual y social– o no es, y en este caso, el experimento cósmico «humanidad terrestre» habrá sido un ensayo parcialmente fallido, y digo parcialmente porque aun así seguro que al universo le habrá merecido la pena.
¿Cuáles son los rasgos del paradigma emergente?
En La rebelión de la consciencia cito los que me parecen fundamentales, que admiten desgloses detallados:
– Consideración de que la consciencia –la dimensión subjetiva de los seres, no la materialidad de las cosas– es lo esencial.
– Comprensión de que nada es estático, de que todo se transforma sin destruirse, como la energía. Evolucionarios y re-evolucionarios.
– Sentido relacional y ecológico. Superación del individualismo egótico-aislacionista, de la separación de la naturaleza y de la incomunicación afectiva con los demás seres vivos.
– Paso del racionalismo analítico exclusivo a la razón compleja con múltiples aspectos.
– Superación de los exclusivismos simplificadores que tienden a verlo todo en blanco y negro, y a excluir lo que no entra en esquemas preestablecidos.
– Nueva economía y nueva política solidaria y ecológica, que cuentan con y parten de la evolución psicoespiritual –previa o paralela– de las personas.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos de a pie para cambiar el mundo?
Ante todo, estar dispuestos a cambiar nosotros mismos, a seguir evolucionando. A esto le llamo una actitud re-evolucionaria, que es evidentemente revolucionaria en profundidad («El auténtico revolucionario es el que lleva a cabo la revolución en primer lugar en su propio ego», que decía Aurobindo). Esto es indispensable, porque ha sido la escasa evolución espiritual de la base humana, junto a una concepción del mundo equivocada que excluía lo espiritual, lo que ha hecho fracasar no pocos intentos revolucionarios que contaban con un núcleo innegablemente positivo: la intuición de que la solidaridad entre los seres humanos –que implica un impulso espontáneo a ayudarse y compartir que es negado por la economía capitalista– es algo absolutamente básico. Pero la necesidad de diferenciarse, y la libertad de búsqueda y de ensayo-y-error, también lo es… Creo que ahora esto lo entiende ya bastante gente.
¿Qué papel cree que juega la filosofía hoy? ¿En qué puede ayudar a mejorar las cosas?
La filosofía es mucho más que una disciplina académica: es una actividad espontánea del ser humano, que responde a la necesidad de este de afrontar e intentar responder una serie de cuestiones fundamentales sin cuyo abordaje (¡al menos!) se siente inseguro y angustiado. Sin cuyo abordaje es, además, mucho más fácilmente manipulable y utilizable. A filosofar (prefiero claramente el verbo, que presupone actividad, al sustantivo) hay que atreverse; aceptar el reto de filosofar implica no poca valentía, porque enfrentarse (¡precisamente!) a la Esfinge no es cualquier cosa. Y entonces, si das ese paso de atreverte a afrontar cuestiones que sientes fundamentales y que son difíciles; y libremente, por ti mismo, sin tragarte los dogmas de nadie, encuentras algunas respuestas verosímiles (¿dónde?, en tu interior naturalmente), está claro que ya no te van a poder manipular. Ojo, eso no quiere decir que no te crucifiquen o te obliguen a beber la cicuta, pero aunque eso suceda habrá merecido la pena. Y además, si son muchos los que siguen ese camino, si llegan a formar una «masa crítica», no se podrá acabar con tanta gente y se producirá el salto cualitativo que la humanidad necesita dar.
¿Está la humanidad atravesando un «rito iniciático colectivo»?
A mí esto me parece una obviedad. Todos los rasgos que lo definen están presentes: «tierra devastada», noche oscura del alma, problemas aparentemente irresolubles (cambio climático, hambrunas y pestes, superpoblación, fanatismos en ascenso…) a modo de angustiosos koans, búsqueda denodada de «la salida del laberinto»… ¿Qué más hace falta?
Científicos y ecologistas nos recuerdan hoy que la humanidad puede extinguirse a corto plazo, y no me parece mal que nos lo recuerden, porque en efecto, eso puede ocurrir. Pero no es inevitable. Lo que en lenguaje esotérico se llama «un rito iniciático colectivo», en el lenguaje de la nueva ciencia de los sistemas fundada por Ilya Prigogine puede entenderse como una desestabilización del sistema humanidad, que se ha alejado mucho del estado de equilibrio anterior, ante lo cual se abren dos posibilidades: la destrucción, es decir, la extinción, o una profunda reestructuración que desemboque en un sistema nuevo, de orden superior. La realización de esta segunda posibilidad sería idéntica a la superación por la humanidad de su gran prueba iniciática, pero esto –al contrario de lo que se cree en los círculos new age– no viene dado, la prueba hay que pasarla y aun no la hemos pasado.