No pasa desapercibido para nadie que el mundo, tal como funciona actualmente, necesita una profunda reparación para convertirse en algo más humano, menos terrible en sus injusticias. Encontrar sentido a todos los sinsentidos, tanto los que provoca el ser humano por su mal hacer como los desastres que aparentemente no tienen explicación en la naturaleza, es algo con lo que se atreve la filosofía.
El amor a la sabiduría, la filosofía, era en la Antigüedad algo muy diferente a lo que vulgarmente conocemos con esta palabra, y también distinto a lo que vemos hoy en colegios o universidades. Estudiar filosofía en cualquiera de las cuatro grandes escuelas antiguas (platónica, aristotélica, epicúrea y estoica) tenía una finalidad eminentemente práctica, útil y vital; en palabras del platónico Tauro: «volverse mejores y más mesurados». Era, pues, una elección de vida, una apuesta, un camino y un esfuerzo para llegar a lo Bueno, lo Justo, lo Bello…
Pierre Hadot, gran divulgador de lo que era la filosofía en la época clásica, dice:
«La filosofía fue concebida como un itinerario espiritual ascendente, que se corresponde con las partes de la filosofía:
– La ética vela por la purificación inicial del alma.
– La física revela que el mundo tiene una causa trascendente, e invita a indagar las realidades incorpóreas.
– La metafísica, teología o epóptica es, como en los misterios, el término de la iniciación, aporta la contemplación de lo divino».
Así podemos concebir nosotros la filosofía, como un camino de ascenso, precisamente igual que lo hace la filosofía oriental, tanto brahmánica como budista. Además, podemos estar bastante seguros de que solo la filosofía podrá aunar a los seres humanos del siglo XXI, darnos un mínimo común unificador, pues la ciencia, las religiones y la política, por sí solas, se han mostrado incapaces de lograrlo.
Por consiguiente, debemos seguir el mismo camino de la filosofía antigua, con sus tres partes:
– La nueva ética tendría que valorar al ser humano por encima de todo tipo de intereses económicos, raciales, sociales o de cualquier tipo.
– La nueva física, si somos capaces de sintetizar todo lo que está cambiando en las ciencias macro- y microcósmicas, nos permitiría ser capaces de desarrollar una nueva visión del universo. Esto nos llevaría a dejar atrás el materialismo (¡la materia en sí no existe!) y el nihilismo, porque a partir de aquí las leyes parecen tener un sentido trascendente, finalístico y unificado: la vida tiene sentido y está bien «pensada» por la conciencia cósmica…
– La nueva metafísica no es más que la ENR (Espiritualidad No Religiosa), un sentimiento-certeza creciente que lleva a los humanos a unirse con lo divino o espiritual sin pasar necesariamente por las religiones establecidas.
Nos hemos preguntado: pero ¿es posible ser filósofo en la actualidad? ¿Dónde están los filósofos, si es que existen? ¿Podrá la filosofía volver a ser una herramienta viva de transformación de los seres humanos como lo fue antaño?
Y hemos descubierto con asombro que estas intuiciones y anhelos, que se basan en la necesidad de construir un mundo mejor y más justo (ya que al parecer el actual modelo mundial sufre una crisis total e irreparable), están aflorando por doquier en todas partes del mundo.
Mauricio Abadía, en su magnífico ensayo sobre otra civilización posible, dice:
«Se lanza aquí una llamada a la filosofía. ¿Para qué? Para que esta, en su milenaria contribución a la humanidad, deje de ser una actividad de círculos eruditos y esotéricos y sirva para interpretar y transformar el mundo, para que su patrimonio histórico de ideas no sea apenas un juguete en manos de malabaristas de conceptos».
Karl Jaspers, en su Introducción a la filosofía añade:
«La filosofía enseña a no dejarnos engañar (…) Si fuese vigorosa en su elaboración, convincente por sus argumentos y digna de fe por la integridad de sus expositores, la filosofía podría convertirse en instrumento de salvación. Solo ella tiene el poder de alterar nuestra forma de pensamiento. Aun delante del desastre posible y total, la filosofía seguiría preservando la dignidad del hombre en decadencia».