Fernando Schwarz es fundador y director internacional del Instituto de Ciencias Humanas Hermes. Durante muchos años ha impartido clases en la Escuela de Antropología de París. Está especializado en el campo de la antropología de la imaginación y vive dedicado a la difusión de la filosofía desde hace casi cincuenta años.
Una buena oportunidad
Podríamos preguntarnos si la crisis económica de Europa tendrá algún efecto significativo sobre los valores humanos, es decir, si la gente volverá a poner atención en esa faceta que podríamos llamar más «espiritual», además de los evidentes efectos negativos que tiene sobre el bienestar económico. Antes que nada, tenemos que considerar que toda crisis es una oportunidad y que no es algo negativo en sí mismo. Para Europa, esta crisis no es solamente económica, sino que es la crisis de un modelo de funcionamiento general de la sociedad.
La coyuntura actual está llevando a poner en tela de juicio el modelo de sociedad, lo cual ofrece oportunidades para ampliar los criterios aceptados acerca de la felicidad y de lo que significa saber vivir, ya que hasta ahora eran puramente materialistas y no añadían ningún valor metafísico al simple criterio de bienestar o de la consecución de éxitos.
Vemos, incluso, que los políticos, como no pueden enriquecer más a sus países, están obligados a considerar determinados valores, y a promover discursos en los que se preguntan si la sociedad debe buscar solamente el trabajo, el dinero y la prosperidad material. Empieza a haber innovaciones al respecto, pero es evidente que nada se puede hacer si la gente no lo asume para sí misma y acepta cuestionar su modelo de vida. Esta es la oportunidad que da la crisis, pero lo que resultará de ella dependerá de las personas.
Norte y sur: ritmos diferentes
Los pueblos meridionales de Europa nunca han tenido una visión exclusivamente económica de su futuro, porque siempre han dado importancia a la expresión de los sentimientos. No solamente influye en ello el clima más cálido o las condiciones geográficas, sino que tienen más próximo un modelo antiguo grecorromano en el que las relaciones humanas eran más importantes. Ellos son los verdaderos herederos de los antiguos en su forma de vivir y en su forma de ser.
Los pueblos septentrionales, en cambio, con una incorporación más reciente a la civilización, se basaron mucho en la eficacia de los modelos comerciales e industriales –las revoluciones industriales se extendieron desde el norte hacia el sur–. Ellos creen que este modelo materialista económico, en el que prima la producción, es el adecuado para todo el mundo y quieren imponerlo en toda Europa.
Esto es un error, porque no todos los países están preparados para vivir estos modelos de la misma manera. Tienen razón en que hay ser rigurosos con los que roban o con la corrupción. Pero la forma, por ejemplo, de concebir el tiempo en los pueblos del sur es mucho más dilatada que en los pueblos del norte, para los cuales adquiere sentido el famoso dicho «El tiempo es dinero». Evidentemente, si yo pienso que el tiempo hay que emplearlo solamente en obtener dinero, estoy ignorando una parte del ser humano. No es que no haya que pensar en ganar dinero o en tener trabajo, pero el tiempo también permite establecer relaciones profundas entre la gente, contactos con la naturaleza, etc. Cuando queremos llegar a un nivel de confianza con alguien, necesitamos tiempo. Sin embargo, a veces tenemos la impresión de que lo perdemos si conversamos media hora con un vecino o si asistimos a una fiesta. Ese tiempo no tiene una eficacia material aparentemente, pero tiene una eficacia relacional, afectiva, intelectual. De hecho, cuando los noreuropeos se van de vacaciones, eligen destinos como España, Portugal o Italia. Prefieren ese otro mundo más expresivo y menos austero en su forma de vivir, lo que significa que también tiene su importancia.
Integrar los valores del norte y del sur es darnos cuenta de que todo, a la larga, se traduce en una mejora material, puesto que la forma más abierta de conducirse en el sur implica menos angustias y enfermedades psicológicas de tipo relacional, y como consecuencia, un menor consumo de medicamentos para tratarlas, con su repercusión en los seguros sociales que hay que pagar.
