Mucho hemos repetido en los últimos años que la crisis que venimos padeciendo, más que económica, es moral y afecta sustancialmente a los valores que compartimos los seres humanos. Y si tal es el problema, las soluciones deberán producirse en ese mismo plano de los valores, es decir, de lo que atañe al alma, a la vida interior de las personas y su manera de encarar la vida. Incluso en el caso hipotético de que se pudiera dar por superada la crisis en términos estadísticos, si no abordamos una reforma en el campo de la ética y la moral, no estaremos actuando de manera permanente y eficaz sobre las causas que nos condujeron a ella ni podremos dar por eliminados sus terribles efectos.
Los que hacemos nuestra revista sentimos ese compromiso y venimos ofreciendo informaciones y testimonios, recogidos entre quienes se afanan en que este mundo sea mejor, ofreciendo ejemplos concretos de que tal mejora es posible en el aquí y el ahora. Conocer a los que hacen el bien y nos dan el buen ejemplo de su grandeza moral resulta siempre estimulante y aleccionador.
En este número hemos puesto el foco sobre la necesidad de vivir de manera consciente, aceptar la disciplina de conocer las consecuencias de nuestras acciones y de profundizar en nosotros mismos. Es curiosa la actualidad perenne de la milenaria máxima de Delfos «Conócete a ti mismo» y la escasa práctica de tal invitación a saber quiénes somos, qué sentido tiene nuestra vida, hasta dónde queremos llegar en el camino de la evolución. Y sin embargo, cada vez más y más gente se está dando cuenta de que es indispensable un cambio profundo hacia la consciencia, pues sus efectos se dejan notar en quienes lo han experimentado: son mejores y más felices.