Como nuestro tiempo nos exige la efectividad y el aprovechamiento de los recursos, tendemos a repetir aquello tan manido de que las palabras se las lleva el viento y por lo tanto a despreciar su valor. Damos prioridad a los hechos, pues buscamos elementos concretos, que podamos percibir con claridad y no nos hagan confundirnos.
Pero estas son visiones superficiales y nosotros, en este número de Esfinge, hemos intentado aportar una visión un poco más profunda para contribuir a una reflexión sobre la importancia de las palabras y su eficacia, cuando sabemos manejar con habilidad el lenguaje, sea este oral o escrito.
Si nuestra propuesta es la búsqueda del conocimiento y la libertad para pensar, entonces estaremos de acuerdo en la necesidad de tener en cuenta el universo de los significados que guardan los vocablos que manejamos, aprender a buscar los términos adecuados y exactos que definen nuestras ideas y sentimientos.
Haciendo esto, desarrollamos una de nuestras principales facultades, la que nos hace pensar y reflexionar y a la vez. Una actitud reflexiva, que mire hacia el interior de las cosas, nos regalará palabras justas y bellas y seremos capaces de comunicarnos con los demás, condición fundamental para salir adelante en la vida.
En el fondo de nosotros mismos, muchas palabras que escuchamos o que leímos alguna vez, permanecen iluminándonos desde dentro. Muchas veces recurrimos a ellas para recuperar la sabiduría condensada que guardan. No se las ha llevado el viento y siguen guiando nuestros pasos, nuestros hechos.