Ambos, los del norte y los del sur, tienen que aceptar compartir capacidades. Entonces sí aparecerá la solidaridad. Lo que es poco práctico es pretender ayudar a alguien dándole a entender que todo lo hace mal, o que está equivocado en todas las decisiones que toma. Ni el modelo meridional es un desastre ni el septentrional es una panacea. Los del norte pueden aportar buenos consejos en cuanto a administración y metodologías; los del sur pueden aportar otra forma de entender el ritmo de la vida, una manera de gestionar la cultura, etc. No debe producirse la sensación de que una parte es tiranizada por la otra, sino que todos han de sentirse valorados para aportar lo mejor de lo que tienen. En definitiva: estamos encarando muy mal la resolución de la crisis en Europa.
Filosofía para limar diferencias
La experiencia de dirigir una institución filosófica como Nueva Acrópolis en Francia durante muchos años y de ser su coordinador en Europa, me permite tener una perspectiva en cuanto a la forma en que los diversos países encaran las situaciones.
Los pueblos parecen diferentes porque su historia y sus costumbres los han forjado así, pero el alma humana, es decir, las aspiraciones metafísicas de los seres humanos, los ideales de superación personal y de mejorar el mundo son los mismos en todos. Por lo tanto, las diferencias son a nivel superficial y no profundo. El objetivo de la verdadera filosofía es tocar un poco el alma de los pueblos y no simplemente las apariencias.
El papel de la filosofía en todos los tiempos ha sido civilizar, cultivar, mejorar a las personas, dentro del respeto a la forma de ser de cada uno y a la idiosincrasia de cada colectividad. En ese sentido, nuestra forma de entender la filosofía nos permite apreciar las virtudes de cada pueblo y aprovecharlas para obtener en cada comunidad las cosas positivas que la filosofía puede ofrecer.
Podríamos encontrar en cada sitio alguna característica positiva como una tónica general. Obviamente, también existen aspectos negativos en cada colectividad, pero la filosofía enseña que es mejor aceptarlos como fragilidades que se pueden superar y no como defectos inamovibles. Lo importante es darse cuenta de que existen en cada pueblo aspectos que se pueden mejorar. Comprendiendo esto, la experiencia filosófica permite afirmar que las carencias se pueden utilizar como punto de apoyo de los aspectos positivos.
Cualquier situación analizada con espíritu filosófico revela que hay un elemento profundo que es común para todos los humanos y que se rige por las mismas leyes, a pesar de las formas diferentes. Gracias a eso que es universal, se pueden mejorar las debilidades de una sociedad.
Un enfoque antropológico: filosofía y razón
La filosofía ofrece planteamientos que clarifican muchas vertientes de la vida humana, no solo su aspecto social, sino también otras, como su relación con lo sagrado. Sin embargo, todavía persiste la idea en muchos ámbitos de que el campo de acción de la filosofía es solo racional.
Desde el punto de vista antropológico, lo sagrado no tiene nada que ver con la religión, son conceptos independientes. Para el antropólogo, lo sagrado es un estado de conciencia, una aptitud que tiene el ser humano para ver más allá de las apariencias y darse cuenta de que detrás del mundo de los fenómenos existen causas o ideas que están por encima de lo que uno ve, y por eso son sagradas.
Ese concepto es muy filosófico porque la filosofía lleva poco a poco al individuo, a través de un diálogo, de un razonamiento, a ir trascendiendo apariencias, hasta descubrir leyes abstractas en el mundo de las causas.
El lenguaje de lo sagrado es el lenguaje simbólico, es decir, la representación de algo que no se puede expresar verbalmente; esto permite a la filosofía ir mas allá de las palabras. El fundamento antropológico de lo sagrado nace a partir del concepto de la muerte. Cuando el hombre, en su evolución, se plantea que hay algo mas allá de la muerte, es cuando toma conciencia de sí mismo y comienza a preguntarse de dónde viene, hace dónde va, etc. Lo importante es que esto es posible por su capacidad de representación, es decir, por la imaginación. El sistema racional lo único que hace es explicar en un discurso lo que el hombre se representa. Lo que uno no puede representarse no lo comprende, aunque se lo expliquen con un discurso racional. Cuando decimos «ahora lo he entendido» es porque hemos logrado visualizar en nuestro interior una representación de aquello que nos explican. Hasta ese momento, podemos repetir de memoria todos los discursos, pero no comprenderemos.
Identificar la filosofía solamente con lo racional es irracional, aunque parezca un juego de palabras. Lo sagrado no es irracional. Como se estudia en antropología, lo sagrado tiene su lógica, una lógica simbólica. Los antropólogos de lo sagrado no pensamos que lo sagrado sea irracional, porque lo irracional es algo que no se puede concebir, no se puede definir; en cambio, lo sagrado sí se puede definir. Todo lo que es simbólico se puede trabajar perfectamente con la inteligencia.
No debemos confundir el reduccionismo racionalista con la utilización de la razón para discernir, porque el mayor logro de un ser humano es pasar de la especulación al pensamiento. Pensar es comprender, captar, ver. Mucha gente no piensa, sino que especula, que no es lo mismo.
Antropología y valores
En nuestra escuela de filosofía de Nueva Acrópolis, consideramos que los valores humanos más importantes, que son los que intentamos promover desde nuestras cátedras, son muy sencillos: son valores de servicio, de amor y de tratar de comprender las cosas.
El haber sido un discípulo cercano del profesor Livraga, fundador de NA, me ha permitido comprender claramente desde el primer momento de mi andadura filosófica (hace ya casi cincuenta años) que existe la posibilidad de desarrollar un potencial en el ser humano que lo puede acercar a las leyes de la naturaleza, del universo y de sí mismo. Hay otra forma de actuar en el mundo, diferente a la que estamos acostumbrados a ver, y eso es un factor que puede cambiar el enfoque de la vida, ya que es muy motivador poder amar a la gente y lo que uno hace.
Las ciencias humanas tratan de comprender cómo funciona el ser humano en cualquier ámbito: individualmente, en sociedad, en relación con la naturaleza, etc. Se trata de entender el factor humano en cualquier actividad. Esto atañe, por tanto, a la sociología, la pedagogía, la historia, la psicología, la economía y muchas más. El tronco común de todo esto es la antropología, que es el estudio del hombre bajo una forma interdisciplinaria, porque hay muchos enfoques.
En 1989 se creó el Instituto de Ciencias Humanas Hermes, que abarca todas estas disciplinas desde una perspectiva filosófica. Todos los trabajos de investigación que impulsa, ya sean de simbolismo, de religiones, de lenguaje, o de cualquier otro campo de su actividad, pretenden ser aportaciones que permitan ampliar los horizontes para poder avanzar en la sociedad, sin caer en el intelectualismo que a veces afecta a las universidades.
Pintar un ser humano mejor
Creo que el arte de la pintura tiene un gran significado filosófico. Es misterioso el proceso de representar en dos dimensiones algo que tiene tres, y de poder transmitir sentimientos y mensajes a través de un poco de color y de papel.
Entrar en contacto con la filosofía es como estar acostumbrados a trabajar en dos dimensiones y empezar a adquirir profundidad, tomando conciencia de esta otra dimensión, que nos da un nueva perspectiva. Es muy interesante que un individuo pueda pensar que está pintando su autorretrato, que le está dando profundidad; es una especie de magia.
La pintura es saber trabajar con la luz. No se puede hacer pintura sin amar la luz. En ese sentido, la filosofía nos permite hacernos amigos de la luz; es encontrar luz para nosotros y dar luz para los demás.